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La Nueva España
Oviedo, 12 de agosto de 1997
Tribuna
página 32

José María Laso Prieto
Gustavo Bueno y la cultura

Ha constituido un gran acierto de la Editorial Prensa Ibérica –integrante del grupo empresarial de La Nueva España– publicar la obra del profesor Gustavo Bueno «El mito de la cultura». El libro citado ha superado ya tres ediciones en pocos meses y la cuarta lleva el mismo ritmo de venta. Tan inusitado éxito editorial, para una obra de contenido teórico, refleja el gran prestigio que como pensador ha alcanzado el fundador de la denominada Escuela de Filosofía de Oviedo. Por muchas razones, Gustavo Bueno está considerado como el más destacado pensador español actual y uno de los filósofos mundiales contemporáneos más originales y de mayor relieve. Así lo presentan ya numerosos diccionarios y enciclopedias filosóficas de diversos países. Entre ellas, la muy prestigiosa Europäische Enzyklopädie zu Philosophie und Wissenschaften, que dirige el profesor Hans Jörg Sandkühler, en la que Gustavo Bueno ha desarrollado ampliamente uno de sus temas más importantes: el del concepto filosófico de materia.

Gustavo Bueno ejerce la función crítica desde los vestuarios
de las minas a los estudios de televisión

Ahora bien, Gustavo Bueno no sólo se ha acreditado como un gran filósofo académico y original teorizador de la función de la ciencia, sino también como un activo filósofo mundano. Como un Sócrates de nuestro tiempo, toma frecuentemente partido, con claridad y contundencia, sobre temas muy candentes como son, entre otros, los riesgos de los nacionalismos y sus falacias, la gradual degradación de la enseñanza a todos sus niveles, la burocratización e ineficiencia de la Universidad, el impuesto religioso, el origen animal de las religiones, las trampas y peligros de la OTAN, el papanatismo «europeísta» de muchos ingenuos, la falacia del pensamiento único, la manipulación informativa de los grandes medios de comunicación. Como nada humano le es ajeno a Gustavo Bueno, ejerce una función crítica constante utilizando diversos foros: desde los vestuarios de las minas de carbón a los estudios de la televisión, pasando por toda clase de tribunas y auditorios. Incluido el andamiaje donde se clausura una manifestación obrera. En todos esos foros, Gustavo Bueno define conceptos y categorías, profundiza en el origen de los más diversos fenómenos, establece analogías esclarecedoras, desmitifica y racionaliza textos, tesis y opiniones, oscurece lo que parecía obvio y desentraña lo oculto. Es decir, que, como el alegórico animal denominado basilisco, «tritura» la realidad para conocerla mejor y que la humanidad pueda asimilar su parte positiva. Cumple así Gustavo Bueno con su misión de Sócrates de nuestro tiempo.

Tan diversas actividades no le han impedido al filósofo asturiano publicar libros de la importancia de «El papel de la filosofía en el conjunto del saber» (1970), «Etnología y utopía» (1971), «Ensayo sobre las categorías de la economía» (1972), «La metafísica presocrática» (1974), «La idea de ciencia desde la teoría del cierre categorial» (1976), «El individuo en la historia» (1980), «El animal divino, ensayo de una filosofía materialista de la religión» (1985), «Symploké» (1987), «Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión» (1989), «Nosotros y ellos» (1990), «Materia» (1990), «El sentido de la vida (seis lecturas de filosofía moral)» (1996) y «El mito de la cultura» (1997). A todo ello deben agregarse los cinco primeros volúmenes publicados, de su magna obra «Teoría del cierre categorial», del total de quince de que va a constar esta ingente obra, y los libros con interrogante «¿Qué es la filosofía?» y «¿Qué es la ciencia?», ambos publicados en 1995. Además, Gustavo Bueno ha publicado innumerables artículos de tema filosófico o científico, tanto en la prestigiosa revista «El Basilisco» –por el propio Gustavo Bueno fundada– como en muchas otras revistas de toda índole. Con tan fecundo balance de obra y actividades, bien debe considerarse que su trayectoria vital pueda calificarse como la de una vida plena. Por ello, no pueden sorprender los honores y homenajes que se le están prodigando: el homenaje que cinco entidades culturales y la Universidad de Oviedo le rindieron en 1990, su nombramiento como hijo adoptivo de Oviedo y de hijo predilecto de Santo Domingo de la Calzada, el de «Asturiano del mes» que recientemente le otorgó La Nueva España, etcétera. La cesión, por el Ayuntamiento de Oviedo, del edificio del antiguo Sanatorio Miñor para sede de la recién constituida Fundación Gustavo Bueno permite augurar que tal edificio se va a convertir pronto en un gran centro de trabajo científico-filosófico que contribuirá a prestigiar todavía más a la ya muy prestigiosa «Escuela de Oviedo» nucleada en torno a la figura de Gustavo Bueno.

Con tan fecundo balance de obra su trayectoria vital
puede calificarse como la de una vida plena

Se ha dicho de la obra «El mito de la cultura» que es un libro tramposo. Así, según el profesor Carlos Iglesias, «es un libro tramposo porque aparenta menos de lo que en realidad es. Oculta, quizás a propósito o por carencia de espacio, todo un trasfondo subyacente a afirmaciones vistosas, o quizás, y es lo más probable, porque Bueno nos ofrece todo un armazón geométrico de lo que debe ser todo un análisis histórico en regla». Por ello, para facilitar la tarea de sus futuros lectores, voy a concretar algunos temas, sobre la base de las respuestas del autor a una entrevista que le hice para una revista. «El mito de la cultura» podría hacerlo consistir en la exaltación y la sacralización de una realidad compleja y heterogénea (la cultura, en sentido antropológico que se expresa en la definición de Tylor) cuando ella se sitúa en su conjunto, sustanciándola y erigiéndola como «la expresión del genio creador del hombre» (como si no hubiese culturas animales y como si todos los contenidos que rodean al género humano –por ejemplo el «teorema de Pitágoras»– fueran contenidos culturales). Este primer «movimiento», de exaltación y sacralización de «la cultura en general», distorsiona, por su carácter metafísico, la posibilidad de una concepción materialista del hombre y puede considerarse como una secularización del mito teológico del «Reino de la Gracia». Otro «movimiento constitutivo del mito –no siempre convergente con el anterior– consiste en la exaltación y sacralización de esa «totalidad compleja»; las partes constitutivas –las que constituyen la llamada «cultura circunscrita»– y que, según épocas y lugares, se manifiestan en formas diversas: ópera italiana, teatro de máscaras, etcétera, se erigen en valores por el mero hecho de ser partes de una cultura determinada. «El mito de la cultura» se deriva del ejercicio de una «pereza intelectual» que considera como valores a unos contenidos culturales por el mero hecho de serlo (como si la silla eléctrica o el circo romano, con sus gladiadores y fieras, no fueran también parte de la «cultura occidental» antigua o moderna). Así, «El mito de la cultura» nos pone muy cerca del relativismo cultural más radical: cualquier contenido cultural constituye un valor y, además, armónicamente compatible con otros contenidos culturales. Pero el campo de exterminio de Dachau formaba parte de la «cultura nazi», y las faltas de ortografía de los estudiantes de un barrio de Murcia podrían ser consideradas, por las APA de su instituto, como formando parte de la «cultura del barrio». Este mito es muy peligroso debido a que la sustantivación de una cultura, asociada a una región, nación, etcétera, más que contribuir a mantener los vínculos con otras regiones o nacionalidades, lleva a romperlos, en nombre de una separación de principios entre supuestas identidades culturales irreductibles, basadas en la idea del «Estado de Cultura» de Fichte. De este último en Alemania se pasó a la idea de cultura de Bismarck (Kulturkampf) hasta culminar en la exaltación del germanismo en el libro «El mito del siglo XX» del nazi Alfred Rosemberg.

 


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