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Interviú
nº 1265, 24 de julio de 2000
Gran Hermano
página 23

Sobre la intimidad y la dignidad
Gustavo Bueno
 

Gustavo Bueno Muchos críticos del Gran Hermano, que entienden la intimidad de un modo sublime, han visto este programa como ejemplo bochornoso de «espectáculo de la indignidad»; lo que indica que estos críticos vinculan la dignidad a la intimidad, a la que consideran, al modo calvinista, como algo sagrado.

Pero se trata de una simple confusión de ideas, alimentada por una retórica heredada que no ha pasado la prueba del más elemental análisis filosófico.

Porque el principio de la intimidad no es un principio sublime, o sagrado; la intimidad es una institución pragmática y aún etológica (la intimidad del lobo cuando esconde su presa); es una función necesaria para el desarrollo de la vida de los individuos y de los grupos en sus relaciones de conflicto con otros individuos o con otros grupos. Pero los valores de esta función son cambiantes, porque dependen de otras variables y parámetros, que tampoco son fijos. La exhibición de la intimidad puede ser muchas veces obscena, pero no lo es siempre. Lo que es obsceno en unas circunstancias (si llamamos obsceno, siguiendo el significado de una probable etimología, a lo que no conviene «poner en escena» y, sin embargo, es exhibido) deja de serlo en otras. Sería obsceno que el agraciado con el premio de lotería mostrase satisfecho su billete ante un público de indigentes; en algunas épocas se consideraba una obscenidad sacar de paseo al hijo mongólico. Hace un siglo era una obscenidad ir a la playa en traje de baño; en nuestro siglo es una obscenidad mostrar al público el temor (o el pudor) a desnudarse.

La línea de frontera no hay que ponerla tanto entre la intimidad y la publicidad, sino entre lo que es bueno y lo que es malo (ya sea desde el punto de vista ético, o moral, o estético, o científico). Desde un punto de vista científico o filosófico, podemos considerar como una obscenidad intelectual (como una indecencia) el ofrecer al público nuestras opiniones personales sin fundamentar, es decir, al margen de todo sistema, y tanto si estas opiniones constituyen insultos, como si constituyen elogios, como si mereciesen ser respetadas por el hecho de ser «pensamientos míos». Por otra parte, la manifestación de determinadas intimidades puede tener el sentido de una confesión catártica, y no el de una obscenidad. El interés por las intimidades de los demás no es necesariamente morboso. El médico se interesa por la intimidad de mis pulmones para curarme; la Agencia Tributaria se interesa por la intimidad de mi cuenta corriente para imponerme una tasa. En general, cuando unas personas se interesan por las intimidades de otras personas (por ejemplo, a través de las llamadas «revistas del corazón»), pueden incluso acogerse al «principio del humanismo» que formuló Terencio: «Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno».

Haciendo públicas parcelas de nuestra intimidad podemos mantener nuestra dignidad tanto como podemos perderla ocultándolas. Pues es la intimidad la que ha de regularse por la dignidad, y no la dignidad por la intimidad.

Los habitantes de Soto del Real no han perdido su dignidad por haber sido investigados por periodistas que buscaban informaciones positivas sobre sus vidas reales, ni por acceder voluntariamente a que viéramos parcelas de sus intimidades domésticas. A veces, gracias a ello han podido mostrar sus actitudes más dignas y ejemplares. La propia organización del programa ha evitado exhibir aspectos de la vida doméstica, no ya indignos, sino simplemente de escaso decoro, según nuestras normas estéticas habituales.

[ 20 julio 2000 / se sigue el original del autor ]

 
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