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La Nueva España
Sábado, 29 de enero de 2000
Avilés. Sierra de proa
página 12

Alfredo García Oliveros
Bueno y las drogas

Gustavo Bueno

La responsabilidad del consumo de drogas no recae de una manera directa ni sobre el traficante ni sobre el entorno social ni sobre nada que no sea clara y llanamente la figura del propio toxicómano. Él es el principal responsable de su problema de adicción y, en segundo término, inmediatamente después, la familia, «que algo tendría que ver».

Ésa es la opinión del catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Oviedo Gustavo Bueno, expuesta el pasado jueves en las Jornadas sobre drogas y menores que el colectivo Itaca-España ha organizado en Avilés, ante un público integrado, en su mayoría, por profesionales relacionados con el ámbito de las drogodependencias.

La tesis que defiende el profesor viene a ser algo así como una bofetada a lo políticamente correcto para una sociedad tan acostumbrada a tratar entre algodones a los toxicómanos y a exonerar de culpa a las familias.

El profesor Bueno, poseedor de esa envidiable facultad que le permite a uno decir lo que realmente piensa, trató de darle la vuelta al calcetín del manual de la ortodoxia en cuestión de drogodependencias. Aunque más que al calcetín, lo que recibió un vuelco en manos del profesor fue la pirámide de responsabilidades en torno a este problema.

Una pirámide que tiende a arropar, con o sin razón, al toxicómano, que se erige en una figura siempre metamorfoseada en víctima del sistema (así, en genérico). En lo alto de la pirámide del filósofo no aparecen ni los traficantes ni el Estado: aparece el toxicómano como individuo, que si no se le trata como a un enfermo entonces se desvela como persona que ejerce su derecho a consumir lo que quiera.

Tal planteamiento ha sentado como una patada, especialmente entre los que piensan que el consumidor no siempre es plenamente consciente de su conducta y ni mucho menos de las consecuencias personales que le acarreará esa adicción.

Gustavo Bueno no piensa así. Asegura que «si mantenemos una concepción de respeto al consumidor, eso exige hacerlo responsable, ya que, de lo contrario, se convierte en una máquina descompuesta». El profesor dice que frente a una sociedad que clama constantemente con frases apelando al papel de la Policía o de cualquier otro agente externo, hay que recordar el grado de responsabilidad que tienen las personas más cercanas al toxicómano. El filósofo apuntó que «las familias deben hacerse responsables del consumidor, porque si está en esa situación, alguna culpa tendrán... no sólo van a ser los traficantes los culpables».

Gustavo Bueno comenzó aclarando lo que, en su opinión, representa el término droga. Toda una exposición para demostrar que ese concepto no sólo es relativo, sino que se aleja de la idea que casi todo el mundo tiene de la droga. Un término complicado en extremo, que sufre multiplicidad de metonimias, deslices semánticos y abusos, en suma.

Droga puede ser todo o puede no ser nada. A lo que no parece muy dispuesto el profesor es a considerar determinadas sustancias que forman parte de una determinada cultura que nos es propia como droga. Un vaso de vino, un cigarrillo... nada de eso debe considerarse droga. El conflicto se resume en la relación, correcta o no, que se establece entre el hombre y las drogas, los alimentos y los medicamentos.

La cuestión es complicada. Entre la multitud de ramificaciones con que adornó su discurso, no faltó el roce que el concepto de droga puede tener con las iglesias, tanto budistas como católicas, en las que, en su opinión, hay más que predicación: «Están el incienso, las luces, la propia comunión... Son estímulos físicos extrasomáticos que actúan por vía óptica o nasal, pero que funcionan como drogas».

Como alternativa al problema de las drogas, Bueno defendió la evolutiva o dialéctica, que establece la incompatibilidad de las culturas y aclara un poco más lo que es droga para nosotros y lo que constituye un elemento contra el que hay que luchar porque se presenta como una invasión ante la que hay que reaccionar.

Pero lo que entre la mayoría de los asistentes más descolocó fue ese gesto que nos hizo ver a Gustavo Bueno quitándole una especie de máscara al toxicómano, para anunciar algo así como: «Señores, aquí tienen al máximo responsable del narcotráfico; si él no consumiera drogas, no tendríamos ese problema».

Puede que con ese propósito el profesor intercalara en su discurso una anécdota personal. Cuenta que hace años unos alumnos suyos procedentes de París estaban empeñados en que entrara a formar parte de «la élite de los consumidores de LSD». Con tal fin, fue invitado en una ocasión a consumir las pastillitas. Pero el profesor preguntó por los efectos de esa droga. La respuesta, tal como lo contó ayer Gustavo Bueno ante un público expectante, fue: «Mire, es que todos los problemas filosóficos que tenemos planteados quedarán resueltos... Con esta droga no necesitará seguir dándole vueltas al asunto... hasta le impedirá hablar». En esto último encontró el profesor la pega: «A mí, una droga que me promete la sabiduría y la felicidad, pero que me impide hablar, no me interesa en absoluto».

Lo dicho, para Bueno, el máximo culpable es el toxicómano. Es una opinión.

 


Fundación Gustavo Bueno
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