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Gustavo Bueno

Un breve comentario sobre el artículo de José Antonio Primo de Rivera,
Germánicos contra bereberes, quince siglos de historia de España

[ Escrito a petición de José María García de Tuñón Aza para su recopilación José Antonio, otra mirada, formada por cincuenta artículos originales sobre José Antonio, aún no publicada. Texto inédito hasta el 6 de marzo de 2023. ]


El artículo que José Antonio Primo de Rivera escribe en la cárcel de Alicante, poco antes de su fusilamiento, se caracteriza por un potente sistematismo, que trata de reconstruir la Historia de España (por no decir, la estructura misma de España) a partir de un esquema dialéctico, a saber, la oposición entre dos pueblos, germanos y bereberes. Desde este esquema la primera crítica que José Antonio se ve forzado a hacer es la crítica al monismo, a la concepción de España «como una especie de fondo o substratum permanente sobre el cual desfilan diversas invasiones, a las que nos hace asistir como solidarios con aquel elemento aborigen»; una crítica contra la concepción que ve a España como un pueblo único que, como si fuera un sujeto pasivo, hubiera recibido una y otra vez sucesivas invasiones (fenicias, cartaginesas, romanas, godas, africanas) permaneciendo sin embargo igual a sí mismo. Objeta José Antonio: «¿Por qué nosotros, los españoles, tendríamos que identificarnos más con los indígenas peninsulares que con los romanos o con los godos que los invadieron?» Como pueblo, somos antes historia, destino («proyecto», decía Ortega) que geografía o pretérito.

Frente al esquema monista del pueblo intemporal (que recuerda a la intrahistoria de Unamuno), José Antonio presupone las fórmulas orteguianas: todo pueblo es el resultado de la interacción de unas minorías y unas mayorías; las mayorías hacen a las minorías, y de ahí la necesidad de jerarquía y de disciplina. Por tanto la historia de España no es la historia de las invasiones «que sufre un pueblo intemporal»; la historia de España no es la historia de los españoles contra los romanos, contra los godos, contra los moros… porque España y los españoles resultan de la lucha entre otros principios, son el resultado, como toda sociedad, de esa interacción entre minorías y mayorías, y, por tanto, no cabe considerarlas como las mayorías que reciben las invasiones minoritarias y pasajeras. Pero, ¿cómo identificar a estas minorías y a estas mayorías? José Antonio acude a un criterio que recuerda asombrosamente aquel que el conde de Boulainvilliers (Histoire de l'ancien gouvernement de la France) utilizó en el siglo XVIII para reconstruir la historia de Francia: «Hay dos razas de hombres en el país [Francia]: francos y galos… todos los francos fueron gentilhombres y todos los galos plebeyos… los galos se convirtieron en sujetos, los francos fueron amos y señores… después de la conquista los francos originarios han sido los verdaderos nobles y los únicos capaces de serlo.»

¿Cómo poner en correspondencia este esquema con la historia de España? Por de pronto habría que saltar sobre la tesis orteguiana de los visigodos degenerados, los que darán lugar a la España invertebrada. Parece como si José Antonio hubiera pasado por alto esta tesis fundamental de Ortega: los visigodos son sencillamente germanos, son para España lo que los francos, según Boulainvilliers habrían sido para Francia. Al elemento germánico corresponde el espíritu aventurero, emprendedor, que se percibe aún en el norte. ¿Quiénes son los galos de España, los plebeyos, la mayoría? Habría que pensar en los iberos, incluso en los celtíberos, mezclados con ellos. Pero hoy podríamos decir, como también antes se decía (en la época de la teoría capsiense del iberismo), que los iberos están más cerca de los bereberes que de cualquier otra raza o cultura; incluso hoy día esta tesis debería incluir a los propios vascos, una vez analizado el cromosoma 6 y la comparación de las raíces lingüísticas comunes entre el euskera y lenguas norteafricanas.

La visión monista de la historia de España, podríamos decir, sería la visión de España desde la perspectiva ibera, «gala», la de los sujetos pasivos, moldeados por los invasores. La visión dualista está en cambio en armonía con los propósitos programáticos joseantonianos de fuerte coloración orteguiana, en función de la doctrina de las minorías y de las mayorías.

Sabemos, por otra parte, que el esquema dualista de Boulainvilliers actuó más tarde de modos muy diversos. Así, el abate Siéyès utilizó el esquema dualista para hacer la apología del «tercer estado», subrayando su origen galo-romano; otros como Augustin Thierry, en su célebre Relatos de los tiempos merovingios, utilizó en esquema de Boulainvilliers desde la perspectiva de una fusión de las costumbres entre las dos razas.

¿Cabría hablar pues de racismo en el artículo de José Antonio? A nuestro juicio la respuesta sería afirmativa, porque germanos y bereberes son entendidos allí como razas diferentes, si bien según un racismo sui generis, que valora en la raza, tanto o más que sus caracteres estrictamente zoológicos, sus cualidades espirituales; pero racismo a fin de cuentas. Como sigue siendo racismo el celtismo extendido en las comunidades de Galicia y Asturias (aquí en forma grupuscular).

En cualquier caso el esquema dualista de José Antonio permite reinterpretar la Reconquista no ya como la lucha de los españoles para recuperar a los árabes el terreno perdido; porque la Reconquista es la lucha de los cristianos (a través de los godos) contra los moros (los bereberes). Este esquema raciológico nos parece hoy muy poco fundado, porque los godos fueron muy pocos, en cuanto soporte genético, y por supuesto lo mismo habría que decir de los árabes (si bien José Antonio se refiere más bien al elemento bereber de las invasiones musulmanas). El conflicto entre moros y cristianos es un conflicto político ideológico más que un conflicto racial, y esto dicho a pesar de las célebres tesis de Américo Castro acerca de la tolerante convivencia de las tres religiones en la época de San Fernando, tesis mantenida a partir de la inscripción funeraria del padre de Alfonso X el Sabio. La incompatibilidad entre musulmanes y cristianos era absoluta; la religión musulmana y la religión cristiana eran inmiscibles, cosa que no ocurría con sus razas respectivas. Es posible el cruce genético entre un cristiano y una musulmana, entre un bereber y un germano; pero el cruce entre sus culturas respectivas es imposible en lo fundamental: no se puede ser a la vez polígamo y monógamo, ni se puede ser a la vez unitarista y trinitarista, por mucho diálogo irenista y buena voluntad que se ponga por delante. Las Cortes de Valladolid de 1258 ordenan que «los moros que moran en las villas que son pobladas de cristianos que anden cercenados alrededor o el cabello partido sin copete e que trayan las barbas largas, como manda su ley nin trayan cendal nin peña blanca nin paño tinto si non como dicho es de los judíos, nin zapatos blancos nin dorados e el que los trujiere que sea a merced del rey». Por supuesto a los moros no se les permitía seguir practicando «su abominable culto»; las mezquitas entraron en el reparto: tres se adjudicaron a los judíos para sinagogas, una a los mercaderes genoveses y el resto a la iglesia de Sevilla.

La tesis contenida en este artículo de José Antonio representa salva veritate una posición original en el conjunto de las teorías «bifactoriales» acerca de la estructura y la historia de España.

Niembro, 10 de julio de 1998