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Interviú
nº 1263, 10 de julio de 2000
Gran Hermano
página 22

La clave del éxito
Gustavo Bueno
 

Gustavo Bueno Todavía anda mucha gente desorientada ante el Gran Hermano. Sencillamente, mucha gente no sabe cómo enjuiciarlo y, sobre todo, no entienden o no quieren entender las razones del éxito de audiencia que todos le reconocen. Pues no es explicar nada decir que este éxito es una vergüenza nacional, que no debía haber tenido lugar. Pero el hecho es que lo ha tenido. Otros muchos críticos, los más técnicos, no descalifican el programa; por el contrario, intentan entender las claves de su éxito, entre otras cosas, porque quieren imitarlo. Pero lo entienden mal, a nuestro juicio, o al menos no con el rigor que el asunto requiere.

Los «críticos a la totalidad» suelen confesar que apenas ven el programa; a lo sumo lo «oyen» (oyen lo que la gente dice de él), y por ello nos descienden a un terreno tan plebeyo. Lo curioso es que entre estos «críticos a la totalidad» se encuentran políticos e intelectuales «de izquierda», muy conocidos, muchos de aquellos que en tiempos integraban las llamadas «fuerzas de la cultura»: escritores, tertulianos, periodistas, novelistas, dramaturgos... Estos «intelectuales», desprovistos de las más elementales categorías de análisis, arremeten incluso contra quienes intentan entender el problema, y dicen simplemente que no hay nada que entender y de que lo que se trata es de buscar tres pies al gato. Los «críticos a la totalidad» actúan desde posiciones que pueden a su vez estar enfrentadas mutuamente. Resumiendo, unos argumentan desde criterios morales y otros desde criterios estéticos. Por supuesto estos criterios pueden entremezclarse.

Los criterios morales suelen ser utilizados también por los críticos más conservadores: el Gran Hermano es un programa que atenta a los valores más sagrados de nuestra sociedad: la intimidad (porque descubre a los individuos en paños menores) y la libertad (porque encierra a los actores en una jaula); incita al morbo, al voyeurismo. Es simple «docuporno». Los criterios estéticos subrayan la vulgaridad del programa, la pobreza de su argumento y el aburrimiento que provoca. «Si los que estuvieran dentro fueran Picasso o Lord Byron...»

Las críticas morales y estéticas se combinan dando como resultado una conclusión global: el Gran Hermano es un prototipo de la televisión basura. Pero ocurre que, dada la grosería de los análisis de estos «intelectuales de izquierda», tendríamos que pensar si no estará más sucia la escoba que la basura que quita.

Los otros críticos, los técnicos (y no sólo los españoles: también muchos críticos yanquis), suelen inclinarse hacia un diagnóstico fundado en los contenidos. Juzgan al programa por su materia. Y creen advertir que la clave del éxito de esta televisión material estriba en su condición de psicodrama. Pero no es esto: cientos de psicodramas pasan por las telepantallas sin pena ni gloria.

La clave del éxito del Gran Hermano habría que ponerlo, si no nos equivocamos, en otro lado: en su condición de televisión formal sostenida. En cuanto televisión formal el Gran Hermano crea un ámbito de presente en el que actúan unos personajes en tiempo real. Estos personajes, al principio, fueron reducidos al estadio genérico de primates, encerrados entre las jaulas de una granja; pero se revelaron y adquirieron nombres propios. Nombres que reclamaban una biografía que debía preceder al tiempo del encierro y continuar después de él. El público se interesó por esos personajes que había decidido no excomulgarse mutuamente, e incluso repartir el premio principal entre gentes más necesitadas. Su condición de televisión formal es, sin embargo, razón necesaria del éxito, pero no razón suficiente. Lo que al público le interesa de verdad es seguir, no sólo en el presente de los noventa días del programa, sino antes y después de él las vicisitudes de las trayectorias biográficas de estos hijos de familia (en un caso, de esta madre de familia): Iván, Ania, Ismael, Vanesa, Iñigo, Mabel, &c.

[ 7 julio 2000 / se sigue el original del autor ]

 
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