La Nueva España Oviedo, Martes, 27 de enero de 1998 |
Sociedad y Cultura página 42 |
Gustavo Bueno |
Emilio Alarcos ha muerto. Confieso que la noticia me ha cogido, como a todos, enteramente desprevenido. Todo hombre es mortal, y en muchos casos sabemos que alguien está cerca de su muerte; no era éste el caso de Emilio Alarcos. Su vida era la ordinaria en él: tertulias, reuniones, clases, sesiones en la Academia de la Lengua, conferencias, presentación de libros, artículos, etcétera. La muerte le ha llegado de improviso, de un modo envidiable, como en un accidente, y nos ha sobrecogido a todos, es decir, a todos sus amigos (los demás no cuentan: quienes le insultaron en vida no existen propiamente, o, si se prefiere, sólo existen como larvas o como lémures). El vacío que deja a los amigos su muerte es un vacío real. La presencia de su figura, de su sonrisa irónica, de su voz vibrada, de la transparencia de sus gestos, de su simpatía, de su palabra ingeniosa y sabia, se ha ido para siempre de nuestros escenarios cotidianos. Aquí sólo cabe el dolor –el que siente Josefina, sobre todo, sus hijos, sus hermanos y sus amigos–, y ese dolor es la medida exacta de aquel vacío que, por consiguiente, no hay por qué disimular con palabras o ceremonias hueras. Pero, como persona, Emilio Alarcos sigue vivo, porque, reconocido universalmente como maestro, sigue hablando a través de sus discursos, de sus artículos, de sus libros. Allí están, para quien quiera o pueda utilizarlos, los instrumentos necesarios para el análisis científico, en lengua española, de las más diversas hablas peninsulares y, en particular, para el análisis científico de las hablas (de los bables) de Asturias. Un análisis científico que pudo llevar a cabo precisamente porque dominaba un lenguaje más potente, como metalenguaje gramatical, a saber, el español. Y Emilio Alarcos sigue hablando ahora, tras su fallecimiento, no solamente en español, sino sobre el español. Podemos verle ya como lo que es, como un clásico: su «Gramática de la lengua española» está llamada a desempeñar en la nueva coyuntura mundial de auge del español el papel de canon que correspondió a la «Gramática» de Nebrija en el momento en el cual comenzó España a salir de sus fronteras tradicionales. Alarcos pertenece ya a la historia de España, y pertenece a la historia de Asturias en la medida en que esta historia es una parte de aquélla, es decir, un eslabón de la historia universal. Hablamos de historia hoy con demasiada ligereza, por ejemplo, al hablar de «autonomías históricas». Sólo hay historia cuando hay historia universal, es decir, cuando los sucesos particulares están formalmente concatenados con el sistema de la historia universal. Cuando esto no ocurre, seguirá sin duda habiendo antropología, pero no historia. Y cuando lo que algunos buscan precisamente es desconectar el proceso particular de una parte del proceso universal (como pretenden hacer muchos vascos, muchos catalanes y algunos asturianos), entonces lo que se logra con esa desconexión no es una historia o un relato histórico, sino un relato antropológico, por no decir folklórico. Asturias tiene historia, es decir, es un pueblo histórico, precisamente a través de la historia de España, que a ella, además, le correspondió iniciar. Y ésta es la perspectiva adecuada para poder medir el significado, tras su fallecimiento, de Emilio Alarcos. Cualquier intento de eclipsar su figura con «historias locales» será un intento cuyo alcance no traspasaría los límites tribales, de interés etnológico indudable. La obra y figura de Alarcos se dibujan a una escala distinta de aquélla en la que se mueven ciertos asuntos locales, incapaces de desbordar los límites de una parroquia. Pues Emilio Alarcos pertenece a la historia de España a través del español. Emilio Alarcos ha muerto, pero su obra sigue viviendo porque sigue actuando para la historia. |
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