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Escuela de Filosofía de Oviedo

José Manuel Rodríguez Pardo

El Destino Manifiesto como ortograma imperial de Estados Unidos

12 enero 2015


cartel para este acto de la Escuela de Filosofía de Oviedo En Octubre de 2012 ofreció José Manuel Rodríguez Pardo en esta Escuela de Filosofía de Oviedo cuatro lecciones dedicadas al tema Estados Unidos: ¿Imperio generador o depredador?, dedicando la lección segunda a una idea clave en la concepción norteamericana del Imperio, el Destino Manifiesto. En esta lección de 2015 se analiza en más detalle esta idea, tan importante para comprender la trayectoria imperial de Estados Unidos desde sus orígenes coloniales hasta nuestro más inmediato presente. La idea del Destino Manifiesto fue formulada explícitamente por vez primera por el publicista del Partido Democrático de origen irlandés John O'Sullivan, en su artículo de la American Democratic Review de 1845, “Annexation”, donde afirma que la anexión de Tejas por parte de Estados Unidos lo único que hacía era acabar con las trabas que imponía Méjico a la expansión norteamericana guiada por la Providencia para extender su experimento de régimen democrático, el «destino manifiesto» de la nación.

 
Vídeo de la lección de José Manuel Rodríguez Pardo, El Destino Manifiesto como ortograma imperial de Estados Unidos (2 h 20 m)

Oviedo, lunes 12 de enero de 2015

Anuncio de El Destino Manifiesto como ortograma imperial de Estados Unidos (Oviedo10.es)

El Destino Manifiesto como ortograma imperial de Estados Unidos

Durante los días 6 y 7 de Octubre del año 2012, José Manuel Rodríguez Pardo ofreció en la Escuela de Filosofía de Oviedo cuatro lecciones dedicadas al tema Estados Unidos: ¿Imperio generador o depredador?, tratando en la lección segunda sobre uno de los temas clave en la concepción norteamericana del Imperio, el Destino Manifiesto. Es objeto de la siguiente lección analizar en más detalle esta idea, tan importante para comprender la trayectoria imperial de Estados Unidos desde sus orígenes coloniales hasta nuestro más inmediato presente.

La idea del Destino Manifiesto fue formulada explícitamente por vez primera por el publicista del Partido Democrático de origen irlandés John O'Sullivan, en su artículo de la American Democratic Review de 1845, «Annexation», donde afirma que la anexión de Tejas por parte de Estados Unidos lo único que hacía era acabar con las trabas que imponía Méjico a la expansión norteamericana guiada por la Providencia para extender su experimento de régimen democrático, el «destino manifiesto» de la nación: «limitando nuestra grandeza e impidiendo la realización de nuestro destino manifiesto, que es extendernos sobre el continente que la Providencia asignó para el libre desarrollo de nuestros millones de habitantes, que año a año se multiplican».

De hecho, en un artículo anterior de la misma publicación, en 1839, titulado «The Great Nation of Futurity», O'Sullivan apela a Dios y a la Providencia divina como fuentes de los principios de libertad, igualdad y hermandad entre toda la humanidad abanderados por Estados Unidos: «El futuro, trascendente y sin fronteras, será la era de la grandeza Americana. En este magnífico dominio del espacio y el tiempo, la nación de muchas naciones está destinada a manifestar a la humanidad la excelencia de los principios divinos; a establecer sobre La Tierra el templo más noble jamás dedicado al culto del Altísimo —el Sagrado y Verdadero. Su suelo será un hemisferio —su techo el firmamento tachonado de estrellas, y su congregación una Unión de muchas Repúblicas, comprendiendo cientos de millones de seres felices, que no deberán obediencia a ningún amo humano, pues serán gobernados por la ley natural y moral de Dios: la ley de la igualdad, de la fraternidad, de «la paz y la buena voluntad entre los hombres».

Sin embargo, la idea no era novedosa, puesto que el segundo presidente de Estados Unidos, John Adams, señaló su fe en que «la Providencia se proponía utilizar a América para la “iluminación” y “emancipación” de toda la humanidad». O, como dirá Tocqueville más tarde, «Querer contener a la democracia, sería entonces como luchar contra el mismo Dios, y a las naciones no les quedaría más que acomodarse al estado social impuesto por la Providencia». En suma, como señala el historiador Albert Weinberg en su obra Destino Manifiesto. El expansionismo nacionalista en la historia norteamericana: «La misión humanitaria impuesta por la Providencia pareció tener doble carácter. Por una parte se asignaba a América la misión de preservar y perfeccionar la democracia, la misión de aplicar al gobierno la doctrina de los derechos naturales. La realización de esta excelsa tarea permitiría que América fuese inmediatamente (según las palabras de Franklin) una suerte de “refugio de quienes aman la libertad”».

Y es que el imperialismo norteamericano tiene su origen mucho antes de la independencia de los británicos, en los primeros colonos ingleses, acostumbrados a vivir en la zona de frontera del Ulster irlandés, cuyos descendientes aplicaron la misma praxis en Norteamérica frente a los indígenas. Ya en 1616, un agente de la colonización en Nueva Inglaterra alentaba a sus conciudadanos a emprender la aventura expansionista, prohibida durante siglos por los británicos: “No debemos temer partir inmediatamente ya que somos un pueblo peculiar marcado y elegido por el dedo de Dios para poseerlas”. John Winthrop, primer gobernador de Massachusetts, hablaba en 1628 sobre las plantaciones de Nueva Inglaterra y la necesidad de ocupar más tierras, argumentando que «La tierra entera es el Jardín del Señor, y Él ha concedido a los hijos de los hombres, con una Condición general. […] por qué entonces debemos permanecer aquí agobiados por la falta de lugar… y entretanto tolerar que un Continente entero, tan fecundo y conveniente para el uso del hombre permanezca baldío, sin ninguna mejora».

Ligada a este monoteísmo, la Declaración de Virginia del 4 de Julio de 1776 proclamó los derechos que corresponden a los ciudadanos norteamericanos y los que pertenecen a todo hombre por su propia dignidad; como señala O´Sullivan en 1839: “[…] la Declaración de Independencia Nacional se basó por completo en el gran principio de la igualdad humana, estos hechos demuestran de una vez por todas nuestras situación única respecto a cualquier otra nación; […]”. Contraponiendo así el destino manifiesto de Estados Unidos para expandir la democracia frente a las monarquías y aristocracias del resto del mundo, cuyas crueldades e injusticias pertenecen a una era del pasado. El Destino Manifiesto así formulado por O´Sullivan fundó un sistema de valores y funcionó de manera práctica arraigado en las instituciones, fue la base de la construcción de un imperio, una tradición que creó un sentido nacional de lugar y dirección en una variedad de escenarios históricos, donde la democracia aparece representada como fuente de progreso frente al caduco y atrasado mundo del Antiguo Régimen.

En las décadas de 1830 y 1840 la expansión norteamericana alcanzó un hito considerable con la llegada a Oregón y California, resultado de la visión del presidente Andrew Jackson al proclamar la llamada «Edad del Hombre Común», el common man, y con ella la expansión de la democracia en un proceso que sin parangón. El hombre común dispondría de sufragio universal y de libertad para establecerse donde quisiera, lo que a la postre implicaba una expansión imperial hacia el Oeste, hacia lo que Jackson llamaría el «área de libertad» frente a las potencias europeas autocráticas y sus ambiciones en Tejas, California u Oregón. Así, el «área de libertad» se constituía como un freno a lo que O´Sullivan denominó como «las puertas del infierno», esto es, «los poderes de la aristocracia y la monarquía».

Ligado al Destino Manifiesto, apareció un tópico: la superioridad de la raza anglosajona norteamericana y las actitudes despectivas hacia indios, negros y mejicanos, que sin embargo en la práctica no fueron tratados igual. Según señala Reginald Horsman en su libro La raza y el destino manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, este tópico se vincula con el racismo anglosajón teutónico y la supremacía aria que se desarrolló en la Inglaterra del siglo XVI, que en el contexto del Romanticismo europeo ensalzaba a los sajones (al pueblo británico anterior a la invasión normanda de 1066). El tópico se popularizó en Estados Unidos: eran anglosajones originales los norteamericanos que habían recuperado las libertades durante la guerra de la independencia, enfrentados a los decadentes «normandos» británicos.

Sin embargo, los mejicanos norteamericanos no fueron metidos en reservas ni en campos de concentración, sino que, en virtud de lo acordado en el Tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848 que puso fin a la guerra de 1846 entre Méjico y Estados Unidos, a los mejicanos de las regiones anexionadas les fue concedida la ciudadanía estadounidense, bajo la forma de un proceso de naturalización colectiva. Los mejicanos, considerados «españoles» y herederos del gobierno monárquico y autocrático español, eran vistos como un freno a la expansión de la democracia norteamericana, del «área de libertad». Los norteamericanos creían fervientemente que las supremas instituciones y raza anglosajonas contribuirían a redimir a los mejicanos. Así, el sistema de valores del Destino Manifiesto opondrá el gobierno republicano, democrático, norteamericano, que forja hombres audaces y laboriosos, felices, frente al gobierno autocrático, monárquico, que forma hombres indolentes e infelices. Las canciones de la Guerra de Méjico de 1846 a 1848 se referían a «la doncella española», el complemento ideal al guerrero sajón norteamericano, en contraposición a su pareja, el «español» indolente e infeliz, cuya vida se reduce a «una siesta una docena de veces al día».

Tras la guerra de Méjico, alcanzada la costa del Pacífico y controlado el Istmo de Panamá, la idea del Destino Manifiesto tomó una nueva modulación: de un imperio «territorial» se pasaría a un imperio «comercial», tal como lo concibió William Henry Seward alrededor de 1850. Seward, miembro del Partido Whig y Secretario de Estado en los gabinetes de Abraham Lincoln y Andrew Johnson, de 1861 a 1869, consideraba el comercio como una influencia beneficiosa para otros pueblos considerados bárbaros por los norteamericanos; inspirándose en Seward, el presidente Theodore Roosevelt tomará esa idea a comienzos del siglo XX como la delimitación entre civilización (Estados Unidos) y barbarie (Sudamérica). Nueva York (la ciudad en la que nació Seward y donde fue gobernador) sería el centro financiero de un sistema de comercio global y el dólar su moneda. Y el área crucial de ese comercio era Asia junto al Caribe, por lo que Seward apoyó la adquisición de Hawaii, la obra del canal de Panamá y la compra de Alaska. Pero la concepción de Seward superaba la de un vulgar imperio comercial: su plan geo-económico se encuadraba dentro de la misma misión providencialista del Destino Manifiesto.

De hecho, tras derrotar a España en 1898 y anexionarse Cuba, las Filipinas y otros archipiélagos del Pacífico, los Estados Unidos desarrollarán durante el siglo XX su idea de imperio comercial siguiendo las pautas de Seward, difundiendo los productos mercantiles norteamericanos por todo el planeta, sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, y convirtiendo así el american way of life en el modelo a seguir de la práctica totalidad del mundo. En los prolegómenos de la Gran Guerra, el Presidente Woodrow Wilson afirmó haber sido elegido por Dios para guiar a Estados Unidos, a la hora de enseñar a las naciones del mundo la forma de caminar por los senderos de la libertad; y en efecto, tras derrotar a las potencias centrales europeas en la Primera y la Segunda Guerra Mundial, el proyecto de llevar la democracia, concebida como la mejor forma de gobierno posible ligada a la expansión de ese imperio comercial, sólo encontrará su freno en una Unión Soviética a la que se aplicará una política de contención hasta su agotamiento final, en 1991. Pareciera entonces consumada de forma definitiva la idea del Destino Manifiesto, pero el mundo globalizado resultante del fin de la Guerra Fría se mostró inestable e impredecible, el paradigma de las civilizaciones descrito por Samuel Huntington, tremendamente multipolar, donde los límites del imperio norteamericano comenzarían a ser claramente marcados.

En ese contexto, la idea del Destino Manifiesto será cuestionada, especialmente con la invasión de Iraq, contraponiendo a esa idea moral y mesiánica de llevar la democracia a todo el planeta la de la contención diseñada por George Kennan para frenar a la URSS. Pero lo cierto es que, como señala el influyente periodista Robert Kaplan, la estrategia diseñada por Kennan asumía la lucha contra la URSS como el conflicto de la democracia frente a un estado ilegítimo, destinado a desaparecer por ser una simple modulación del despotismo oriental. La propia idea de invadir Iraq no deja de ser una prolongación de la estrategia de contención de Kennan, aplicada en esta ocasión a la emergente China, un momento tecnológico de la ideología del Destino Manifiesto que opera desde la fundación del Imperio Norteamericano.

 
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