Luis de la Vega, Historia de la vida y milagros de Santo Domingo de la Calzada (1606)
Historia de la vida y milagros de santo Domingo de la Calzada
Capítulo primero
Del favor grande y señalada merced, que Dios ha hecho a España, y señaladamente a la Rioja, enriqueciéndola con tantos Santos y reliquias
Entre los singulares beneficios y señaladas mercedes que de las dadivosas manos del omnipotente Dios ha recibido nuestra España, no juzgo por el mayor (aunque es muy grande) el haberla tanto mejorado entre todas las Naciones del mundo, que ella sola es, la que en abundancia de oro, y plata, piedras preciosas, y todas las demás cosas concernientes al sustento y regalo de la vida humana, [1v] les hace conocidas ventajas.
No tampoco el haber nacido en ella hombres tan famosos en armas y valentía, que abandonaban a cada paso sus vidas por la salud de su patria. No el haber descubierto nuevos mundos, ni domado bárbaras naciones, alcanzando de todas ellas esclarecidas victorias: ni el haber producido de su suelo tantos y tan felices ingenios, que en todo lo que es ciencias humanas y divinas, tanto se han aventajado. No es esto (como digo) lo principal de que se puede preciar nuestra nación, que aunque cada cosa de estas basta para dar nombre a otras, pero la nuestra, como más favorecida del cielo, otros títulos y blasones tiene de mayor estima.
Lo que hace más ilustre, y lo que con mucha razón la tiene afamada, es haberla Dios enriquecido con tantos y tan ilustres santos (poderoso cada cual para ilustrar un mundo). Bien ha mostrado Dios en esto el amor grande y particular providencia, con que nos encamina los medios de nuestra salvación, entre los cuales, como [2r] sea de grandísima importancia la doctrina, el ejemplo, la vida, trato y conversación de los Santos, quiso que dellos y de su sangre estuviese nuestra España tan proveída, como de oro, y plata, y otras cosas, en que sin contradicción hace ventaja a las mejores tierras del mundo.
Luego que subió a los cielos despachó a España sus embajadores, con las nuevas y negocios de su Evangelio, y para este efecto no eligió menos persona, que la del Apóstol Santiago, que demás de ser su primo: era en santidad señaladísimo, y de los más privados discípulos que en aquella santa escuela había. De él aprendimos la Fe, y recibimos el Bautismo, y tuvimos noticia del nombre y virtud de Jesucristo, y de los tesoros de su vida, pasión y muerte: y desde su tiempo comenzaron los Españoles a ser Cristianos.
Escogió el santísimo Apóstol a España por sepultura de su sagrado cuerpo, y en Galicia, que es provincia de España (a quien por esto se debe particular gloria y honra) quiso se labrase capilla para poner [2v] en ella sus huesos, como en tierra conquistada y ganada con su doctrina y ejemplo. Desde allí, de aquellos últimos términos de España, se partirá cuando se fuere a sentar con el hijo de Dios en el juicio universal de los vivos y de los muertos; que no será poco bien, ver en aquella silla, a quien tan de antiguo es nuestro maestro y patrón, y para los Gallegos será singular consuelo, ver en tan encumbrado asiento al que tantos años tuvieron por su huésped, dentro de su propia tierra.
Bien bastaba esto solo para honrar nuestra Nación, pero no pararon aquí los favores del cielo, sino que también quiso Dios ilustrarla, con la presencia de aquel gran Predicador de las gentes el Apóstol san Pablo: en nuestra España estuvo, y nuestra tierra hollaron aquellos sagrados pies, según lo afirman mi glorioso padre san Jerónimo, san Juan Crisóstomo, Teofilacto, san Gregorio, Epifanio, san Anselmo, y otros muchos santos.
Trajo también consigo el Apóstol Santiago muchos discípulos, que siguiendo [3r] las pisadas de su Maestro, ganaron para el cielo muchas almas en estas partes. San Cecilio Obispo de Elibori, que es dos leguas de Granada, san Eufrasio, Obispo de Andújar, san Segundo, Obispo de Ávila, san Indalecio Obispo de Vera, hacia cabo de Gata: san Torcuato Obispo de Guadix. Y otros muchos que refieren los autores, que con particular estudio esto han tratado, señaladamente el Maestro fray Hernando del Castillo, en la Crónica que hizo de su sagrada Religión de Predicadores.
Todos estos fueron discípulos de nuestro santísimo Patrón, todos mártires como él, y los primeros que con sangre santa, derramada por su Dios, regaron nuestras tierras, para que de ellas naciesen santos. Quedaron con esto tan fertilizadas, que no sabían producir otra cosa que santos. Testigos son desta verdad tanta multitud de mártires, como en la persecución de Daciano dieron su sangre valerosamente, en retorno de la que por ellos había derramado su Seños y Maestro Cristo.
Testigo las cárceles [3v] de Toledo, que honró muriendo en ellas la ilustrísima santa Leocadia, raro ejemplo de valor y santidad en todo el mundo. Los Mártires que tuvo Zaragoza, en tiempo del mismo Daciano, los que mejor cuentan los llaman innumerables, y otros dicen que fueron diecisiete mil. Todos fueron muertos a traición, y sobre seguro del tirano, y después quemados y hechos polvos, de cuyas cenizas y huesos hay en aquella ciudad uno de los más célebres santuarios que el mundo tiene.
Goza deste divino tesoro por particular favor del cielo el Monasterio de santa Engracia, casa de mi Religión, que es una de las célebres de aquel Reino, así en la suntuosidad del edificio (fundación de los Reyes Católicos) como en Religión y observancia, número de Religiosos, y otras muchas cosas que la hacen estimada en aquella insigne ciudad. Llamase santa Engracia, porque entre las joyas preciosas y del Cielo que allí tiene, la principal y que le ha dado nombre, es, el cuerpo santísimo desta gloriosa virgen, [4r] la cual murió allí y fue martirizada con otros dieciocho caballeros Portugueses, que llevaba en su compañía. Era esta señora Portuguesa, y llevándola a casar con el Duque de Rosellón, con quien estaba ya concertado matrimonio, pero como Dios había puesto en ella los ojos, y la tenía señalada para esposa suya, quiso ganar por la mano, y celebrar con ella sus dulces y castos desposorios, atajando los carnales. Salióle para esto al camino, dotándola de gracia, valor, y esfuerzo, que en semejantes trances han menester los soldados de Cristo. Y así dando esta ilustrísima doncella en Zaragoza, fue presa con su santa compañía por el infernal Daciano: fueron todos azotados y arrastrados a colas de caballos, despedazados con garfios de hierros, y al cabo degollados como ovejas. La gloriosa Engracia, como más valerosa fue mejorada en los tormentos, porque viva la sacaron los hígados, y con un clavo le atravesaron la cabeza, queriendo esta hermosísima doncella agradar con esto a su celestial esposo, a quien por su amor, [4v] y por el nuestro, no un clavo, sino con muchas crueles espinas atravesaron la suya. Esta es la gloria de Zaragoza.
Valencia tiene otros muchos, y entre ellos al invictísimo y excelentísimo Mártir san Vicente. A Córdoba ennoblecieron san Parmenio, san Acisclo, santa Victoria, san Zoilo, con otros nueve compañeros, sin otros muchos que cuenta san Eulogio, también Mártir Cordobés. Sevilla tuvo tres celestiales Obispos, san Isidro, san Leandro, y san Lauratano. Finalmente, no hay en nuestra España, casi lugar de nombre, que no tenga alguno, y algunos muchos cuerpos de santos, y otras notables reliquias.
Aquí me acuerdo de lo que el otro soberbio Romano (que queriendo engrandecer a Roma y lisonjear a Tiberio) le dijo un día: Si las otras naciones han dado dioses a Roma, Roma ha dado a todas ellas Césares y Emperadores. Grandeza es esta de aquella famosa ciudad, cabeza de todo el mundo, que haya dado Reyes y Monarcas a todos, aunque lo que es Dioses confiesa haberlos recibido dellos. [5r]
Pero mayor grandeza es de nuestra España, que no sólo ha dado Reyes y Monarcas a las demás naciones, sino que también les ha dado Dioses. Bien conocido tiene el mundo todos los Reyes que nuestra España le ha dado, pues dejado aparte el gran Emperador Teodosio, nuestro Español, universal monarca y señor del Romano Imperio, después acá los Reyes de España no se han estrechado dentro de los términos Españoles, sino que han extendido su mando y señorío hasta las más remotas naciones que se conocen en el mundo: y así España les ha dado Césares, pues Dioses (si así se puede decir) no tienen número los que España ha dado: Dioses son los santos y amigos de Dios, que así quiso llamarlos el que lo es por esencia, a esto se extendió el amor grande que a los suyos tiene, y a tal punto llegaron las franquezas, que usó con ellos, que no solamente se llamen Dioses, e hijos de Dios, sino que en realidad de verdad lo sean: y así, cuantos son los santos con que España ha ilustrado el cielo y la tierra, [5v] tantos son los Dioses que ha dado.
Mas aunque esta gloria y honra de tantos santos toque universalmente a toda nuestra España, por estar toda ella llena de ellos, donde el cielo parece se ha mostrado más benigno, favorable, esmerándose las manos de Dios en hacerle más crecidos favores y mercedes, es en nuestra Rioja, Provincia muy pequeña de Castilla, que confina con el Reino de Navarra: la cual cuanto es más estrecha en tierra y distrito, tanto es más ancha y extendida en nombre y fama, por las excelencias grandes y señaladas prerrogativas de que está dotada. Es un valle el más ameno y apacible de cuantos se saben en España, cércanle dos altas sierras, una al Norte, que se va continuando hasta los Pirineos, y otra a mediodía, que naciendo en los montes de Oca, se va a juntar con el alto y encumbrado Moncayo, en el Reino de Aragón. Báñanle muchos ríos caudalosos, entre los cuales el de más nombre, por tenerlo en todo el mundo, es Ebro, pero el que lo da a esta tierra se llama Oja: es tierra fértil [6r] y abundante de pan, vino, y aceite, frutas, caza, con todo lo demás necesario para el sustento, y aún para el regalo humano. La gente es apacible, llana y sin dobleces, hablando en general, que para lo particular no hay regla. Ha producido siempre de su suelo claros y felices ingenios, y della han salido y salen de ordinario hombres eminentes.
De dos leguas en contorno desta casa tenemos hoy tres Obispos Riojanos, cuyas letras y virtud los han puesto sobre el candelero de tres iglesias muy graves, el uno es don Pedro Manso, Obispo dignísimo deste Obispado de Calahorra: es natural de Canillas, dos leguas desta casa, y otras dos de su iglesia de la Calzada. El otro es don Francisco Martínez, Obispo de Canaria, es natural de Cenicero, una legua desta casa: el tercero, es el Doctor Samaniego, Obispo de Mondoñedo, natural de Samaniego, legua y media de aquí. Dejo de decir otros muchos que en ministerios graves, y oficios de mucha cuenta sirven en la paz y en la guerra a su patria, y a su Rey. [6v]
Estos son los frutos de Rioja, estas son las plantas que produce este tan ameno y deleitoso jardín. Mas lo que entre todas estas excelencias más luce y campea, lo que ella mucho se puede gloriar es, del estar sembrado este paraíso de deleites de tantos cuerpos de santos, ilustrado con tan célebres reliquias, que puede bien competir con todas las demás provincias del mundo. Es la tierra (como hemos dicho) muy estrecha y corta, mas dentro destos cortos límites encierra muchos y grandes tesoros la iglesia Catedral de Calahorra, goza los santos cuerpos de los gloriosos Mártires Emeterio y Celedón, sólo el Monasterio de san Millán de la Cogolla, de la orden de san Benito, casa célebre en Religión y observancia, y en todo lo demás que pueden calificar una casa, y aún una Religión entera, sólo este Monasterio tiene siete cuerpos de santos enteros, sin otras muchas Reliquias, san Millán, san Felices, san Geroncio, san Sofronio, san Citonato, santa Aurea, y santa Potamia. [7r]
Santa María la Real de Nájera, de la misma orden, tiene los santos Mártires, san Agrícola, y san Vidal. Junto a esta ciudad está el cuerpo de santa Coloma, san Prudencio de la orden de Cistel, junto a Logroño tiene el cuerpo deste glorioso Pontífice Bañares, villa del Duque de Vejar. Junto a Santo Domingo de la Calzada, goza del glorioso Mártir san Formerio: y el cuerpo del glorioso san Víctores, está en un Monasterio de san Francisco deste mismo nombre, junto a Belorado, y más cerca de Cerezo, villa del Condestable de Castilla, adonde fue Cura este glorioso Mártir.
Y cuando la Rioja no hubiera hecho más que dado al mundo, y producido de su suelo dos santos tan señalados, de un mismo tiempo, de un mismo espíritu, y de un mismo nombre, que son los dos Domingos, el de Silos, y el de la Calzada: esto solo bastaba para que sin contradicción alguna todos la juzgasen por la tierra más dichosa que el mundo tiene. Aquí nacieron estos dos santos, de aquí fueron naturales: y a esta tierra sin duda [7v] miran desde el cielo con ojos más amorosos, al fin como a tierra suya.
El de Silos, fue natural de Cañas, dos leguas de Nájera, y otras dos de la Calzada: fue Monje en san Millán de la Cogolla. De allí le desterró el Rey don García de Navarra, porque con ánimo grande y valor resistía a su codicia, con que violentamente, y por su propia autoridad quería sacar algunas joyas de oro y plata, de la Sacristía del Convento. Trazas eran de Dios, que por este camino quería encaminar este santo, y guiarlo a cosas mayores, y así fue, que queriendo el Rey don Fernando (primero deste nombre) Rey de Castilla y León, remediar el monasterio de san Esteban de Silos, que habiendo sido en tiempos atrás uno de los más célebres santuarios que tuvo España, estaba tan perdido en lo espiritual, y temporal, que obligó al Rey a buscarle remedio cual convenía: ninguno se halló más a propósito que la persona deste santo Monje, y así le envió allá, y en veinte y tres años que fue Abad en aquella casa, [8r] la reformó de manera, que pudo bien contarse por uno de los mayores milagros deste santo. Hizo en vida y muerte, muchos y muy señalados: particularmente en socorrer a los Cristianos que estaban en poder de Moros, de que por nuestros pecados estaban en aquel tiempo llenos estos Reinos. Está este glorioso santo enterrado en este monasterio donde fue Abad, que quiso quedarse allí, como en casa por él conquistada, y recuperada para Dios.
El otro Domingo es el de la Calzada, por cuya ocasión hemos hecho este largo discurso, cuya vida hemos de tratar, y cuyos merecimientos con nuestras pocas fuerzas, y cortedad de ingenio hemos de celebrar. Este es el que entre los santos de la Rioja, se descubre como el Sol entre las estrellas. Este es el que tenemos por nuestro patrón y amparo: este a quien acudimos en todos nuestros aprietos y trabajos, para que nos defienda de las justas iras de Dios. La injuria de los tiempos, y el descuido de nuestros mayores, [8v] ha podido tanto, que casi ha sepultado en la tierra del olvido, las grandezas deste grande santo, y de las muchas que había son muy pocas las que han llegado a nuestras manos, y menos lo que se puede averiguar de su patria, y origen de su vida milagrosa, y de sus milagros raros, y prodigiosos, pero colegido de algunos manuscritos antiguos, y del rezo de la santa iglesia de la Calzada, y de los autores modernos que lo tratan, todo ello es de la suerte que se sigue.
(Luis de la Vega, Historia de la vida y milagros de Santo Domingo de la Calzada, Burgos 1606, páginas 1r-8v.)