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El Mundo
Madrid, domingo 19 de febrero de 2006, página 4
Martín Prieto
El purgatorio de los libros

Martín Prieto

Los mitos de los destructores de España
 

Gustavo Bueno / España no es un mito España no es un mito. Claves para una defensa razonada. Autor: Gustavo Bueno. / Editorial Temas de Hoy, 2005.

Ahora que ni el presidente tiene claro el concepto de nación, el filósofo Gustavo Bueno derrama toda la sorna que tiñe su obra recordando que el término viene de nascor, nacer, y tiene originariamente un significado biológico. Todavía hoy se llama nación a la cría de la vaca o de la yegua que acaba de nacer. También se habla de nación refiriéndose a una parte del organismo en formación, como el crecimiento de los pechos en las adolescentes o de los dientes en las encías infantiles. Pero desde la zoología hemos evolucionado hasta la política y la Historia; distorsionadas. Los nacionalistas no se paran en barras con tal de demostrar que sus comunidades autónomas ya existían como naciones políticas en tiempos de Carlomagno. ¿No triunfó Jaun Zuría en la batalla de Arrigorriaga en el año 870? (sólo que Jaun Zuría es un mero invento poético vasco, como Breogán es un invento poético gallego). En general nuestros nacionalistas históricos retroceden a tiempos anteriores a Carlomagno; hasta el tiempo de los godos, o antes aún, a los tiempos prehistóricos en los que había celtas y también autrigones, caristios, várdulos, vascones, berones y, por supuesto, layetanos, como la vía barcelonesa.

Nuestros nacionalistas impenitentes reclaman la condición de nación fundándose en el supuesto de que ya lo son y, sobre todo, que lo fueron anteriormente a la nación española. Por ello consideran a España como una superestructura que envolvió artificiosamente a esas supuestas e imaginarias naciones. Y por ello presentan su reclamación como una reivindicación y no como una petición extemporánea. Somos naciones políticas –dicen– desde siempre, desde antes de Jesucristo, desde antes de que existiera España; exigimos (catalanistas, vasquistas) simplemente que se nos reconozca lo que ya somos aunque sea en el preámbulo de un Estatuto autonómico. La argumentación ha de rellenarse con historias de ficción laboriosamente entretejidas por poetas, historiadores, periodistas y maestros de escuela, licenciados y doctores, párrocos, obispos y consejeros de cultura, alimentados durante años por los presupuestos públicos que subvencionan también sus libros, sus ikastolas, sus institutos y sus universidades. Ahora bien: la dificultad más grande con la que se encuentran las pretensiones nacionalistas es que para triunfar es necesario que la nación española deje de serlo. Una nación política es excluyente de cualquier otra que quiera introducirse en su territorio (invasión) o que aspire a nacer y crecer dentro de ella (secesión). Y tanto la invasión como la secesión son incompatibles con la España de obligada referencia.

Gustavo Bueno (España no es un mito. Claves para una defensa razonada. Ed. Temas de Hoy) ha sido durante décadas catedrático de Filosofía en Oviedo y ahora dirige la fundación que lleva su nombre. Mordaz con la democracia débil, la izquierda reinventada y el pensamiento infantiloide que nos ha tocado vivir, desmiente con su obra el silencio de los intelectuales ante los graves problemas en los que han sumido a España un puñado de politiqueros y unos centenares de miles de votos periféricos que traen como hetaira por rastrojos a la nación más antigua de Europa, negándola o ignorándola. El propio autor califica a este libro de «contraataque» y se advierte su hastío ante tanta mandanga que circula entre buena parte de la clase política, aunque no llegue al panfleto que ha cultivado en otras ocasiones y nos dé una obra rigurosa hasta para los nacionalistas españoles. Y, obviamente, es beligerante: «Escuchando a los ideólogos o portavoces de los partidos nacionalistas separatistas españoles de nuestros días, al Bloque Galego, al Partido Nacionalista Vasco, a Izquierda Republicana de Cataluña, se recibe la impresión de que estos personajes conceden más peso, en el terreno de la política real actual, al testamento de Alfonso III que a la Constitución de Cádiz. Que es como si concediéramos más peso político actual al documento llamado Donación de Constantino que al Tratado de Maastricht. Lo peor es que los gobiernos centrales españoles, por condescendencia o pacto criminal, den beligerancia a semejantes confusiones y patrañas, en lugar de comenzar exigiendo que se retire cualquier apelación a los derechos históricos de Cataluña, País Vasco o Galicia, en el momento mismo de comenzar el debate sobre la reforma de los estatutos respectivos». No es de extrañar que se silencie tanto a nuestro filósofo.

Sólo a lo largo del siglo XX, argumenta Bueno, los nacionalistas secesionistas españoles han llegado a creer en la posibilidad de transformar su supuesta nación cultural en Estado-nación. Para contradicción suya, el Estado del que pretenden surgir es un Estado-nación como España. Sin él, las llamadas nacionalidades históricas ni siquiera hubieran alcanzado la maduración política, social e industrial indispensable. ¿Cómo puede explicarse la historia del País Vasco al margen de España? ¿Quién aporta las instituciones, el idioma internacional, los capitales y la mano de obra para su industria? ¿Y cómo puede explicarse la historia de Cataluña al margen de España? Sin ir más lejos, la mitad de la población trabajadora de Cataluña en nuestros días no es catalana más que por decreto: procede de Andalucía, de Murcia, de Galicia... En conclusión, no es la nación la que precede al Estado, sino que es el Estado el que precede a la nación política moderna y la dota de su propia cultura nacional.

El nacionalismo separatista es de derechas. La izquierda suele dar por supuesto que la autodeterminación es progresista. Pero las fuerzas que se enfrentan a las naciones políticas surgidas de la Revolución Francesa no son de izquierdas sino del Antiguo Régimen más profundo y reaccionario, simbolizado por el Trono y el Altar. El grito del ignorante y ciego vulgo de «Muera la nación (española) y vivan las cadenas». En España fueron los carlistas vascos y los catalanes, que se enfrentaban, como representantes del Antiguo Régimen, contra la izquierda que defendía el trono constitucional de Isabel II. Los carlistas prepararon los movimientos foralistas que se transformaron en PNV, ETA, CiU o ERC. ¿Cómo olvidar que Sabino Arana proyectó una república vascongada presidida por el Sagrado Corazón de Jesús? Como casi siempre, este filósofo de guardia ofrece un detergente mental para ciudadanos abrumados por tan infame pachanga política.

 


Fundación Gustavo Bueno
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