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Gustavo Bueno

Ut pictura, poesis

[ Para la exposición Re-nacimientos del pintor Juan Carlos Román - Oviedo, 24 febrero 1995 ]


(*) Fragmentos de Ut pictura, poesis. Oviedo 24 de febrero 1995

(…) En la instalación-ostensorio de Juan Carlos Román confluyen, en resolución, términos que generalmente se consideran opuestos y siempre de un modo disyuntivo, como si fueran imposibles de conjuntar: Naturaleza (o Arte) y Cultura, pero también Escultura, Pintura y Poesía. Y con esto se reaviva la cuestión que Lessing planteó en su Laocoonte en torno a los límites entre la Pintura (o Escultura) y Poesía. Y se reaviva también la cuestión sobre los límites que Cassirer trazó entre la Naturaleza y la Cultura ¿Cómo resistir a la tentación de considerar conjuntamente dos cuestiones en tanto se remiten la una a la otra?

Algunos (y no sin razón) comenzarán por no comprender bien los motivos del empeño en separar la poesía y la pintura (o escultura). Pintura (o escultura) y poesía tienen muchas cosas en común; otra cosa es determinar en cada caso cuáles sean ellas. Horacio en su Epístola ad Pisones, nos indicó algunas: «Como la pintura, la poesía atrae la atención unas veces cerca, otras si estás lejos; a veces sólo gusta una vez, otros diez veces seguidas…» Además, añadía Horacio, tanto los poetas como los pintores tienen el mismo poder, y debemos reconocérselo, para emprender toda clase de audacias…

(…) Las formas escultóricas o pictóricas que tienen que ver con los huevos, ¿cómo podrían dejar de ser imitativas de los huevos fenomenológicos, prácticos? Si lo hicieran, no podría decirse siquiera que son huevos lo que representan. Los ovoides que aparecen en proyección plana en una tela no son huevos reales, sino pintados, semejantes a los reales; no son figuras geométricas analíticas, sino empíricas. Podré reexponer algebraicamente su silueta, como podría reexponer algebraicamente la silueta de una nariz, por la función de su curva, pero la nariz, o el huevo, no es una forma geométrica construible a partir de principios, sino la expresión geométrica de una forma viviente. El huevo pintado en la tela es además un huevo fenoménico, superficial, una apariencia que encubre mucho más de lo que descubre; no sólo porque se me presenta desde su cara exterior, dejando a su interior en la sombra, sino porque se me da separado de su contexto propio. Pero por su forma exterior el huevo es una apariencia, y no una realidad, y no sólo en el arte sino también en la naturaleza. Porque aquí la cáscara no sólo encubre el contenido sino otras formas que aparecen como huevos vivientes y que no son origen de la vida, como los huevos blancos o los huevos de serpiente. Pero el huevo estrellado, con la yema visible, es un huevo que ya ha perdido contacto con la vida que le es propia (aunque pueda contribuir a la vida de otros depredadores). Lo decisivo es esto: que es irrelevante que el huevo figurativo representado en el ostensorio artístico (el cuadro, o la alacena) sean mímesis o copia de la realidad, o sean la realidad misma (mejor: una parte de-generada, un huevo huero, o muerto, o blanco). La prueba es que el huevo figurado en el ostensorio, pintado o esculpido, puede, en el límite, ser una imitación perfecta, como lo era la mosca pintada por Apeles; y, si lo es, lo será porque no se distingue de la apariencia real, mas que sopesándolo, tocándolo, es decir, no contemplándolo «especulativamente», como se contemplan los cuadros o las esculturas de una exposición. Luego tanto da que el huevo figurado sea una mímesis o una parte de la realidad supuesta en el ostensorio. El arte no residirá propiamente en el hecho de imitar (una mera habilidad) sino en la composición de la figura imitada con otras, composición que implica unión con otras figuras y separación o selección de terceras, es decir, operación. Tan cerca está por tanto el ostensorio de la realidad que ésta puede convertirse por sí misma en ostensorio, y con ventajas notables en el caso de los huevos. Pues mientras que el huevo pintado o almacenado quedará siempre inserto en un espacio (por ejemplo en un plano) finito y delimitado, encuadrado por el marco, un espacio sobre el cual se proyecta o en el cual se almacena, la superficie misma del huevo, aunque finita, es limitada, como el espacio einsteiniano. Ahora los huevos podrán comenzar a ser soportes de pinturas también ilimitadas, podrán comenzar a ser huevos pintos…

(…) El huevo, en cuanto objeto artístico o cultural, ¿no habrá de ser también necesariamente un símbolo operatorio? Todo parece invitarnos a afirmar que efectivamente un huevo sólo podrá comenzar a ser objeto artístico cuando aparezca insertado en un contexto simbólico, en el sentido dicho. Y entonces la pregunta primera habrá de ser la siguiente: ¿con qué otros términos deberán componerse los huevos para que éstos alcancen el «estado de Gracia» que adquieren como contenidos del reino de la Cultura, para dar lugar a una «obra de arte» consistente? Sin duda, los términos deben pertenecer al mundo de la vida, que siempre vida orgánica. En cuanto símbolos internos los huevos han de estar ligados a los organismos vivientes, y muy en especial a los animales. Porque el huevo, como símbolo, se nos aparecerá como el fragmento de un animal previamente despiezado, pero susceptible de recomponerse. Fragmento de un animal (pez, reptil, ave) que sólo al componerse con otros animales podrá recuperar su sentido pleno. Un huevo exento, aislado, no podría ser, desde luego, símbolo de nada: acaso únicamente podría desempeñar el papel de «proyecto de símbolo» que quien lo contempla tendrá que contemplar. Ahora bien, en las instalaciones de Román los huevos no aparecen exentos, sino concatenados con otros objetos ¿Mediante qué objetos puede alcanzar el huevo el significado de un símbolo interno, y no delirante? No podría alcanzarlo si sólo apareciera compuesto con cosas o incluso con otros huevos. Porque el huevo sólo adquiere su significado interno por relación a otras cosas que no sean huevos. Es una mera ingeniosidad atenerse a aquella «idea» de Buttler, considerar a la gallina únicamente como un eslabón que liga a un huevo con otro huevo: «la gallina es un mecanismo por el cual un huevo consigue transformarse en otro huevo»; ingeniosidad ligada a la pregunta acerca de quién fue primero, si el huevo o la gallina, y a su respuesta: lo primero fue el huevo. Pero lo primero, hablando de aves, no fue ni el huevo (de gallina) ni la gallina, sino un reptil, y antes aún un pez, y antes aún algo que a su vez era huevo y gallina, a saber, la célula que se multiplicaba por escisión directa. Y desde ahí vemos hasta qué punto el huevo es una parte del organismo, un fragmento que se segrega de él para reproducirlo: el huevo es un mecanismo mediante el cual el organismo, la gallina se transforma en otra gallina…

(…) Sólo cuando los huevos naturales, pintados o esculpidos, se entretejen con el orden de las palabras, siempre implícitas, podrá llegar a alcanzar el estado de Gracia, del mismo modo que sólo por la palabra el místico podía representar lo que él decía experimentar de modo inefable. El consejo que Goethe daba a los escultores («escultor, trabaja y no hables»), ¿no iba dirigido en realidad a conseguir su silencio, y no sólo verbal, sino plástico? ¿Cómo podría existir una obra de arte plástica sin letreros, sin textos, es decir, sin literatura? Sólo del mismo modo a como la literatura podría existir sin imágenes. Ut pictura, poesis.

[ En el tríptico de la exposición de Juan Carlos Román, Ruptura y Renacimiento, Trayecto Galería, Ramiro de Maeztu 10, Vitoria (1 marzo-15 abril 1995). ]