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El País
Madrid, sábado 7 de julio de 2001
Babelia
nº 502

La Fábula de la Felicidad
La Fábula de la Felicidad
Ser feliz parece haberse convertido en una obligación. De la filosofía a la autoayuda, las disciplinas más diversas siguen reflexionando en torno a un concepto que, tanto en Oriente como en Occidente, tiene mucho de mito necesario.

¿Es la felicidad un mito necesario?

Texto: Josep Ramoneda. Un grupo de pensadores, teólogos, psiquiatras y escritores reflexionan en torno a un concepto escurridizo que se mueve entre la exaltación y el descrédito. A la vez realidad y deseo, ser feliz es, para algunos, uno de los ingredientes de la propia existencia. Para otros, un sentimiento inseparable de la desdicha.

«Está dentro de nosotros», Juan José Millás (escritor)

Conozco a un escritor que aborrece la fama, aunque al abrir el periódico se busca hasta en las necrológicas y, cuando no sale, se cabrea. Quizá conseguir lo que odias sea una forma de felicidad, como lo es, sin duda, abominar de las instituciones, pero ser académico. O anarquista, pero catedrático. O tonto, pero subsecretario. La felicidad y la desdicha forman una amalgama en la que no es posible distinguir o separar sus elementos originales. Por eso, en los instantes de mayor desventura somos atacados por un golpe de beatitud. O en las situaciones de bienestar absoluto atraviesa una nube el horizonte. La felicidad no es un mito, en fin, sino algo real, que está dentro de cada uno de nosotros del mismo modo que el estaño y el cobre se hallan en el interior del bronce o el hierro y el carbono en el del acero. Pero es imposible separarla del conjunto, de ahí la tentación de negar su existencia. Por volver a uno de los ejemplos anteriores, ¿cómo saber dónde acaba el subsecretario y comienza el tonto? O, más difícil todavía, ¿cómo averiguar si uno es más feliz por subsecretario que por tonto? ¿Acaso el bronce es más bronce por el estaño que por el cobre? ¿O más acero el acero por el hierro que por el carbono? Desde luego que no. Pues ahí es donde queríamos llegar.

«Es un mito necesario», Gustavo Bueno (filósofo)

Si tomamos mito entre comillas en el sentido amplio de «ideal inalcanzable» y tenemos en cuenta que el término «felicidad» comprende variantes muy diversas, muchas de ellas incompatibles entre sí (por ejemplo: «La felicidad es la ausencia de dolor», «la felicidad es el placer», «la felicidad es el conocimiento verdadero», «la felicidad es la justicia», «la felicidad es el poder», «la felicidad es el ideal de los plebeyos», etcétera, etcétera), entonces podemos concluir que el mito de la felicidad es necesario. Es decir, que cualquier alternativa al mito de la felicidad ha de poder expresarse por medio de alguna de sus variantes.

«Es un estado de conformidad», Almudena Grandes (escritora)

Para hablar de la felicidad hay que empezar por definirla. Usando una acepción más o menos objetiva podría decirse que es un estado de conformidad con lo que uno es y con la vida que uno lleva. Luego está la felicidad relacionada con la euforia, con una especie de borrachera, que es a la vez un mito necesario y una realidad, puesto que sucede. Una de las cosas más curiosas en torno a la felicidad es, no obstante, lo desacreditada que está intelectualmente. De mi última novela, por ejemplo, algunos criticaron que tuviera final feliz. Si en un libro cuentas hechos horribles (un suicidio, un crimen, la violación de una hija por su padre... cosas que suceden pero no son demasiado habituales), nadie te reprocha que escribas cosas improbables, pero si cuentas una historia de amor que termina bien, enseguida te dicen que estás relatando un imposible. Más allá del descrédito intelectual en el que se encuentra actualmente, la obligación de los seres humanos –en esto estoy de acuerdo con los ilustrados– es perseguir la felicidad. Es, además, el sentido de la vida, el principal objetivo. Todo lo que nos pasa no es más que un precio que pagamos buscando ese objetivo.

«Es real», Luis Rojas Marcos (psiquiatra)

Para mí la felicidad no es un mito. Es un sentimiento placentero que acompaña a la vida personal. Un sentimiento que dependiendo de la persona provoca emoción intensa, placer, o lo que se llama paz interior o del espíritu. No es un mito porque las estadísticas demuestran que entre el 65% y el 85% de las personas dicen estar satisfechas con la vida en general. Y ello depende de un componente genético y de la capacidad de adaptación y relación, del optimismo y de las experiencias en la infancia. Es decir, la felicidad no es un mito, es real. Es necesaria para la conservación del ser humano, pues si no hay motivación para procrear no hay continuación de la vida. La satisfacción es necesaria y explica la evolución del ser humano desde el homo sapiens. Aunque existen lo que yo llamo los «cuatro ladrones de la felicidad». Primero, el dolor que es incompatible con la felicidad, sobre todo en los casos de cáncer. En segundo lugar, el miedo, el temor a la muerte, a ser violado, las fobias. También la depresión, porque quita la esperanza y sin ella no se puede ser feliz y, por último, el odio, que es el combustible de muchas tragedias.

«Es una meta», Enrique Miret Magdalena (teólogo)

Más que un mito es un ideal, una meta más o menos alcanzable que ayuda a las personas a desarrollarse y alcanzar lo que llamamos la felicidad humana. Un ser humano es un ser que tiende siempre a la felicidad y que no puede estar satisfecho si no hace algo para conseguirla tanto para sí mismo como para los demás.

«Sabio, luego feliz», Carlos Castilla del Pino (psiquiatra)

El ser humano trató siempre de evitar el sufrimiento y, al fracasar, fantaseó con un «estado», la felicidad, en el que todo devendría en placer. Paradigma, el mito del paraíso, de la felicidad no lograda, sino regalada. La religión alimentó el mito entre los menesterosos sin remedio de cualquier índole, a los cuales, ¿qué otro recurso puede quedarles sino el de la aceptación del mito de la felicidad, aunque sea como promesa y en algún otro mundo? Ese mito ha sido socavado desde siglos, desde la filosofía griega hasta nuestros días, pero sólo entre élites muy concretas. Nadie plantea hoy seriamente la felicidad al modo de esa meta mítica. En contraste, hay una alternativa racional, que también tiene una larga tradición en la filosofía occidental y, bajo otras formas, también en la oriental, a saber, el de la sabiduría, o dicho más claramente, el de la felicidad desde la sabiduría. Creo que hay que reivindicar, en este mundo actual de sabedores, a veces sabedores eminentes, pero no de sabios, lo que es la sabiduría: saber quién se es para así vivir de acuerdo a sus preferencias, y construirse una vida como hábitat confortable. Es sabio quien consigue amar y ser amado, se apasiona con su quehacer, goza de la amistad leal e inteligente, y de los libros que puede leer una y otra vez, y de la música que no se cansa de oír, y de los cuadros que no cesa de ver... Y aleja y despacha fuera de su mundo lo que considera estúpido, cruel, feo, incluso incómodo. Sabio, luego feliz: nada más (ni nada menos).

«Es una utopía», Javier Echeverría (filósofo)

La felicidad es un mito que forma parte del deseo humano de completud, del deseo de encontrar la satisfacción completa. Pero el hombre es un ser escindido entre el bien y el mal, y ante esa escisión sólo cabe buscar el máximo bien, algo que siempre será un fin irrealizado. Como leibniziano, creo que hay que pensar también el mal, no sólo el bien. Hay que pensar también la desdicha y la desgracia. Forma parte de la labor del filósofo. Nunca se da lo uno sin lo otro. Sin mal no hay bien, y viceversa. Nunca se ha dado. Esa dialéctica forma parte de la constitución social y cultural humana. Así pues, la única posibilidad de alcanzar la felicidad está en la búsqueda del bien mayor, una búsqueda que no termina nunca, que nunca se completa. Por eso la felicidad no sólo es un mito, sino que es también una utopía.

«Es una disposición innata», Francisco Brines (escritor)

La felicidad es una disposición innata de la naturaleza humana, reforzada por la experiencia obtenida, tan repetidamente, en la infancia. En la juventud, por desearla tan intensa y continuadamente, se convierte en una utopía. Si rebajamos mucho su esplendor podemos hacerla nuestra, a lo largo de nuestra vida, en bastantes ocasiones. El mito sólo se hace realidad en los santos: aquellos que sólo aspiran a realizarse desde el ofrecimiento y nada esperan recibir de nadie. Existen, aunque son invisibles.

 


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