El Mundo Domingo, 10 de agosto de 2003 |
El purgatorio de los libros página 4 |
La izquierda y el sistema métrico decimal Martín Prieto El 21 de septiembre de 1792 una comisión de la Academia de Ciencias de París definió que la diezmillonésima parte del cuarto de meridiano del globo terráqueo, era el metro, tomando así la primera generación de la izquierda una decisión universal a la que sólo se han resistido los ingleses. Ergo, el sistema métrico decimal es de izquierdas e hijo de la Revolución francesa. Peores caricaturas se han hecho de la mitología izquierdista, de las que hace eco nuestro filósofo Gustavo Bueno, catedrático de lo suyo en Oviedo, y autor de este El mito de la izquierda en el que, como entomólogo, clasifica seis generaciones: la izquierda radical, la liberal, la libertaria o anarquista, la socialdemócrata, la comunista y la asiática. Bien podría haber incluido una séptima, la iberoamericana, con el PRI mexicano, los montoneros argentinos, los tupamaros uruguayos, el socialmarxismo chileno, el senderismo peruano y hasta el aguachirle pragmático de Lula da Silva en el Brasil. Las diferencias entre ellos son abisales, y es lo que el filósofo nos viene a decir: que quien se califica de izquierdas no nos está diciendo nada si no precisa su postura ante la existencia política, y que los GAL del PSOE (asesinatos de Estado) son de derechas mientras la utilización de embriones congelados para fines terapéuticos que acaba de aprobar el PP es una decisión de izquierdas. Con notables dosis de humor el autor disecciona la que denomina izquierda fundamentalista y que es lo que coloquialmente llamamos progresía, el catecismo del progre, el Gobierno de progreso, y que se despeña por el multiculturalismo, la sociedad abierta, la tolerancia, el pacifismo, la infravaloración del nacionalismo propio, la defensa del nacionalismo fraccionario, el abolicionismo y la defensa paralela de la eutanasia, la adopción por homosexuales, la escuela pública, el vegetarianismo, el conservacionismo de la naturaleza y hasta el interés por la vida extraterrestre, cuestiones que Gustavo Bueno no condena, por supuesto, y que sirven de recetario al equipo de José Luis Rodríguez Zapatero, pero que servidas por intelectuales abajofirmantes le desesperan: «Me dicen algunos: "Es cierto que la expresión 'los intelectuales' es muy difícil de interpretar, pero sirve para entendernos." Falso. Sirve para todo lo contrario, para no entendernos en absoluto.» No es de extrañar que este libro haya provocado ya alguna agria polémica en la programación de madrugada de la TVE porque la izquierda fundamentalista es la base del PSOE, el socialismo libertario del que ha hablado Zapatero alguna vez, la progresía recuperada otra vez tras el experimento felipista, pero la ramplonería intelectual conduce a que los dos grandes partidos españoles del siglo XXI estén de acuerdo o quieran lo mismo. Ya advertía Ortega y Gasset que derechas o izquierdas son términos propios de una hemiplejia moral, y hoy la dicotomía entre PP y PSOE se achica hasta poner en crisis el segundo, lleno de dudas estratégicas con las que topa la cabeza de José Blanco, cada vez más Pepiño, aunque infatúe la voz. Con coraje moral sostiene Bueno que en puridad Espartaco no era de izquierdas, ni Pompeyo era de derechas, ni los comuneros o los imperiales de Carlos I son tan burdamente clasificables, y, por supuesto, los movimientos islamistas no son tampoco de izquierdas ni de derechas. Recuerda oportunamente que ya Marx y Engels despreciaron al pueblo vasco como carente de Historia, y se pregunta por qué en Física se considera de izquierda a Planck, Einstein, Ehrenfeit, y de derecha a Bohr o Born, contraponiéndolos como Picasso o Miró ante Dalí o Matisse que pintaron a la Virgen María, lo que no impide que un Jean-Paul Sartre atrabiliario supusiera que era imposible la existencia de un gran escritor que fuese de derechas. El autor ve el voto de izquierda en Andalucía, Extremadura o Castilla-La Mancha no como una apuesta por un nuevo modelo de sociedad sino como el deseo «...de seguir recibiendo la subvención agraria y a continuación, si les es posible, asistir como encapuchados a alguna procesión de Semana Santa». Empero, la izquierda habrá ganado por lo menos siempre una gran batalla ideológica: que la derecha se sienta incómoda, por motivos éticos, en su definición de clase expropiadora o propietaria, y que aún llegue a aborrecer el nombre de derecha. Se presentará como una derecha que ha retrocedido hasta un centro (el actual centro-derecha) que se considerará indistinguible del centro-izquierda al que también habrá tenido que retroceder la izquierda. Añadiría yo, aunque sólo sea para escandalizar a la progresía, que el pleno empleo fue propósito y logro del nacionalsocialismo hitleriano y del fascismo de Benito Mussolini, hijo del socialismo. Magnífica reflexión ésta que espero pueble la maleta vacacional de Zapatero, y cuya lectura le libre de ser devuelto al corral como pretenden tantos de sus compañeros de navegación. El libro de Gustavo Bueno es remedio eficaz para soportar las migrañas que nos provocan la Asamblea de Madrid y el concejo de Marbella, aunque no sea libro para acemileros. Decían de Eugenio D'Ors que oscurecía sus pasajes si los entendía la mucama; no es el caso de Bueno, que tiene la cortesía de la claridad, y ofrece un glosario para que no nos perdamos, por ejemplo, en el «dialecto gnoseológico», inextricable para el lector común que permanece en la disyuntiva de si el metro, la yarda o la milla marítima son de derechas o izquierdas. |
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