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Gustavo Bueno

La democracia soy yo

[ 2 diciembre 2009 ]


Crece la impresión, expresada en diferentes medios, de que el Gobierno de Zapatero, democráticamente elegido sin duda, mantiene sobre todo en los últimos meses (acaso cuando acabó reconociendo la realidad de la crisis) una cierta actitud de enrocamiento y de distanciamiento respecto de los grandes acontecimientos cotidianos que suceden en España: cierre de fábricas, con las consiguientes protestas de los trabajadores, incremento del paro, manifestaciones de agricultores y ganaderos, consultas referéndum secesionistas, aumento de alunizajes, &c.

Parece como si el Gobierno de Zapatero contemplase lo que está ocurriendo como quien contempla desde un puente bien alzado la turbulenta corriente de un río alborotado que discurre bajo sus pies. Laissez passer.

Por ejemplo, el Fiscal General del Estado, a finales de noviembre, revela que hay 730 causas abiertas contra cargos públicos por corrupción (43 de Coalición Canaria, 30 de CIU…, 200 del PP y 264 del PSOE). Pero el Ejecutivo no se inmuta, confía en el trabajo del Poder Judicial de nuestro Estado de Derecho. Ante el caso Alakrana, el Gobierno tarda varias semanas en reaccionar públicamente, acaso porque prefería continuar discretamente una infatigable gestión del chalaneo, acaso necesario. Ante los frecuentes y humillantes incidentes a que están sometidos los barcos españoles (pesqueros, de la Guardia Civil…) con los de la Armada Británica en las aguas de Gibraltar, el Gobierno permanece callado. De minimis non curat praetor.

Ante la impaciencia de tantos periodistas catalanes, estimulados por la inacabable deliberación del TC sobre el Estatuto, Zapatero no se intranquiliza. Se limita a expresar su confianza en la sentencia que producirá el Tribunal a su debido tiempo, confiando en que tal sentencia será la mejor posible, pero sin aclarar el significado de la expresión “la mejor posible”: unos interpretarán que confía en que el Alto Tribunal deje pasar la redacción actual del Estatuto, y otros interpretarán que confía en que la rectifique a fondo.

¿Cómo interpretar esta “actitud distanciada” del Gobierno respecto de los acontecimientos más notables y alarmantes de cada día?

No creo que pueda hablarse de pasotismo, ni siquiera de autismo, en el sentido psicológico, porque la actividad del Presidente y de sus Ministros-Ministras en proyectos a largo plazo es incesante, incluso frenética: mítines fervorosos, promoción de la Ley del Aborto, negociaciones y subvenciones a artistas e intelectuales circunflejos, en cualquier tipo de asuntos que tengan que ver con la Memoria Histórica…

Podría sin embargo hablarse, acaso, de un “autismo ideológico”, el que es propio de un Pensamiento Alicia que, convencido de los fundamentos inconmovibles de su decisión de dirigir su mirada hacia lejanos horizontes –alianza de civilizaciones, pacifismo perpetuo, libertad, igualdad y solidaridad, economía de sostenibilidad indefinida…– se vuelve impermeable ante las críticas del exterior y se encierra en su burbuja alejado de las minucias del presente.

Pero hay algo más: el pensamiento Alicia no sólo permanece en las nubes de su ideología; desde ellas atiende a las minucias, a su modo, y se acompaña de un pragmatismo rasante –Plan E, política de subvenciones a las masas de parados, concesiones a los sindicatos cautivos, subida de impuestos para recaudar urgentemente fondos para la Hacienda pública y, sobre todo, actuaciones fundadas en cálculos electorales: si la clausura de la central nuclear de Garoña significan 200.000 votos de ecologistas, la central se cierra; si la Ley del Aborto equivale a medio millón de votos de feministas, la Ley del Aborto se acelera; si la amistad con Chávez, Morales, Castro y Zelaya mantiene la esperanza a los dos millones de la “izquierda transformadora” se mantendrá la amistad diplomática con ellos.

Sería la combinación de una fe ciega en el fundamentalismo democrático con un pragmatismo rasante (el pragmatismo picoteador de quienes conocen la buena disposición con la cual el “pueblo” adicto suele percibir su política) lo que explicaría este aparente distanciamiento del Ejecutivo respecto de los asuntos públicos a corto plazo. Zapatero, conociendo a su pueblo, pone los ojos en el ideal y las manos en el cajón del pan, porque sabe, o cree saber, que mientras gane las elecciones, “la democracia soy yo”. Y algún asesor más sutil, que hasta ha leído a Ortega, le sugerirá el siguiente añadido: “y como yo soy yo y mi circunstancia, diré que la democracia soy yo, mi consejo de Ministros y mi mayoría parlamentaria que me ha elegido, con la condición de que me siga eligiendo de un modo sostenible”.

Gustavo Bueno

[ Texto solicitado por La Gaceta. Se sigue el original del autor, fechado 2 de diciembre de 2009. ]