Cuestiones cuodlibetales sobre arte y estética

Las cuestiones que pretendemos abordar en esta lección son de lo más vulgar. Todo el mundo las trata y todo el mundo pretende tener la última palabra. Al entrar en una galería de arte, al salir de una película de cine, al ojear el programa de mano, en infinidad de situaciones se acostumbra a emitir un juicio de valor estético o artístico sobre lo que tiene delante, lo que supone un conocimiento mínimo de lo que sea el arte, y por supuesto, suponer que el arte es algo.

El problema aparece cuando se pretende dar una definición de ese “algo”, pensando que se está hablando de lo específico del arte, cuando se están incluyendo cosas que no lo son (e incluso de cosas contradictorias), lo que imposibilita tal definición, es decir, el conocimiento de aquello que lo diferencia del resto de cosas del mundo.

Por poner algunos ejemplos: cuando el arte se define por la inutilidad o carencia de un fin práctico (se están incluyendo los juegos, los pasatiempos, los objetos imposibles &c.), cuando se define por su función contemplativa (se incluyen miradores de paisajes, espectáculos ilusionistas, circenses &c.), cuando por aportar un plus de belleza (se incluye al maquillaje, los adornos, la jardinería &c.), cuando por generar un incremento de sentido (hablamos de la consagración al pan y el vino, el zodiaco de los cielos estrellados, la cábala a las figuras geométricas &c.), cuando se define por basarse en interpretaciones (incluimos los textos sagrados, los sueños, el tarot, la escritura minoica &c.), cuando se pone en la generación de emociones y sentimientos (pensamos en el futbol, las arengas políticas, el escarnio público, los premios &.), cuando se sitúa en la duración o la resistencia, como decía Deleuze (nos acordamos de jeroglíficos, joyas, sellos de colección, monedas de electro, ajuares, papiros matemáticos, &c.), cuando se dice que es divino (se incluye la misa o la mística pietista). De modo que la imposibilidad de especificar lo artístico lleva a entenderlo como formando parte de una propiedad más general, que incluye lo no artístico, pero supone ir delimitándolo, y así hablamos de su subjetividad (como el dolor de muelas), su objetividad (como la del árbol que tengo delante), su inmanencia (como la de un proceso digestivo), su sustantividad (como los huesos de un estegosaurio o el barco de Teseo), su contenido inconmensurable (lo que hay en cualquier triángulo) &c. Por tanto, reconocer que no hay definición (acaso listas de lavandería) conduce a saltos trascendentales en un vacío lisológico donde cabe todo (como si para explicar la pentadactilia tuviéramos que regresar a la aleta continua de Balfour).

En cuestiones tan sublimes como el arte y la estética, ¿sólo cabe reconocer en el colmo de la ignorancia, que el Arte es “lo que no se sabe” o el “no sé qué” ciceroniano que nos sitúa en un género de misterios o enigmas cuyos límites oscuros y confusos pueden albergar contenidos mágicos, paranormales, supersticiosos, ufológicos o nigrománticos? ¿O sólo cabe poner algo de orden en estas cuestiones?

Luis Carlos Martín Jiménez (1967). Filósofo español, investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno, ha ofrecido en la Escuela de Filosofía de Oviedo estas lecciones: “La filosofía de los valores” (20/ene/14), “Filosofía de la técnica” (6,7/abr/15), “Filosofía de la moneda” (6/mar/17), “La implantación política de la filosofía alemana” (11/dic/17), “El patronazgo de Espinosa” (28/ene/19), “La subjetividad” (16/nov/20), “La esencia del Derecho. Filosofia materialista de las categorias jurídicas” (1/feb/21), “Contra lo divino” (20/dic/21), “El artista como hechicero contemporáneo” y “Contra el Romanticismo” (19/feb/24).

 
Escuela de Filosofía de Oviedo