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La Nueva España
Jueves, 29 de enero de 2004
Bajo las nieblas de Asturias
página 31

Gustavo Bueno, peor que conservador

José Ignacio Gracia Noriega

Cuando nos topamos en la prensa con un artículo que lleva un título como «Gustavo Bueno no es conservador», puede esperarse lo peor: bien la bobalicona defensa del maestro, exponiendo que, aunque ahora esté obnubilado, sigue siendo de izquierdas, o bien el ataque frontal y el decidido arreglo de cuentas: Gustavo no solo un conservador porque es, además, un oportunista, un vendido, un lacayo, un tipo de a quien no se le entiende nada, un manipulador, y, sobre todo, un traidor. Cuando se presentó su libro «El mito de la izquierda», en la Librería Cervantes, de Oviedo (acto en el que tuve el honor de intervenir), un «socialista de toda la vida» interrumpió el discurso de Bueno, dando más pruebas de mala educación que de sentido común, para llamarle «traidor» y lanzar otra andanada contra mí, de paso. A ese veterano socialista «de toda la vida» sólo puedo responderle que en septiembre de 1976 no pertenecía al PSOE, ya que en esa fecha se hicieron los primeros «carnés», y me correspondió a mí confeccionarlos, y ese veterano no apareció por ninguna parte. Estaría prologando sus vacaciones de cuarenta años de estar debajo de la cama.

El pasado 17 de enero se publica en La Nueva España, en la sección de los lectores, un largo escrito firmado por una señora cuyo nombre no me suena, pero que tiene todo el aspecto de pertenecer a la anacrónica «gauche divine» de provincias. Según esta resuelta izquierdista «a toro pasado» (pues cuando había que dar la cara no andaba por allí), el problema de Gustavo Bueno no es que «se haya vuelto más conservador con la edad», ni que «le patinen las neuronas», sino que «lo que ocurre es que se acomoda, en realidad siempre lo hizo, a las circunstancias que en cada momento considera que le son más útiles». Es decir: trata de un oportunista. Pero de un oportunista, añado yo, imbécil o loco, porque, a comienzos de los años sesenta, cuando Gustavo Bueno llegó como catedrático a la Universidad de Oviedo, sin duda no se enteró de que el general Franco seguía mandando en toda España: porque su actitud fue decididamente antifranquista desde el primer momento. Y aquello, señora mía, acarreaba riesgos. En sus seminarios, la Policía político social vigilaba estrechamente. Gustavo Bueno iba a dar conferencias a las cuencas mineras (cosa que otros también hicimos, pero no tantos como «rojillos» hay ahora), participaba en reuniones clandestinas y por su reducido despacho de la Universidad, donde apenas cabían dos o tres personas, y lleno de libros hasta el techo, pasó toda la oposición antifranquista que entonces se movía. Si había encerronas en la Universidad, Gustavo Bueno no abandonaba el edificio, y su presencia en él era una garantía para los estudiantes. Fue, y eso no habrá quien lo niegue, el primer catedrático de Universidad de España, y durante mucho tiempo el único, que adoptó una postura clara y enérgica frente al régimen anterior. Yo le vi cotizar cinco mil pesetas a FUSOA, cantidad muy importante en aquella época para un funcionario con cinco hijos. Y, lo que son las injusticias: el régimen del general Franco no tuvo en cuenta tanto oportunismo y tanto colaboracionismo, premiándole con un condado, con un marquesado o con la cartera de Educación Nacional. Bueno llegó a Oviedo de catedrático y de catedrático se jubiló: por clamorosa injusticia burocrática.

Con la segunda restauración borbónica, Gustavo Bueno no se apuntó, como tantos otros, al carro del vencedor. No sacó prebendas ni las buscó, sino que continuó a lo suyo, enseñando y escribiendo. Esa izquierda que le rechaza, tan poco entusiasta de la libertad de expresión, no tolera que Bueno los haya criticado y que haya puesto el dedo en la llaga. Mucho menos soportan los más inteligentes y los que se dan cuenta que sus libros más polémicos, «España frente a Europa» y «El mito de la izquierda» estén escritos desde el punto de vista de la izquierda para que la izquierda reflexione. Bueno no tiene la culpa de que la izquierda haya perdido el sentido nacional, y si lo señala en lugar de ocultarlo, como venía a pedirle Carrillo, es para que no sea cómplice de error tan grave. Otra cuestión es el pintoresco reproche que le hace la señora Matilde García: su «innegable habilidad con la palabra» cuyo resultado es endilgar un «mensaje panfletario». Acaba reconociendo la señora, tal vez irónicamente, que su capacidad de discernimiento se agota ante el pensamiento de «tan célebre y mediático profesor». Es natural. ¿Es que suponía esta señora que Bueno es un «pensador facilón», a la manera de los santones Aranguren y Tierno Galván? ¡Hasta ahí se podía llegar! Por esto solo, Gustavo Bueno es peor que conservador: porque es lúcido e independiente.

 


Fundación Gustavo Bueno
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