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La Nueva España
Oviedo, jueves 27 de marzo de 2003
Cultura, nº 602
El Milenio, página VIII

Las izquierdas según Bueno
El mito de la izquierda establece seis generaciones
de esta ideología y aboga por una séptima para el mundo global

Eduardo García Morán

Gustavo Bueno / El mito de la Izquierda La «doxa»social triunfante en el terreno político y, sobre manera, los esquemas de izquierda tan formalmente correctos reciben una severa impugnación en el ensayo que el filósofo Gustavo Bueno acaba de publicar, El mito de la izquierda (Ediciones B), impugnación que empieza con el título. Para Bueno, la izquierda es un mito porque no existe una izquierda, en singular, que reúna a quienes se oponen a la propiedad expropiada (referente de la derecha, que sólo hay una por la potencia de este paradigma), no en balde las vías utilizadas por unos u otros para disolver la propiedad difieren tanto que separan a su vez a quienes las propugnan; esto es, hay varias izquierdas. La izquierda, si no se quiere caer en el mito, «oscuro y confuso», ha de ser entendida como funcional (analógica), no como sustancial (unívoca).

Bueno inicia su trabajo con un desarrollado en profusión del término «mito». Expone que, como función, se ramifica en tres direcciones: mitos luminosos, mitos oscurantistas (y confusionarios) y mitos ambiguos (o claroscuros: especie de síntesis de los dos anteriores). Frente al mito oscurantista de la izquierda, se opone el luminoso mito de la caverna de Platón, que resuelve la interpretación del mundo con fórmulas filosóficas, científicas o prácticas. Esgrimiendo el apelativo izquierda se impide un examen que saque a la luz las diferencias nucleares entre las distintas corrientes, impedimento que pretende avalar la supuesta unidad básica de esas corrientes, que serían tales por ser meras matizaciones de la unidad. El uso mítico de izquierda sería una «estrategia ideológica» frente a otras fuerzas políticas en la lucha electoral.

Acudiendo a la Historia, la diferenciación entre izquierda (entendida como «idea de izquierda») y derecha tuvo lugar en la Asamblea francesa de 1789, al situarse los partidarios del Antiguo Régimen a la derecha del presidente de la cámara y, a su izquierda, los contrarios (revolucionarios). Así, desde criterios políticos, la izquierda del siglo XIX pretendería, en la lucha entre propietarios y burgueses, acceder al Estado para destruirlo (anarquistas), controlarlo (socialistas) o tomarlo (comunistas); pero con ser esto relevante desde el materialismo filosófico, Bueno señala al Estado como el motor de la aparición de la izquierda y derecha, no la lucha de clases, por cuanto la desaparición del propio Estado es una «metahistoria». Desde el sintagma «idea de izquierda», el filósofo recalca que a él no pertenecen ni los movimientos no racionales ni los movimientos que, aún racionales, no sean universales. La razón es una de las cuestiones en la que más énfasis pone el libro: la autodenominada izquierda conserva la línea de unión que se estableció entre la Ilustración y la razón. Aclarar qué es la razón es imprescindible para abrir el concepto de izquierda, y una forma de arribar a la razón está en la gnoseología que tensa su materialismo filosófico, una de cuyas premisas es el binomio «regressus-progressus»: se impone regresar a la naturaleza originaria de la razón, que no sería la ideología, sino la «práctica» de los fundadores de las ciencias modernas: Newton, Laplace, Lavoisier, Condorcet..., porque el regreso supone la descomposición del todo que se aborda (la razón en el caso que nos ocupa) en sus partes formales, es decir, las mínimas imprescindibles para poder volver a reconstruir ese todo. Con el regreso, o proceso sintético de las partes analizadas hasta sus raíces, se arroja luz sobre el todo (la razón), más allá de las apariencias y de las convenciones.

Lo que se trata de decir es que el racionalismo científico se ha de aplicar a la sociedad política, que, desde la Revolución francesa hasta hoy, se erigirá en la Nación política, que no étnica o histórica (véase España frente a Europa) basada en la voluntad común de los individuos, o átomos, racionales, una vez que se produjo la racionalización analítica y sintética que acabó con las formas que presentaba el Estado del Antiguo Régimen y fundó otras morfologías estatales sobre los derechos humanos de libertad e igualdad, aunque dentro de unas fronteras geográficas definidas, como necesarias para llevar a efecto el dialelo (círculo argumentativo por el que se empieza admitiendo lo que se va a demostrar). Para Bueno, es asimismo insostenible identificar a la izquierda con el progresismo porque es gratuito formular una idea de progreso indefinido.

Atendiendo a su carácter analógico (no unívoco o sustancial) y funcional, el autor diferencia entre la clase de las izquierdas definidas por medio del Estado y la clase de las izquierdas indefinidas o que carecen de un referente político, tipo el Estado, y donde hallaríamos a las vanguardias artísticas, a los movimientos antisistema, a los intelectuales críticos... De los seis géneros que se distinguen dentro de las izquierdas definidas (los que vertebran este ensayo), el primero sería el de la izquierda revolucionaria de la Asamblea francesa de 1780 y cuyo proyecto consistió en hacer a los hombres ciudadanos, esto es, libres e iguales, y, desde ellos, transformar el Estado monárquico en una Nación política guiada por los derechos fundamentales. Azaña, en España, siglo y medio después, sería un izquierdista evolucionado de este primer género, que tuvo en Jovellanos y otros liberales un apunte prístino de izquierda nacional; y es la izquierda liberal la conformada en torno a la Constitución de 1812, la misma que se enfrentó en la década de los años veinte del siglo pasado a la dictadura de Primo de Rivera (Ortega y Unamuno, entre ellos), la que se clasifica como segunda generación de izquierdas, continuadora en nuestro país de la transformación del medievo en modernidad, aunque una continuación no radical, como fue la francesa de finales del XVIII.

Gustavo Bueno

La tercera generación lleva el nombre de libertaria. Los anarquistas se definen no sólo por oponerse al «progressus»de las dos primeras izquierdas, sino por promover un «regressus» que no tendrá que finalizar en la destrucción del Estado antiguo: todo Estado ha de ser aniquilado. El anarquismo, que hay que diferenciarlo del nihilismo en sus concepciones iniciales, le sirve al profesor para impartir una lección sobre las discrepancias entre Bakunin y Marx, siempre con el Estado como punto de partida de los dos, resultando que las izquierdas posteriores a Bakunin siguieron a Marx, de tal manera que la cuarta generación de izquierdas es la socialdemócrata, organizada después de la guerra entre Francia y Prusia; para los socialistas, lo esencial es que, partiendo de los principios revolucionarios de 1789 y del marxismo en cuanto que el Estado debe de ser controlado por los trabajadores (que en la práctica, en España, fue más un control burgués-socialista-ilustrado que proletariado-socialista), la nación ha de ser un «Estado Social de Derecho». La izquierda comunista es el quinto género de izquierdas, y orbita en torno a la Unión Soviética, que «siguió una vía que en cierto modo reproducía la vía bonapartista, a través de la fundación del Imperio soviético, por cuanto presuponía que únicamente podía llegarse a un comunismo universal desde la plataforma de un Estado comunista firmemente asentado y actuando sobre los demás Estados». La sexta y última generación de izquierdas que diseña Bueno es la asiática, la maoísta, encarnada por la República Popular China y por el Partido Comunista Chino. Pese a estar generada, como la socialdemócratas y la comunista soviética, por Marx, posee las características, suficientemente nucleares para diferenciarse de ellas, pues sus características están guiadas por 2.500 años de cultura confuciana, que subraya el «supuesto de la inmanencia de la vida social, que ve en la sociedad política (el Estado) una continuación con la familia, como Supremo Bien».

Tras aludir a ideas como «memoria histórica» o «presente» y a acontecimientos como la Revolución de Octubre de 1934 o la «democracia» actual, Bueno centra la cuestión en nuestro país. Sostiene que no ha de hablarse de izquierdas en España antes de la Constitución de 1812, viendo en el «ámbito de la izquierda napoleónica, representada por los afrancesados», la primera generación de izquierdas, y la segunda, por los liberales doceañistas, y la tercera, por los anarquistas. El socialismo y el comunismo son las otras dos corrientes, que protagonizaron el siglo pasado. Y hoy, la democracia es la medida que permite «la convergencia, en un centro democrático, de las izquierdas entre sí y con la derecha (...), lo que implica que las líneas políticas fundamentales están borradas en lo esencial; el acuerdo se ha producido por fin entre "las dos Españas", pero el desarrollo se ha profundizado y renovado no ya entre "las dos Españas", sino entre las cuatro, cinco o diecisiete, o entre aquellas partes de España cuyos representantes ni siquiera "se sintiesen españoles" (PNV, Batasuna, Ezquerra, etcétera)».

El filósofo entiende que el referente futuro para la izquierda en el mundo, tras más de dos siglos y un planeta globalizado por el Imperio de EE UU, no puede ser el Estado nacional; aboga por un pivote «continental y supranacional» para que una nueva izquierda, la séptima, tenga «algo que hacer y que decir» ante la pobreza y la superstición. Esta izquierda tendrá que surgir en una de las «grandes unidades históricas y culturales en las que está repartido el Género humano», que son el Continente anglosajón, el hispánico, el islámico y el asiático, y no la Unión Europea, que carece de homogeneidad.

Con todos estos argumentos, El mito de la izquierda, que está construido tomando como suelo el materialismo filosófico y como techo la Teoría del Cierre Categorial, es un texto que aclara el tupido bosque político-ideológico a partir de un criterio lógico, racional (en el sentido científico), el criterio de Estado, por el que éste es desmenuzado hasta llegar a los individuos, que son indivisibles justamente por individuos (átomos racionales), y, a continuación, el autor procede a la reconstrucción (holización) de ese Estado, a la manera como el científico puede recomponer un cuerpo desde sus células; conforme a la estrategia holizadora que se siga, estaremos ante una izquierda determinada, no ante la izquierda en absoluto, que no existe, que es una idea metafísica, y esta determinación sólo es en función de una Nación política, nunca biológica, étnica, histórica o cultural. Estamos ante un ensayo cardinal para la historia del pensamiento político y para los políticos de izquierdas realmente existentes.

 


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