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Interviú
nº 1307, 14 de mayo de 2001
Gran Hermano | «El ojo clínico»
página 18

Laboratorio de emociones
Gustavo Bueno
 

Gustavo Bueno

El programa Gran Hermano establece unas condiciones generales, sin duda artificiosas, para la convivencia de un grupo de personas durante cien días. En virtud de estas condiciones, quienes las aceptan, comienzan a vivir un tipo de vida que, no por artificioso, deja de ser análogo al tipo de vida propio de otras muchas personas en la vida real, particularmente al de las personas que viven la vida característica de la «clase ociosa».

La clase ociosa incluye a aquellos «grupos de personas que consumen sin producir, siempre que su consumo sea ostensible». Los concursantes de Guadalix de la Sierra se asemejan así a los huéspedes de temporada de un balneario de lujo, o de menos lujo (al cual pueden acceder los jubilados y prejubilados del Inserso en su condición de versión popular de la clase de los rentistas, de la clase ociosa) o en un crucero más o menos elegante. La artificiosidad del programa podría compararse a la artificiosidad de las condiciones de un laboratorio científico en el cual, gracias a esa artificiosidad (que requiere segregar muchos componentes reales) es posible «espiar» las leyes ocultas que actúan en la realidad natural y que en el laboratorio aparecen purificadas. La mesa de billar es un artificio, sin duda, como lo son las bolas que corren y se entrechocan por su superficie; pero no por ello el choque de las bolas es menos real y su análisis permite desvelar muchas leyes de la mecánica de la interacción entre los cuerpos elásticos.

Las condiciones que definen el programa Gran Hermano, en su versión española, y especialmente la condición aceptada por los concursantes de la nominación quincenal de ternas propuestas a la audiencia para que elija al que haya de ser expulsado, determinan, cada vez con más fuerza, como regla universal de conducta de cada miembro, la estrategia de la captación de la benevolencia de sus compañeros a fin de no ser nominados por ellos y quedar preservados, en consecuencia, de los peligros del juicio democrático popular.

A partir de esta estrategia se entiende bastante bien, por un lado, la tendencia de cada uno a evitar agresiones, a disimular envidias, a inhibirse de todo lo que pueda representar una confrontación o una exhibición de conocimientos o de habilidades («si quieres vivir en comunidad no muestres tu habilidad»). Asimismo, la tendencia a mantenerse en los mínimos y más vulgares niveles del ingenio que cabe esperar en una conversación ordinaria (sólo he visto hasta ahora muestras de ingenio en el cuaderno de bitácora de Alonso; ojalá que no le resulte cara esta exhibición), o la tendencia a mantenerse en los registros más monótonos del vocabulario de discoteca, en el que todos los concursantes pueden sentirse cómplices (incluso Carola que ha publicado unos poemas en lenguaje noble, se vio impulsada a circunscribir el repertorio de su vocabulario a una monotonía fuera de lo común: «Me mola mogollón», «me como la olla», «buen rollito», «¡qué fuerte!», «me superflipa», «estoy rallada»; un vocabulario que hace imposible todo análisis, porque lo único que pretende es expresar sentimientos y emociones subjetivas groseras, pero sobrentendidas por todos).

Pero, por otro lado, la estrategia universal de la que hablamos lleva a los concursantes a extremar su afectuosidad con ellos (especialmente con sus parejas) y a concentrarse en el análisis y expresión de la vida sentimental propia y de la de los demás. La casa de Guadalix de la Sierra comienza a funcionar así como un laboratorio de secreción continua de emociones, a cargo sobre todo de los miembros menos distantes y calculadores. Y en esto, tampoco se diferencia el Gran Hermano de los diversos grupos de la clase ociosa real, cuyos miembros tienden también a recaer en un encharcamiento sentimental y emotivo del que nos informan las revistas y los programas del corazón.

Carola es acaso la concursante que, por su temperamento extrovertido, o por su ingenuidad, más se sumergió en esta vida sentimental y emotiva; y acaso esa pérdida de la distancia escénica que todo espectador parece exigir en el teatro, es la que determinó primero la nominación de sus compañeros y, segundo, el masivo rechazo (84,1 por ciento) de la audiencia.

[ 10 mayo 2001 / se sigue el original del autor ]

 
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