El País Madrid, 14 de marzo de 1983 |
1883-1983 Centenario de la muerte de Marx páginas 10-11 |
Gustavo Bueno |
Las relaciones entre Marx y el materialismo dialéctico sólo pueden ser establecidas por vía de interpretación, puesto que Marx no sólo no escribió tratado alguno sobre el particular, sino que ni siquiera utilizó la expresión materialismo dialéctico (una expresión que, insinuada por Engels, habría sido acuñada por Kautsky –según decía Lefèbvre– o por Plekhanov –como cree Kolalowski–). Pero esto no significa que las relaciones de Marx y el materialismo dialéctico sean externas y anacrónico el mero planteamiento de la cuestión. Si las interpretaciones externalistas no son gratuitas, tampoco carece de fundamento todo un conjunto de interpretaciones que convienen en defender la existencia de un nexo interno y profundo entre el pensamiento de Marx y el materialismo dialéctico (y esto sin necesidad de identificar el materialismo dialéctico con la versión consagrada como doctrina oficial, por la Unión Soviética, con el Diamat). Tan sólo podemos dedicar aquí dos palabras a los argumentos a favor de las interpretaciones internalistas. Pueden estas interpretaciones comenzar concediendo que la obra de Marx se mantiene en el recinto del materialismo histórico y que el campo de este materialismo histórico es superponible, curiosamente, con el campo recorrido por la Filosofía del espíritu de Hegel: derecho, economía, sociedad civil, clases sociales y clase universal, estado, historia, guerras, religión arte... Pero esto no significa que el tratamiento dado por Marx a este campo no fuera materialista por un lado y dialéctico por otro, y por tanto que no implicase, al menos en su ejercicio, las ideas centrales en torno a las cuales se organizará el sistema del materialismo dialéctico. Ideas que habrían sido ya representadas por Engels en términos tales que Marx no pudo menos de haber conocido y aun compartido. El materialismo histórico de Marx nos remite, pues, según este primer tipo de interpretaciones, no sólo a las realidades envolventes a las cuales pretende referirse el materialismo dialéctico (la materia, la naturaleza), sino también a la formulación de esas realidades en términos de una dialéctica peculiar, de la que Engels habría ofrecido los primeros esbozos (en cierto modo, por encargo de Marx). Por lo demás, no es fácil precisar qué pudo significar para Marx el materialismo dialéctico o, si se prefiere, la dialéctica de la naturaleza y el anti-Dühring. En general, no es fácil precisar qué significa el materialismo dialéctico desde la perspectiva del materialismo histórico marxista. Desde luego, parece que es posible decir que no significa sólo el regressus especulativo hacia unos horizontes metafísicos (o bien ontológicos) que dejasen intactas las líneas de un materialismo histórico previamente trazado y sólidamente asentado sobre la investigación empírica. Este regressus acaso tuviera mucho que ver con el proceso mismo interno del desarrollo del propio materialismo histórico. En efecto, lo que se llama materialismo dialéctico cobra su verdadera figura al oponerse tanto al llamado materialismo mecánico, por un lado, como al llamado idealismo dialéctico por otro. Es cierto que el concepto de materialismo mecánico es muy incorrecto, pero con él se quiere designar, ante todo, al fijismo, el que cristalizó (según Jaeger) en la concepción aristotélica del mundo como conjunto de formas eternas o, al menos, invariantes, y llegó, a través de los siglos, hasta nosotros. (Engels cita, como pilares del materialismo mecánico, al sistema astronómico de Newton y al sistema de la naturaleza de Linneo, que suponía las especies vivientes invariantes desde el momento en el cual fueron creadas por Dios). Por contraposición, el materialismo dialéctico apuntará a la idea del movimiento. Pero el movimiento es una categoría central para el materialismo histórico, en cuanto ligado a una práctica revolucionaria que ve a las cosas no como se ve el objeto lejano (Objekt), independiente, como el astro, de la acción de los hombres, sino como se ve aquello que se nos ofrece como algo que resiste a nuestra actividad, que se nos enfrenta (Gegenstand). En este sentido, el materialismo dialéctico recogería plenamente la herencia del idealismo, su lado activo. Materialismo e idealismo Pero el materialismo dialéctico se opone también al idealismo dialéctico, y esta oposición no puede reducirse a una mera sustitución de palabras (materia en lugar de espíritu). Se trata de una vuelta del revés (Umstülpung) del idealismo hegeliano, una inversión sistemática, ejercida en muchos puntos del sistema y, ante todo, en el punto de intersección entre la naturaleza y el espíritu. Materialismo no significa aquí meramente realismo, según pretende una interpretación muy corriente. Significa inversión de las relaciones que Hegel estableció entre la naturaleza y el espíritu. Mientras la naturaleza es para Hegel la materia, pura negatividad (y la filosofía natural un simple prólogo de la filosofía del espíritu), para Marx la naturaleza es una realidad positiva y actuante, sólo por cuyo intermedio es posible el desarrollo de la historia (digamos, del espíritu). El materialismo dialéctico aparece entonces como un componente interno del mismo materialismo histórico («un día, las ciencias naturales englobarán a las ciencias del hombre»), en tanto éste va ligado a una práctica verdaderamente revolucionaria, es decir, a una práctica que no habrá de ser entendida como un proceso meramente subjetivo-voluntarista, ni siquiera como una revolución cultural, sino que exigirá el desarrollo de las fuerzas naturales de la producción, la revolución industrial (imposible al margen del desarrollo de las ciencias naturales) y, en su caso, la crítica de las armas. El regressus desde el campo del materialismo histórico hacia las regiones del materialismo dialéctico, no es necesariamente una huida especulativa de la Tierra hacia la región de las abstracciones celestiales: es un modo de explicitar los componentes del tratamiento revolucionario que reciben las cosas más inmediatas de la Tierra. La interpretación internalista de las relaciones entre Marx y el materialismo dialéctico, particularmente en la versión desarrollada en la Unión Soviética (y cuya máxima estilización se alcanza en el folleto de Stalin Materialismo dialéctico y materialismo histórico), resulta a muchos simplista y grosera. Sobre todo cuando se concibe el materialismo dialéctico (que comporta la lógica dialéctica y la dialéctica de la naturaleza como si dijéramos: la lógica y la física de los antiguos estoicos) como la parte general y previa del materialismo histórico, que sería una aplicación particular suya. Pues la lógica dialéctica parece un proyecto irrealizable, y la dialéctica de la naturaleza, la verdadera pars pudenda de la obra de Engels (como lo habría sido la filosofía de la naturaleza dentro del sistema hegeliano). Según esto, el materialismo histórico, es decir, el marxismo en el sentido más estricto, debería desligarse de esa doctrina escolástica, fruto del dogmatismo que emana del poder del Estado y de un Estado que tiene que ver algo con el Gulag. Una doctrina que sería externa y postiza al materialismo histórico. Semejante tesis puede sostenerse de dos maneras principales: o bien sugiriendo que el materialismo histórico no es materialismo (en el sentido naturalista del materialismo antes subrayado,), aunque sea dialéctico, o bien sugiriendo que el materialismo histórico no es dialéctico, aunque sea materialismo. Humanismo marxista La primera manera de desligar el marxismo, en cuanto materialismo histórico respecto del materialismo dialéctico, podría considerarse ejecutada por el llamado marxismo existencialista (Sartre), o por el humanismo marxista (Mondolfo, Fromm). La dialéctica habrá que referirla a la conciencia, al ser para sí, que es contradictorio por esencia. El terreno propio de la dialéctica es la subjetividad. Una subjetividad que, precisamente en cuanto espíritu subjetivo, constituiría el más genuino contenido del materialismo marxista, si creemos a Mondolfo: «Frente a la concepción hegeliana, según la cual la subjetividad no era otra cosa que 'materia de la astucia de la razón' universal, Marx y Engels reaccionan afirmando que esa pretendida materia de la astucia de la razón –es decir, los hombres, la humanidad– era en cambio la verdadera realidad, central y fundamental del mundo y de la historia.» Ahora bien, este materialismo humanista (en el que podría incluirse al «principio esperanza» de Bloch y a los teólogos de la revolución). ¿No es, salvo en el nombre, puro idealismo y aun idealismo subjetivo, psicologismo? A nuestro juicio, el materialismo histórico de Marx dice referencia inequívoca inmediata no ya, por supuesto, a una materia social o subjetiva, ni siquiera a una materia o realidad que sustituyese a la idea, sino a la materia de las ciencias naturales, a la naturaleza. Desde esta perspectiva nos parecen más cercanos al materialismo histórico todos aquellos cultivadores de las ciencias del hombre (de la historia económica y social, de la antropología ecológica, de la geografía humana), que postulan la necesidad metódica de enfocar el estudio de la humanidad como conjunto de sistemas que se desenvuelven en sus correspondientes entornos ecológicos, de los que dependen energéticamente y a los cuales, a su vez, configuran. A fin de cuentas, los precursores del llamado materialismo cultural (desde White hasta Wittfogel) se consideraron, encubierta o descaradamente, discípulos de Marx. Más aún, el marxismo, en cuanto a materialismo histórico genuino, ¿no podría reexponerse en términos de un materialismo naturalista, desligándolo de la dialéctica? ¿Acaso la dialéctica de Marx no puede ser explicada como mera reliquia de una metafísica bárbaro-germánica? Sería tan sólo una forma externa que podría desprenderse del marxismo sin alterar su sustancia. Pero, ¿es esto realmente posible? Porque, aun prescindiendo de su verdad, ¿se conservaría el sentido del materialismo histórico cuando eliminamos la dialéctica disuelta en las construcciones de los Grundrisse o El capital? La respuesta a esta pregunta –una respuesta basada en un análisis pormenorizado de los textos– tendría que ser, a nuestro juicio, negativa. Por ejemplo, la eliminación de la dialéctica de las construcciones del materialismo histórico alteraría su pathos revolucionario, porque el naturalismo se convertiría en gradualismo, y, mejor aún, en la tesis de la invariancia de la naturaleza humana, incluso en el principio de la igualdad en cuanto él pueda oponerse al principio de la fraternidad que inspira la Crítica al programa de Gotha. Si las contradicciones se reducen al ámbito de la subjetividad (contradicciones entre enunciados que pueden ser resueltas mediante aclaración de las palabras), ¿no quedaría desplazada la teoría de los conflictos sociales al terreno de la teoría de los conflictos individuales-psicológicos? El significado de las relaciones entre los hombres en el proceso histórico pasaría a subordinarse al significado de las relaciones de los hombres con la naturaleza. Una naturaleza finita, cuyos recursos habrá que administrar parsimoniosamente frente a la naturaleza dialéctica, infinita e inagotable. Eliminada le dialéctica, ¿no se desvanece la idea marxista del significado irreductible de la humanidad, una humanidad infinita que quedaría reducida a la condición de una especie zoológica más, cuyos individuos se mueven por el principio del placer o, al menos, de la mayor satisfacción? Pero esto se parece más al pensamiento de Bentham, de Jevons o de Simons que al de Marx. Si, en cambio, se introduce la dialéctica y se la considera objetiva, aunque sea inicialmente con la objetividad propia del mercado capitalista, de las luchas sociales y políticas, entonces es probable que sea preciso otra vez iniciar el regreso a la dialéctica de la naturaleza y a alguna forma del materialismo dialéctico –aunque no sea la del Diamat. Es demasiado sencillo llegar a creer que las especulaciones alejandrinas sobre la Trinidad eran fruto del ocio de un clero ligado al poder del Estado, y que no tenían nada que ver con la fe viva del pueblo llano, aquel que buscaba la salvación en Cristo. Gustavo Bueno es catedrático de Filosofía en la Universidad de Oviedo. |
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