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Gustavo Bueno

Consideraciones relativas a la estructura y a la génesis del campo de las “ciencias psicológicas” desde la perspectiva de la Teoría del cierre categorial

[ 1993 ]


Introducción

§1. ¿Hasta que punto la teoría de las ciencias psicológicas es parte interna de la Psicología?

Teniendo en cuenta que nuestras consideraciones sobre las ciencias psicológicas van a ser hechas ante un auditorio constituido por distinguidos psicólogos profesionales, me ha parecido oportuno anteponerlas de una Introducción que bien pudiera ser interpretada como introducción galeata.

En efecto: no faltarían motivos para defender la opinión según la cual el tratamiento de las cuestiones (de estructura o de génesis) que tengan que ver con la teoría de las ciencias psicológicas, corresponde propiamente al psicólogo; tesis que podría retraducirse de este otro modo: «las cuestiones (de estructura o de génesis) que tengan que ver con la “teoría de las ciencias psicológicas” forman parte integrante de estas mismas ciencias psicológicas» (cuando hablamos de «ciencias psicológicas» tomamos «ciencia» no ya en la acepción popular del español, ya en Berceo, de «saber hacer algo» –por ejemplo, saber manejar a un cliente–; ni siquiera en la acepción escolástica de la «ciencia como doctrina sistematizada, axiomatizada» –por ejemplo, la llamada «Psicología racional»–; sino en la acepción de «ciencia positiva», institucionalizada, en gran medida, mediante su diferenciación moderna de la praxis prudencial o técnica, por un lado, y de la doctrina escolástica o filosófica, por otro). Por lo demás, los motivos de referencia podrían ser agrupados bajo dos grandes rúbricas representativas de los motivos de carácter general, por un lado, y de los motivos de carácter específico (por relación a la Psicología) por otro.

(1) «A cada ciencia le corresponde su propia autoconcepción, la delimitación, desde dentro, de su campo, la determinación de sus métodos y la evaluación crítica de sus resultados» (son los matemáticos quienes únicamente pueden decidir si un teorema geométrico propuesto es, o no es, aceptable; si un método es, o no es, fértil). A contrario: sería absurdo que, desde el exterior de una ciencia dada, se intentase delimitar su campo, decidir el grado de cientificidad de sus teorías, en nombre de una idea apriorística de ciencia aplicada externamente al caso. Cada disciplina científica, que es la que conoce la estructura de su propio campo, es también la que puede establecer el grado de cientificidad y la idea de ciencia que, desde ella misma, puede abrirse camino. Pero un caso particular de esta situación general es el constituido por la Psicología. Ergo…

Sin embargo, estos razonamientos genéricos tienen muy poca fuerza en tanto se fundan en el equívoco del concepto de la «autoconcepción». Sin duda, el campo de cada ciencia se delimita «técnicamente» desde dentro; asimismo, desde dentro brotan los métodos y los criterios de evaluación (precisamente por ello, la teoría del cierre categorial no comparte las pretensiones de algunas teorías de la ciencia mantienen en el sentido de erigir, como cuestión central suya, la cuestión de la «evaluación» de las teorías). Si distinguimos, en cualquier ciencia, una capa básica y una capa metodológica (que es, en cierto modo, la misma capa básica considerada en su proceso de crecimiento y metabolismo) daremos por cierto que únicamente cada ciencia es la responsable de la estructuración de su capa básica, así como también, por tanto, de la organización de su capa metodológica; y es obvio que todo cuanto tenga que ver con la formulación técnica de estas capas puede ponerse debajo del rótulo de la autoconcepción, una autoconcepción que adjetivaremos, a fin de entendernos, como «técnica». Sólo que tales objetivos no agotan el concepto vago de autoconcepción. La teoría de la ciencia, entendida como lógica material de las ciencias, puede defender la tesis según la cual la autoconcepción de una ciencia, además de autoconcepción técnica, es también, y ante todo, autoconcepción gnoseológica, es decir, determinación, a través, por ejemplo, de la comparación de las capas metodológicas o básicas de las diferentes ciencias, del lugar relativo que una ciencia dada ocupa en el conjunto constituido por la «república de las ciencias». Tampoco tenemos que subestimar la influencia que los conceptos obtenidos de esta comparación de métodos (por ejemplo, el concepto de inducción, o el de falsación, o el de retroducción) puedan ejercer sobre los métodos de una ciencia determinada, una subestimación que podría llevarse a cabo en nombre de la doctrina que privilegia el «ejercicio» de la lógica utens respecto de su «representación» («no es necesario dominar las reglas escolásticas del silogismo para razonar correctamente»). Nos será suficiente distinguir en la expresión «autoconcepción de una ciencia» el sentido técnico y el sentido gnoseológico.

Ahora bien, las fórmulas de autoconcepción relativas a la estructura y génesis del campo de una ciencia dada, sin perjuicio del sentido técnico inmanente que ellas tengan, sólo alcanzaran su plenitud precisamente en función del contraste y comparación con la estructura y la génesis de los campos de otras ciencias. La autoconcepción gnoseológica es, según esto, ante todo, un proceso que requiere internamente coordenadas externas, prácticamente, una teoría de la ciencia, que contenga una clasificación de las ciencias como parte formal suya. «Autoconcepción gnoseológica de una ciencia» equivale principalmente, según la entendemos, a adscripción de esa ciencia a una de las clases o tipos de ciencia establecidas por la teoría general, tomada como canon. Por tanto, la autoconcepción de una ciencia es fundamentalmente una tarea crítica (de clasificación). Una ciencia que pretendiese alcanzar su autoconcepción partiendo de una idea de ciencia moldeada desde ella misma procedería de un modo tan absurdo como procedería el individuo (el «hombre volante» de Avicena) que pretendiese fijar su posición en el espacio-tiempo absoluto. La pretensión, por sí misma, equivaldría a la rotura de la Idea de ciencia, que quedaría resuelta en una polvareda de disciplinas autodenominadas equívocamente, en principio, «científicas», en virtud de criterios declarados incomparables. La misma «Mariología», o bien, la «Teología dogmática», podría reivindicar, con todo derecho, su condición de ciencia, como lo reivindicaba, hace años, por boca de Karl Barth, cuando afirmaba que es la propia teología evangélica la que debía determinar qué ha de considerarse «conocimiento científico», defendiendo la tesis de que la «ciencia de Dios» sólo puede apoyarse en Dios, en su revelación. Las críticas que Heinrich Scholz hizo a Barth son, sin duda, las críticas de un lógico que comienza por establecer las condiciones generales que una disciplina deberá cumplir para poder ser considerada como disciplina científica. O, dicho en nuestros términos, para poder ser eventualmente homologada con las disciplinas de cierta clase frente a otras, mediante la confrontación imprescindible con todas ellas{1}.

Ahora bien, si la autoconcepción gnoseológica de una ciencia implica una idea de ciencia capaz de hacer posible la confrontación de disciplinas muy heterogéneas (y exteriores, por tanto, a la dada), para que una ciencia cualquiera, por el hecho de serlo, pudiera ejercitar internamente el «trámite» de su autoconcepción gnoseológica, debería poder representar en su propio campo a las demás ciencias, es decir, debería disponer de conceptos categoriales capaces de intervenir formalmente en la construcción de la idea gnoseológica de la ciencia en cuestión. Pero este no es el caso general; y así, la ocurrencia de un bioquímico, como D. T. Campbell, arriesgándose a formular la «naturaleza» misma de la Bioquímica, diciendo que ella «es un proceso en el cual unos grupos de aminoácidos se vuelven sobre otros grupos de aminoácidos» no rebasa los límites de una metáfora por reflexividad espacial («volverse sobre»).

(2) Consideremos ahora los motivos agrupados en la segunda rúbrica, los específicos. Estos motivos actuarían aun retirados los motivos examinados en la primera rúbrica, los que hemos llamado genéricos, los que se derivan de la ciencia en su razón misma de ciencia. Pues la Psicología, tiene una específica competencia en todo aquello que se refiere a la «vida o conducta cognoscitiva»; y las ciencias son, sin duda, una parte importante de esa vida o conducta y, según algunas escuelas, la parte más importante, incluso la pars totalis. (Los cartesianos mantuvieron la tesis de que el conocimiento verdadero es precisamente y únicamente, el verdadero conocimiento, y sólo puede llamarse tal al conocimiento claro y distinto, al conocimiento científico: un conocimiento oscuro y confuso, o inseguro, es decir, no científico, según el criterio, no es ni siquiera conocimiento). En este sentido se comprende la tendencia a asignar, desde siempre, a la Psicología, las tareas propias del análisis de las ciencias. No sólo en la tradición aristotélica (cuya lógica formal desempeñó en algunas escuelas –que definían a la lógica como la ciencia de los tres actos de la mente; todavía Boole tituló su obra maestra Laws of Thought– las funciones propias de una psicología cognitiva del concepto, o del juicio, o del razonamiento), también en la tradición de Bacon-D’Alembert (procedente, en rigor, de Huarte de San Juan) las categorías psicológicas fueron utilizadas ampliamente para servicios gnoseológicos (nos referimos al célebre criterio, que es psicológico, de la clasificación de las ciencias en «ciencias de la memoria», «ciencias de la imaginación» y «ciencias de la razón»). Sería ocioso recordar aquí a la Epistemología genética de Piaget, una psicología orientada al análisis del «incremento del conocimiento» que culmina en el conocimiento científico y, en particular, a su audaz intento de aplicarse al esclarecimiento de los problemas más profundos que se plantean en torno a la evolución histórica de las ciencias; y, por supuesto, a muchas direcciones de la psicología cognitiva (¿acaso las ciencias no son instituciones organizadas para procesar información y sistematizarla según pautas características?).

Pero si a la Psicología se le reconoce competencia específica en todo cuanto concierne al análisis de las ciencias, como instituciones cognitivas, ¿no habrá también que reconocerle a fortiori las competencias más propias en todo cuanto concierne al análisis de la génesis y estructura de su mismo campo científico? Dicho de otro modo: ¿cómo podrían no corresponder a los psicólogos las tareas propias del análisis de la misma ciencia psicológica? ¿Cómo podría la Psicología desentenderse de las tareas constitutivas de su propia autoconcepción? De hecho, podrían ponerse muchos ejemplos en sentido confirmativo. Hemos citado algunos procedentes de las escuelas afines a la psicología cognitiva. Pero también cabría citar otros procedentes del conductismo. ¿Acaso la «conducta científica» –sobre todo cuando se la considera desde una perspectiva operacionalista– no es un ejemplo eminente de conducta «exploratoria», que comporta ensayos y errores, resolución de problemas, conducta operante? También es verdad que, a juzgar por ciertas conclusiones irónicas de Skinner (es cierto que en vena «antiteoricista») los resultados específicos de un tal análisis serían de este tenor: «los aparatos a veces se rompen», o bien: «hay gente con suerte»{2}.

Por nuestra parte no podríamos negar a la Psicología, en modo alguno, las competencias que le son propias para el análisis o autoconcepción técnica de multitud de componentes de las instituciones científicas que tengan que ver con los procesos cognitivos, con el procesamiento de la información, con la conducta exploratoria, o con el control de la conducta. Lo que negamos de plano es la adecuación de las categorías psicológicas para el tratamiento de cuestiones estrictamente lógicas (o sociológicas, o históricas) como lo son las cuestiones gnoseológicas que giran en torno a la génesis y estructura lógico material de los campos científicos y, por tanto –lo que a muchos sonará a paradoja–, a las cuestiones de génesis y estructura relativas a su propio campo. No procede, en esta ocasión, suscitar de nuevo el debate del psicologismo. Nos limitaremos a aducir, como único argumento en favor de nuestra tesis, la aplicación al caso del argumento general que hemos expuesto en el punto anterior: la «autoconcepción gnoseológica de una ciencia» tiene lugar únicamente a partir de la confrontación de esa ciencia con otras, mediante una determinada teoría de la ciencia (puesto que, sin duda, son posibles diferentes modos de llevar adelante una tal confrontación: cuatro fundamentales, según nuestra propia concepción: descripcionismo, teoreticismo, adecuacionismo y circularismo). Por consiguiente, no es posible que desde la Psicología pueda llevarse a efecto la autoconcepción gnoseológica de la Psicología; es imprescindible confrontarla con otras ciencias, y esa confrontación, al desbordar, por sí misma, las categorías psicológicas (que, obviamente, deben darse como presupuestas) no constituirá propiamente un contenido de la Psicología como ciencia.

Es preciso, en resolución, explícita o implícitamente, disponer de un sistema de coordenadas gnoseológicas determinado en el momento de suscitar las cuestiones relativas a la génesis y estructura gnoseológica del campo de la psicología como ciencia. Por lo que hemos dicho sería absurdo comenzar objetando a esta afirmación algo así como un «apriorismo», en nombre de una supuesta necesidad de atenerse al entendimiento de la psicología, «desde ella misma», por ejemplo, instituyendo, como propuso R. W. Coan, hace unos años, un «análisis factorial» de las «dimensiones efectivas» de las teorías psicológicas{3}. De acuerdo con nuestros presupuestos este proceder es inadecuado, y lo que de él podremos obtener son resultados de otro orden, sin duda también importantes (el trabajo de Coan, por ejemplo, podría incluso servir para demostrar que la Psicología, en cuanto disciplina, y en lo que respecta al consensus expertorum, no puede equipararse con otras disciplinas científicas tales como la Termodinámica o la Química física, que ni siquiera admiten un análisis factorial en los términos en los que Coan los aplica a la Psicología). Lo que si es preciso, en cambio, subrayar desde el principio es que el análisis gnoseológico de las disciplinas psicológicas, en cuanto ciencias, no habrá de entenderse como una suerte de «juicio» orientado a conferir o a retirar a tales disciplinas el derecho a utilizar la denominación de «ciencias». Tal pretensión constituiría, obviamente, un apriorismo. Pero el análisis gnoseológico, tal como lo entendemos, tiene otros objetivos, y por supuesto no va orientado a conceder o a retirar a nadie, ni siquiera al «mariólogo», el derecho a llamar científica a su disciplina, si así lo tiene por conveniente. Va orientado a precisar las semejanzas y las diferencias gnoseológicas entre las disciplinas gnoseológicas y otras disciplinas que también se autodenominan científicas; por tanto, tiene como objetivo principal la clasificación, y, por tanto, la crítica en función de esa clasificación (en nuestro caso, la clasificación de las disciplinas o de estados característicos suyos, en función de dos tipos de metodologías, que venimos denominando α-operatorias y β-operatorias). El motor principal del análisis gnoseológico es el de evitar esa atenuación de diferencias que se deriva del hecho de utilizar, como si fuera unívoco, el nombre común de ciencia. Es evidente que estos objetivos se llevarán a cabo de muy distinto modo, según el sistema de coordenadas gnoseológicas utilizado. Desde las coordenadas del falsacionismo popperiano los resultados de un análisis gnoseológico de la Psicología serán muy distintos de los resultados obtenidos desde el positivismo del Círculo de Viena, en la línea de R. Carnap{4}. D. A. Norman, por ejemplo, afirmaba, en 1980, que lo que los psicólogos pretenden es «intentar obtener pruebas que dirijan las teorías [muy específicas, construidas acerca de lo que ocurre en la mente o en la memoria]», pero añadiendo inmediatamente «que es imposible confirmar una teoría científica» y que «todas las teorías son erróneas»{5}. Es obvio que Norman estaba aplicando concepciones generales popperianas (además, con el espíritu «proliferativo» de Feyerabend). Pero, ¿podrían sus trabajos psicológicos en esta dirección apoyar la propia teoría de la ciencia que los inspira, o bien esta teoría de la ciencia es sólo un modo de describir esos trabajos? No podremos concluir que todos los sistemas de coordenadas gnoseológicas sean, no ya sustituibles, sino igualmente válidos, es decir, incomparables. No todos los sistemas gnoseológicos tienen por qué tener la misma potencia para recoger componentes significativos de las disciplinas psicológicas. Es obvio que sólo a través de la discusión pormenorizada de los resultados, diferentes o concomitantes, será posible mantener, de modo filosófico, una determinada interpretación de las ciencias psicológicas. Esta consideración es la que nos mueve a terminar esta Introducción pidiendo disculpas, en nombre de las circunstancias, por el estilo de nuestra propia exposición, que no va a proceder, salvo de pasada, polémicamente (por confrontación con los resultados atribuibles a otros sistemas gnoseológicos alternativos) sino linealmente, aplicando, y en esbozo, la teoría del cierre categorial al análisis de las cuestiones de génesis y estructura del campo de las ciencias psicológicas.

§2. Estructura y génesis

Cuando nos ocupamos de la estructura gnoseológica del campo de la Psicología parece imposible desentenderse de las cuestiones de génesis. ¿Cómo se constituyen los términos del campo psicológico, supuesto que él sea un campo «estructurado», con leyes propias? ¿Podemos considerarnos en posesión de las claves de la conducta psicológica estructurada al margen de sus fuentes biológicas?

La oposición entre estructura y génesis de un sistema suscita cuestiones de indudable importancia para la teoría de la ciencia: ¿corresponde a la ciencia de un sistema el análisis de la génesis del mismo? ¿Acaso el regressus hacia las cuestiones de génesis no implica el desvanecimiento de la estructura, por reducción a sus principios generadores? O bien, ¿no es preciso reconocer que la estructura sólo puede comenzar a consolidarse cuando los procesos de génesis han quedado atrás, y cuando la estructura se mantiene extra-causas?

En este lugar nos limitaremos a aplazar estas cuestiones subrayando la imposibilidad de tratarlas en general, y comenzando por establecer la distinción entre diversos tipos de estructuras. Un Tipo I de estructuras, que abstraen sus relaciones de génesis, un Tipo II de estructuras que requieren el regressus a los procesos de génesis para resultar inteligibles, y un Tipo III que engloba aquellas estructuras que, si bien requieren un regressus a su génesis piden también una segregación ulterior dialéctica de estas relaciones de génesis. La estructura de la palabra «galgo», en lengua española, sería del tipo I, puesto que abstrae de su génesis (de su etimología), dado que el antecedente canis gallicus es indiferente para su significado funcional, e incluso es externo a su concepto biológico. La estructura de la ecuación matemática a0=1 sería del tipo II, puesto que sólo a través de su génesis operatoria puede captarse su significado estructural. La estructura gnoseológica del campo de la Psicología respecto de la génesis de sus operaciones sería del tipo III.

Parte I
Sobre la estructura gnoseológica del campo psicológico

§3. Memorandum

Hablamos de «campo» de una ciencia (o de una familia de ciencias) en lugar de hablar de «objeto» con la intención de subrayar, en primer lugar, el carácter plural, no solamente de los objetos materiales, sino también el de los objetos formales en torno a los cuales cada ciencia ha de girar; y, en segundo lugar, para subrayar la necesidad de tener en cuenta el «mecanismo» de constitución de la unidad entre esos múltiples objetos materiales (partes materiales) y formales (partes formales), en lugar de dar como presupuesta tal unidad: este «mecanismo» es precisamente el que designamos como «cierre categorial».

Las ciencias no tienen objeto, sino campo. La Biología no tiene a la vida como objeto, y son las células los tejidos o los ácidos nucleicos los que constituyen su campo; la Geometría no tiene como objeto el espacio, sino que su campo está constituido por puntos, rectas, triángulos, razones dobles, &c. Desde este punto de vista pondremos al margen definiciones de la Psicología inspiradas en la presentación de algún «objeto» entendido como si estuviese dotado de alguna cierta unidad presupuesta: «ciencia de la psique», «ciencia de la mente», «ciencia de la conducta». No se trata, por tanto, en principio, de alegar razones ontológicas (rechazo del espiritualismo en nombre de un corporeismo, &c.), ni siquiera de razones epistemológicas (rechazo del mentalismo en nombre del fisicalismo, &c.), sino estrictamente gnoseológicas, a saber, se trata de rechazar la atribución de un formato unitario al presunto «objeto» de la ciencia, independientemente de que este «formato unitario» sea atribuido a la mente o a la conducta.

El campo de una ciencia está constituido, ante todo (cuando se le analiza desde el eje sintáctico), por términos enclasados, por lo menos, en dos clases diferentes, A, B, cada una de ellas distribuida en diferentes subclases (células y nutrientes, de diversos tipos, en Biología, significantes y significados, en Lingüística; como términos enclasados del campo de la Psicología, tomaríamos, como mínimum, la clase de los sujetos S y la clase de los objetos O). Además, en el eje sintáctico, han de estar definidas relaciones, específicas y genéricas. Así también una ciencia ha de poseer operaciones en virtud de las cuales componiendo o separando términos de las clases A, B, C, &c., podamos obtener otros términos de esas mismas clases tales que mantengan relaciones definidas con las dadas: este es el núcleo de la idea de «cierre operatorio» en torno al cual gira la teoría del cierre categorial. El cierre tiene que ver con el proceso de concatenación operatoria entre términos que, obviamente, a su vez deben estar constituidos por contenidos semánticos determinados, ante todo, según su referencialidad corpórea (a fin de que las operaciones «quirúrgicas» sean posibles).

Los términos de los campos científicos, en general, pueden considerarse como con-formados a partir de operaciones técnicas precientíficas, realizadas a escala «quirúrgica». Las ciencias proceden, no de la filosofía, sino de técnicas previas (aunque, a su vez, dan lugar a tecnologías más refinadas, basadas en las teorías científicas). En muchas circunstancias habrá que hablar de cierres tecnológicos (o praxiológicos) independientes o anteriores a la constitución de una ciencia. Un «cierre técnico» comporta el control del campo, pero sólo en la misma medida en la cual los términos y las relaciones semánticas soportadas por ellos se reproduzcan, de modo casi empírico. La constitución del campo de una ciencia puede ser explicada, no ya a partir de la estructura de su objeto, como algo previamente dado, sino como resultado de los procesos de cierre en virtud de los cuales queden anudados algunos términos y segregados otros. En consecuencia, nos cuidaremos también de postular cualquier tipo de impulso ad hoc, en cuanto motor capaz de llevar al futuro científico hacia el campo de su actividad (por ejemplo, el «impulso de la curiosidad del astrónomo por el cielo» como motivo capaz de dar cuenta del origen de la Astronomía). En su lugar, postularemos procesos técnicos previos a la constitución del campo de la ciencia, y, en particular, la situación en que no una, sino dos o más tecnologías actuantes sobre materiales fenoménicos dados intersecten de modo conflictivo, o simplemente yuxtapuesto. El proceso creará, a su vez, la necesidad de un regressus hacia posiciones más abstractas, que permitirán redefinir términos y relaciones capaces de cerrar o determinar internamente una región categorial. Este cierre culminará, cuando las operaciones que lo determinaron puedan ser neutralizadas, gracias a las relaciones que hayan logrado establecerse en el nuevo nivel del eje semántico que llamamos «nivel esencial». Esto nos proporciona un criterio preciso para tratar las cuestiones históricas relativas al momento de constitución de una ciencia dada y para diferenciar su «prehistoria» de su «historia». Podemos afirmar, según estos criterios, que la Química clásica (la que culmina en el sistema periódico de Mendelèiev-Lothar Meyer) no se remonta, como algunos pretenden, a la edad de los metales, ni siquiera a la época antigua griega; porque aun cuando en estás épocas se manipulasen entidades químicas, y se lograsen transformaciones técnicas interesantes, sin embargo, los términos del campo no estaban redefinidos a escala, como no lo estaban ni siquiera en la época moderna, cuando Paracelso agregó, a los cuatro elementos empedocleanos, los tria prima (sal, azufre, mercurio) para explicar los estados sólido, gaseoso y líquido. Sólo podemos hablar de «campo de la Química clásica» en el momento en el cual, tras la descomposición del aire, del agua y de la tierra, &c., aparezcan términos a escala tales como el oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno o el carbono.

En el caso de las disciplinas psicológicas cabría interpretar, si no como pruebas efectivas de cierre, sí al menos como indicios de una intención de cierre, multitud de situaciones que pueden considerarse como lugares comunes de la misma historia de la Psicología, desde los «postulados de inmanencia» propios de las metodologías paralelistas clásicas («los fenómenos psíquicos deben ser explicados a partir de otros fenómenos psíquicos y no a partir de fenómenos fisiológicos») hasta los postulados de circularidad causal del llamado neoconductismo (Neal Miller, por ejemplo, dice que la respuesta es «cualquier actividad del individuo que pueda ser funcionalmente conectada con un sujeto antecedente a través del aprendizaje», y que un estimulo «es cualquier suceso con el cual se puede conectar de esta manera una respuesta»; M. Yela, después de comentar estas definiciones de Miller, reconoce que «una cierta circularidad es por tanto inevitable» en el momento de delimitar el campo de la Psicología{6}.

Finalmente, el proceso de neutralización de las operaciones no discurre según una ruta única ni tampoco alcanza siempre los mismos resultados. Las distinciones más importantes (imprescindibles para el planteamiento de las cuestiones relativas a la naturaleza de las ciencias psicológicas) son las siguientes:

Ante todo, la distinción entre situaciones β y situaciones α operatorias de los campos científicos. En las situaciones β las operaciones aparecen como contenidos, en los propios campos científicos, ligadas a los términos, dados en el eje semántico; por consiguiente, en la medida en que las operaciones no sean neutralizadas, no será posible hablar de ciencia, sino de técnica o de tecnología. La neutralización de las operaciones, cuando tiene lugar mediante la determinación de relaciones que se mantienen al margen de las operaciones (aunque hayan sido establecidas a partir de ellas), nos pone en presencia de las situaciones α. Ahora bien: a las situaciones α podemos acceder bien sea mediante un regressus hacia términos o factores dados como previos a los propios términos operados (estado α1, por ejemplo, el estadio de la reflexología pavloviana respecto de las operaciones fenoménicas del perro de experimentación «manipulador» de palancas), bien sea en un progressus hacia estructuras que, sin suprimir las operaciones, sino contando con ellas, lograse encapsularlas o «envolverlas» (estados α2). A los estados α2 puede llegarse siguiendo estas dos vías: la primera, denominada α2-I, cuando las operaciones de los sujetos que aparecen en el campo resultan determinadas por sus objetos, en la medida en que, a través de estos, resultan insertadas en una estructura genérica (por ejemplo, estadística), desde la cual su condición operatoria pasa a desempeñar una función material y no formal. Es el caso del proceso constituido por los desplazamientos de una multitud que pretende salir de un teatro en llamas; o bien, el caso de los flujos «longitudinales» del tráfico de una gran ciudad, filmados con cámara rápida (como hace Godfrey Reggio en Koyaanisqatsi), interrumpidos regularmente para dejar paso a los flujos «transversales», que reproducen el automatismo de un sistema mecánico de flujos coordinados de redes eléctricas perpendiculares y de flujos coordinados de impulsos nerviosos (a pesar de que los flujos de tráfico dependen de las operaciones β de los conductores que pisan aceleradores o frenan sus coches en los semáforos). La segunda vía es la que denominamos α2-II, que es recorrida por las operaciones de los sujetos cuando ellos resultan insertados en estructuras específicas normativas (de la «cultura humana»), tales que pueda decirse que están sometidos a legalidades objetivas respecto de las cuales las operaciones subjetivas puedan ser consideradas como simples ejecutores empíricos (es el caso de las operaciones subjetivas del hablante de una lengua, en relación con las leyes de su gramática; lo que, en terminología saussureana, se formula mediante la relación parole/langue).

En cuanto a las situaciones β y, en principio, de acuerdo con nuestros presupuestos, tendremos que admitir que, en la medida en que ellas se consideran según su propio ejercicio (estados β2), no podrán dar lugar a una construcción científica, aunque si a una construcción técnica (praxiológica) que podrá ser incluso cerrada en las condiciones dichas (las operaciones, en su ejercicio, podrán ser llamadas «libres» en tanto no están determinadas por sus objetos, y «contingentes», en tanto no aparecen determinadas por sus sujetos). Sin embargo, y aún sin desbordar el ámbito β, ¿no sería posible reconocer dos estados (β1) en los cuales las operaciones se nos muestren como determinadas de algún modo por otras operaciones? Estas situaciones corresponderán, desde luego, a «estados de transición», solo relativamente estables, dados en el curso del regressus hacia situaciones α (en este punto ha insistido el profesor Fuentes Ortega); pero, no por ello, tales estados dejan de tener su valor de referencias ideales en el análisis de los procesos científicos y paracientíficos. En la situación β1-I partimos de objetos específicamente construidos operatoriamente (aunque ulteriormente se nos ofrezcan «despiezados» en partes formales) y regresamos a las operaciones de los sujetos que los construyeron: cubrimos, con esto, la jurisdicción del principio verum factum, en su sentido más radical. En la situación β1-II las operaciones de los sujetos se nos mostrarán determinadas, no ya por objetos, sino (aunque a través de objetos) por operaciones de otros sujetos. La situación β1-II daría cuenta del estatus de la llamada «teoría de juegos» (sin que esto signifique atribuir a esta teoría la condición de una ciencia categorial autónoma). En la medida en que la estructura de un juego (al menos de aquellos que se conocen como juegos de ganancia cero) no pueda ser pensada como envolvente de los sujetos enfrentados, es decir, como una estructura totalizadora de las partes, dada la naturaleza partidista de tales estructuras (ya se trate de una partida de ajedrez, de una batalla militar o de un enfrentamiento etológico de caza), la posibilidad de una construcción (eminentemente, de una predicción científica) habrá que asociarla, en estas situaciones, a la posición victoriosa de alguna de esas partes (desde su posición victoriosa, el maestro de ajedrez, cuando juega con un contrincante ordinario, se comporta como el Dios molinista respecto de las operaciones libres de los hombres, y podría hablarse de una ciencia media β1 –entre α2 y β2– del maestro de ajedrez respecto de las operaciones «contingentes» de su contrincante; de esta misma manera la ciencia skinneriana, respecto de la rata controlada en la caja sería también una ciencia media).

La aplicación de estos conceptos a la Psicología nos obliga a plantear o replantear, de un modo muy peculiar, algunos problemas tradicionales derivados de la circunstancia de que en el campo de las disciplinas psicológicas figuran como contenidos internos los sujetos operatorios. Esta circunstancia –interpretada muchas veces en términos de «reflexividad del sujeto» en Psicología– fue considerada por el positivismo comtiano como razón epistemológica suficiente para descalificar cualquier pretensión de la Psicología como ciencia de la reflexión. Otros, en cambio, como Piaget y su escuela, poco impresionados ante las dificultades epistemológicas que suscita el concepto de «reflexión», no ven dificultades mayores, de tipo gnoseológico, para admitir la posibilidad de que la Psicología «tome al sujeto como objeto». Desde la teoría del cierre categorial, las dificultades de una disciplina que parece incluir, de algún modo, a los sujetos en su campo son de índole gnoseológica, más que epistemológica, y ello en virtud del supuesto mecanismo de la «neutralización de las operaciones». En efecto, la neutralización de las operaciones, mediante el regreso a estados de tipo α (como ocurre con la reflexología pavloviana), ¿no reduce la Psicología a Fisiología? Y si las operaciones no son neutralizadas, o si es preciso volver a ellas para cerrar el circuito, ¿no es porque la Psicología ha de mantenerse en el estado de una praxiología, de una técnica actuante sobre sujetos (por ejemplo, a título de «técnica de modificación de conducta») sin alcanzar el estatuto de una ciencia? En todo caso, los problemas que suelen reunirse bajo la rúbrica de «cientificidad de la Psicología» giran, cuando nos situamos en las coordenadas de la teoría del cierre categorial, en torno a la posibilidad y a los tipos de los caminos de regreso desde unas técnicas o praxiologías psicológicas (psicagógicas) hasta unas estructuras trans-tecnológicas, capaces de «neutralizar» a las operaciones de los propios sujetos que las constituyen.

§4. Términos, relaciones y operaciones constitutivos del campo de las ciencias psicológicas

La pregunta por la estructura gnoseológica del campo de la ciencia psicológica implica un planteamiento que, al menos inicialmente, deja en paz las cuestiones metafísicas (o cuasimetafísicas) y epistemológicas tradicionalmente vinculadas a las preguntas por el «objeto» de la Psicología («¿es la mente el objeto propio de la Psicología?», «¿es la conducta propositiva?»,…). También dejamos en paz, de momento, las dudas (epistemológicas) sobre la posibilidad de actuaciones, en primera persona, sobre material «segundogenérico», capaces de producir resultados tales como «reglas nemotécnicas», «análisis introspectivos de memoria episódica» o «sistemas de autocontrol de conducta» (desde el Examen particular de San Ignacio de Loyola, hasta los métodos de Kanfer o Philips). No es necesario negar estas posibilidades para descartarlas, sin embargo, del horizonte del campo científico, simplemente a causa de su imprecisión (no propiamente carencia) en sus referencias fisicalistas.

La pregunta por la estructura gnoseológica del campo es, cuando nos situamos en el eje sintáctico, la pregunta por los términos, las relaciones y las operaciones que puedan determinarse como características de las disciplinas psicológicas. Por lo demás, los términos no pueden definirse formalmente con absoluta independencia de las relaciones interpuestas entre ellos (ni recíprocamente); y otro tanto hay que decir de las operaciones específicas, lo que no excluye la necesidad de distinguir, aunque sea por modo sinecoide, términos, relaciones y operaciones. La dificultad principal deriva de la continuidad (causal, sustancial, &c.) entre los términos del campo e la Psicología con otros términos del campo de la Fisiología o, en general, de la Biología; continuidad que mantiene viva la cuestión de los criterios de separación (o no reduccionismo) de la Psicología a la Fisiología del sistema nervioso de los animales dotados de vida psíquica.

Las clases de términos que podemos considerar constitutivas del campo de la Psicología, si son efectivas, difícilmente podrían haber estado «fuera de la vista» de los propios psicólogos. De otro modo: las clases de términos que etic podamos asignar a la Psicología agradecerán tener un respaldo emic relativo a los «agentes» de la Psicología, es decir, los psicólogos. De hecho, conceptos tan corrientes como puedan serlo los conceptos de «estímulo» (E) y «reacción» (R), o bien, «objetos motivos» (O) y «conductas subjetivas» (S), dadas en función de tales objetos, podrían ser reinterpretados como conceptos clase en el sentido que aquí nos importa. En líneas generales, y aun a riesgo de simplificar excesivamente el análisis, cabría afirmar que el campo de las ciencias psicológicas está constituido, como mínimum, por dos clases de términos (con las subclases correspondientes) que, determinadas en un eje semántico podrían definirse como la clase de los términos subjetuales y la clase de los términos objetuales (decimos «subjetual» para evitar las connotaciones mentalistas o introspeccionistas que suelen acompañar al término «subjetivo»). Simplificando aún más: la clase de los sujetos corpóreos (con sus «múltiplos» y «submúltiplos») y la clase de los objetos de su espacio ambital (con sus «múltiplos» y «submúltiplos»). Estos términos habrán de satisfacer las condiciones necesarias para un cierre eventual, y, ante todo, la condición de corporeidad, lo que explica el postulado de subjetividad corpórea del que venimos hablando. Los términos enclasados, constituyen clases distributivas (lo que no excluye estructuras atributivas); es decir, la individualidad de cada sujeto y la repetibilidad de los objetos o estímulos (por ejemplo, la repetibilidad de las cajas de Skinner, y la imposibilidad de considerar al «Mundo», en su conjunto, como un concepto psicológico-gnoseológico, entre otras cosas porque el mundo no es una caja de Skinner en la cual pudiera entrar o de la cual pudiera salir algún sujeto psicológico).

Ahora bien –y esta precisión suele ser pasada por alto–, para cumplir las condiciones requeridas, los sujetos de referencia han de ser considerados como afectados por un «coeficiente personal» que pudiera formularse por la mediación del concepto gramatical de «sujeto en tercera persona», en cuanto contrapuesto al «sujeto en primera persona». Queremos decir que el sujeto psicológico, en la medida en que pueda formar parte del campo de una ciencia positiva, no habría de concebirse como un ego (aun cuando probablemente el ego, tal como es tratado por Freud, por ejemplo, tampoco tiene necesariamente el coeficiente de primera persona) sino como sujeto que, frente a terceros, está situado ante objetos determinados. En cualquier caso, si dejamos de lado, en el momento de referirnos a las ciencias psicológicas, a la Psicología «en primera persona», no es tanto porque abriguemos reservas, al modo del positivismo clásico, contra las posibilidades de introspección, ni porque dudemos de la realidad («segundogenérica») de los contenidos subjetivos o privados (contenidos que son accesibles a diversos «géneros literarios», reciente y sutilmente analizados por Marino Pérez Alvarez{7}), sino sencillamente porque tales contenidos «en primera persona» no serían aptos para ser tratados por los métodos matemáticos (que suponen homogeneidad, cuantificación, &c.) que son propios de una disciplina experimental. En la medida en que el individuo psicológico es un sujeto en primera persona, suscribimos plenamente la tesis del profesor Fuentes Ortega:

«…podría decirse que pensado de este modo el individuo psicológico, se comprende que él no pueda aparecer como contenido formal de ningún campo gnoseológico, puesto que aquello de lo que estamos hablando (y que, en efecto, podríamos denominar como el «proceso psíquico», o el «psiquismo») no es más que puro ejercicio que debe estar presente en toda operación gnoseológica (como su «atmósfera psíquica», diríamos), pero que en modo alguno puede ser representado, es decir, sometido a alguna formalización gnoseológica constructiva. Aun cuando reconociésemos, pues, la presencia material (transversal) del psiquismo en toda operación gnoseológica, la psicología, como presunto saber sobre ese psiquismo, debería seguir presentándose como un fantasma gnoseológico.»{8}

La paradójica situación –la del individuo psicológico que queda fuera del campo de la Psicología– podría compararse a la paradójica situación que en Economía política corresponde a los valores de uso, frente a los valores de cambio, o en Historia social,a las res gestae privatae (incluyendo los secreta cordis de los personajes públicos). La Economía política se ocupa de valores de cambio, la Historia de reliquias y relatos; los valores de uso o los secreta cordis no son negados, quedan simplemente fuera de las concatenaciones que anudan los términos del campo.

El «cambio de coeficiente» al que nos referimos implica profundos cambios en el planteamiento de los problemas gnoseológicos de la Psicología. En efecto: cuando consideramos a los sujetos afectados por el coeficiente de primera persona, se suscitarán las cuestiones relativas a la interioridad de la experiencia psicológica, frente a la exterioridad de los objetos intencionales; por tanto, la cuestión de la trascendencia del objeto («inmanente al sujeto»), así como la cuestión de la validez de la introspección o de los caminos para «entrar» en el recinto o fuero interno de las vidas subjetivas. Pero cuando comenzamos afectando a los sujetos psicológicos con el coeficiente de la tercera persona (el caso de la segunda persona plantea problemas especiales que aquí no vamos a tocar), entonces los términos de la clase subjetual y los de la clase objetual, se nos presentan conjuntamente, según relaciones características que son precisamente las que diferencian a la Psicología de la Fisiología. Estas relaciones implican la exterioridad: «ahí fuera» está el animal depredador acechando a su presa; con lo cual podremos sustituir el par de conceptos que arrastraba la primera persona (dentro/fuera) por otro par de conceptos que tienen que ver con el par cerca/lejos. Hemos impuesto a esta relación el nombre de relación apotética, para subrayar que el objeto aparece en ella, no meramente «a distancia», tal como Brunswik, situado en primera persona, lo describe (también está «a distancia» el conmutador de un aparato electrónico manipulado por el experimentador que actúa paratéticamente sobre un sujeto con electrodos implantados en su cerebro; y también actúa «desde su distancia» una fuente de neutrones que, sin embargo, pueden alcanzar el organismo de un sujeto psicológico sin que por ello los neutrones de referencia puedan ser considerados como términos formales del campo psicológico). El concepto de objeto apotético implica internamente una morfología, a escala de los sujetos psicológicos corpóreos dados en tercera persona. O, dicho de otro modo, implica la estructura fenoménica del objeto apotético (un neutrón, un átomo de Demócrito, ni siquiera una bacteria, aunque se consideren situados a distancia del sujeto psicológico, e influyendo de algún modo sobre él, son objetos apotéticos, puesto que son invisibles, inaudibles, intangibles, &c.).

Cada sujeto psicológico, según lo anterior, lo concebiremos como asociado internamente, por estructura, a un sistema de objetos apotéticos (tenemos que dejar de lado, de momento, la cuestión de la «génesis conformadora» de esos objetos apotéticos, supuesto que estos objetos se consideren como resultado de la evolución de determinados objetos estimulares que han de afectar paratéticamente –no hay «acción a distancia»– a organismos dotados de sistema nervioso). Es, en cambio, decisivo constatar que las relaciones teleológicas implícitas muchas veces, de modo más o menos velado, en las definiciones del campo psicológico centradas en torno al concepto de la conducta propositiva (Tolman) o simbólica (White), pueden ser reconstruidas en el marco de las relaciones apotéticas (desde luego, tras una reconstrucción no metafísica de la propia idea de finalidad). La finalidad no se atribuirá a las conductas psicológicas a través de hipótesis «constructas» llamadas «propósitos interiores» («mentales», «intencionales») postulados ad hoc para dirigir su acción, sino a través precisamente de los objetos apotéticos que corresponden a los sujetos psicológicos. La teoría de las morfologías apotéticas permite también reconstruir el concepto de «inconsciente», como «inconsciente objetivo», es decir, referido a aquellas franjas de los fenómenos que desbordan, o no alcanzan, los límites morfológicos precisos de una estructura apotética dada. Según esta relación los términos de la clase S y los de la clase O se comportan dualmente: un término S pertenece al campo cuando va referido a un O apotético, pero un O, en tanto que es objeto apotético de un sujeto en «tercera persona», también será considerado de hecho como un término del campo de la Psicología. En cambio, en el momento en el cual los S se consideren según sus contenidos internos (por ejemplo, en sus circuitos nerviosos, en su sistema hormonal) dejarán de formar parte del campo de la Psicología y pasarán a formar parte del campo de la Fisiología («la fiera acecha a su presa» es una proposición psicológica; «la fiera digiere a su presa» es una proposición fisiológica); y en el momento en que los O se consideren en sus contenidos objetivos (por ejemplo, en sus relaciones con otros objetos) también dejarán de formar parte del campo de la Psicología y pasarán a formar parte de los campos de la Física, de la Geometría, &c.

Supuesto este planteamiento, la posibilidad de los conocimientos psicológicos en tercera persona no la pondremos tanto en función de la posibilidad de «penetrar en la cabeza (o en el alma) del sujeto» cuanto en la posibilidad de «insertar el sujeto en un escenario apotético», modulado por el experimentador. Los llamados «modelos cognitivos», por ejemplo, no nos introducen en el interior de la mente o del cerebro, sin que por ello hayan de considerarse como vacíos: acaso tiene mas sentido decir que la Psicología cognitiva lo que hace es introducir al sujeto conductual en sus propios modelos. Los sujetos son absorbidos en ellos, incluso cuando el sujeto de experimentación asume la función de «informante» de supuestos «estados internos» suyos. En realidad, las informaciones tienen que estar ya previstas en el modelo y son interpretadas desde este y no a la inversa; por ello, en cualquier caso, deberán ser «contrastadas» con las de otros sujetos (a fin de neutralizar las operaciones «arbitrarias» de cada sujeto informante). En el límite, diríamos que las palabras del sujeto informante se reducen a su condición de interjecciones, como ocurre con las pruebas raciológicas (en realidad biológicas, no psicológicas) por feniltiocarbomida (PTC): esta resulta insípida a algunas personas y de saber amargo a otras, variando la proporción de gustadores y de ageúsicos según las razas (los gustadores estarían ligados a los alelos dominantes T-t, y los ageúsicos homocigóticos a recesivos tt). No cabe engaño, porque el experimentador tiene a su mano ofrecer agua destilada en series de soluciones que suelen ir desde 0,16 mg/l a 1,3 mg/l. ¿Y cómo la inserción de las conductas subjetuales, en estos modelos supraindividuales (tecnológicos, algebraicos, ceremoniales…), puede alcanzar un significado psicológico, es decir, puede ser un objetivo de la investigación psicológica? A nuestro juicio, sólo en función de las diferencias interindividuales (de grupo a grupo, más que de individuo a individuo) que las conductas psicológicas puedan arrojar, principalmente en el caso en que estas diferencias puedan ser tratadas matemáticamente. Un procedimiento que cabría concebir como una suerte de «repujado psicológico» de ciertas líneas o fases de los modelos supraindividuales; un «repujado» en virtud del cual obtendríamos relieves significativos en las conductas llamadas cognitivas, no ya individuales e irrepetibles, sino repetidas, de cierto modo, frente a terceros.

¿Y qué tipo de operaciones –en el contexto de un cierre operatorio– podemos considerar como afines, al menos, a las operaciones que pudieran considerarse características de las construcciones científicas, de los «teoremas», por ejemplo, de las ciencias psicológicas, si es que la ciencia psicológica contiene teoremas? (¿Y como podría no contenerlos si aceptamos la necesidad, para poder hablar de ciencia, de teorías psicológicas?) Comenzaríamos por atenernos a las operaciones, en tanto se nos dan en un nivel técnico o praxiológico; un nivel que, si quisiéramos distinguirlo del supuesto nivel de «construcción científica pura», podríamos denominar como nivel «psicagógico» (psychagogeo = conducir el alma, seducir, encantar). Es obvio (si mantenemos nuestro criterio relacional) que podrán ser consideradas como operaciones psicológicas (psicagógicas) todas aquellas composiciones o descomposiciones que tengan, a través de la manipulación de objetos apotéticos, incidencia sobre los sujetos psicológicos; o bien, todas aquellas composiciones o descomposiciones de sujetos psicológicos que tengan incidencia sobre objetos apotéticos, a su vez susceptibles de reinsertarse en la conducta de los sujetos (descartamos, de este modo, las manipulaciones farmacológicas o las quirúrgicas, en el sentido médico estricto de la palabra). Acaso las operaciones psicológicas (de laboratorio) más características sean las que tienen como resultados las llamadas «ilusiones psíquicas», y no por otra razón sino porque ellas garantizan el caracter fenoménico del objeto apotético construído. La instauración, en un oso, de la conducta de «bailar al son del pandero» (mediante la formación de un reflejo condicionado, situándole en una plancha caliente sobre la que deba apoyarse) es ilusoria sencillamente porque el oso no baila; asímismo, la ilusión (o pseudo-percepción) de la causalidad en el «efecto lanzamiento» de las experiencias de Michotte, es otro caso de operación que obtiene resultados apotéticos; o bien la «ilusión de Müller-Lyer», o la obtención de la llamada «ilusión de Aristóteles» o ilusión del desdoblamiento de la nariz al tocarla con los dedos cruzados de la mano).

La cuestión es la de si además de estas operaciones psicológicas (psicagógicas) llevadas a cabo en un medio ecológico fenoménico, o en laboratorio, podemos también constatar operaciones estrictamente gnoseológicas, referidas a un campo científico. ¿Donde situarlas en relación con las operaciones psicagógicas? La teoría del cierre categorial descarta el situarlas más allá de las operaciones técnicas o praxiológicas, en un topos ouranos; porque las ciencias, cuando alcanzan estructuras o esencias, no se sitúan más allá de los fenómenos, sino en las interrelaciones entre ellos (si bien las relaciones entre fenómenos no tienen por qué ser siempre relaciones fenoménicas). En general, el nivel estructural o esencial se alcanzará a partir, no ya tanto de un desarrollo lineal de alguna tecnología dada, cuanto a partir de la confluencia de diversas técnicas que converjan empíricamente o se desarrollen paralelamente sin que sea evidente la razón de su conexión. Es en estas circunstancias cuando se hará preciso el regressus a un nivel más abstracto, en el que se haga preciso construir, con los términos fenoménicos, clases de términos de segundo o tercer orden y relaciones entre ellos. Relaciones que, por lo demás, seguirán teniendo como contenidos los mismos términos fenoménicos, si bien envueltos en círculos más amplios. Por ejemplo, a partir de los fenómenos espectroscópicos (rayas de espectros obtenidos por el espectrógrafo óptico) se establecieron determinadas relaciones entre series muy diversas, pero confluyentes, que llevaron a Balmer o a Paschen a establecer sus célebres estructuras fenoménicas a partir de las cuales, a su vez, y tras transformaciones matemáticas sumamente artificiosas, se obtendrían estructuras abstractas (por ejemplo, la constante de Rydberg) o estructuras esenciales (el modelo de átomo de hidrógeno de Bohr); o bien, presupuestas las leyes de Kepler –que interpretamos como estructuras fenoménicas dadas en el campo astronómico (estructuras obtenidas a partir de innumerables series operatorias de mediciones de velocidades de planetas, de predicciones técnicas, &c.), el nivel verdaderamente científico en Dinámica se alcanzará con el teorema de la gravitación de Newton, teorema que sigue refiriéndose a los mismos planetas en torno a los cuales se establecieron las leyes de Kepler. En torno a estos teoremas se organizarán cuerpos de doctrina (de teoremas básicos), constitutivos de la Astronomía o de la Química física clásica. De esta suerte pudiera afirmarse que ellos envuelven a los mismos objetos empíricos en un sistema más amplio, capaz de promover construcciones más refinadas o incluso la delimitación de nuevos términos (planetas o elementos químicos).

¿Cabe citar, a lo largo del desarrollo histórico de las disciplinas psicológicas, construcciones teoréticas equiparables a los teoremas de la Física o de la Geometría? Una ciencia es fundamentalmente un conjunto de teorías; pero las teorías científicas, o bien son teorías básicas, o bien son teorías metodológicas (las teorías metodológicas presuponen siempre una capa básica; pero esta puede estar constituida por estructuras fenoménicas, más que por estructuras esenciales). Y habría motivos para pensar que la Psicología no es, en cuanto ciencia, una disciplina organizada en torno a un «cuerpo de doctrina básica», equiparable al que constituye la Dinámica o la Química clásica. Esto supuesto, pudiera afirmarse que las doctrinas psicológicas que han ido apareciendo sucesivamente –asociacionismo, gestaltismo, conductismo, funcionalismo, cognitivismo, conexionismo…– son antes teorías metodológicas que teorías básicas; es decir, forman parte antes de la capa metodológica establecida sobre estructuras fenoménicas (no ligadas, además, entre si) que de la capa básica de una supuesta ciencia psicológica en sentido estricto. Dicho del modo más radical: la ciencia psicológica no sería una disciplina organizada como un cuerpo de doctrina establecido sobre una capa básica (la teoría psicoanalítica, que se presenta como un cuerpo de doctrina sistemático, no ha obtenido el consenso de la comunidad de psicólogos), sino, más bien, como un conjunto de teorías metodológicas desarrolladas a partir de determinadas estructuras fenoménicas que desempeñan el papel de lo que, en terminología kuhniana, se llamarán «paradigmas» de la investigación. Habría sido la estructura metodológica de las ciencias experimentales actuando (una vez desprendida, a modo de «forma» abstracta de esas ciencias), como norma directiva, la que habría moldeado a un abundante conjunto de técnicas psicagógicas (con hombres y animales) convirtiéndolas en «material de laboratorio», para dar lugar, a lo largo del siglo XIX, a la disciplina institucionalizada como «Psicología experimental». Una institución que determinará, sin duda, un nuevo marco en el que podrán insertarse los procesos psicológicos; un marco que demostrará, al cabo de los años, una gran capacidad adaptativa respecto de otras instituciones ya consolidadas, militares, políticas, comerciales o, simplemente, individuales (en tanto los individuos puedan considerarse también como «instituciones sociales», en las nuevas democracias).

A título de ilustración, y refiriéndonos a un estado de «ciencia normal» –que por ello, ha de tomarse del pasado reciente, exactamente igual a como haríamos al analizar la Química de hace no ya cincuenta años, sino de hace cien años, o la Mecánica de hace doscientos años, la de la época de Laplace– cabría citar los contenidos de la ciencia psicológica tal como se nos muestran organizados, por ejemplo, en el célebre tratado de Robert S. Woodworth. La rica masa experimental en la que se asienta este tratado es susceptible de ser analizada desde la perspectiva del concepto de las operaciones constructivas y aun predictivas de fenómenos, por ejemplo, las construcciones de tipos de fenómenos identificables por los sujetos de investigación, en lo que se refiere a fenómenos de olor, a partir de estímulos controlados. En la confrontación de estos cursos operatorios se establecerán estructuras fenoménicas mediante la representación gráfica del sistema de esos cursos operatorios; estructuras que tomarán muchas veces la forma de teoremas clasificatorios, análogos a los teoremas clasificatorios de la Topología o de la Química (por ejemplo: el «prisma de los olores» de Henning; o bien la «pirámide de las sensaciones táctiles» de Titchener, o el célebre «círculo de los colores»). También se propondrán «teoremas definicionales», a los que se llega por confrontación de diversas series dadas en el plano fenoménico: así interpretaríamos el que solía llamarse, por cierto, «teorema de Juan Müller sobre las energías específicas de los sentidos»; también habrá teoremas modelares que establecen estructuras funcionales fenoménicas o «leyes» del mismo orden gnoseológico sintáctico al que pertenecen muchas leyes físicas del estilo de la «ley de Hooke» (en la época de su formulación), que establece una relación funcional de tipo lineal entre dos variables X (alargamiento empírico de un resorte) e Y (fuerzas que lo producen): Y=k.X (representando k la constante paramétrica para cada tipo de resorte). Acaso el ejemplo más notorio, al menos intencionalmente, de teorema funcional que podemos encontrar en la Psicología clásica sea la «ley de Weber-Fechner»; ley que, además, fue saludada como una ley fundamental, en torno a la cual se habría instaurado toda una nueva ciencia positiva (la llamada Psicofísica). De hecho, la ley de Fechner fue comparada (por H. Höffding, por ejemplo) con las leyes de Kepler, en torno a las cuales se habría instaurado la Dinámica newtoniana. La ley de Weber-Fechner podría verse, desde luego, como término estructural-funcional de un regressus llevado a cabo a partir de cursos operatorios (tecnológicos) muy diversos (con fenómenos auditivos, visuales, táctiles, olfativos…). Los haríamos consistir en la construcción «tecnológica» (puesto que tenían lugar en los laboratorios organizados por analogía con los laboratorios de las ciencias naturales) de una serie de estímulos, de nuevos términos, a saber, los «umbrales diferenciales», como fracciones constantes del estímulo (el propio Woodworth analizaba las experiencias de Weber como «experiencias conducidas por el método de las diferencias justo-perceptibles cuyos resultados pueden ser expuestos en términos de ‘operaciones’ de la manera siguiente: el umbral diferencial es una fracción constante del estímulo»{9}). La acumulación y confrontación de estos cursos operatorios «tecnológicos» relativamente independientes entre sí lleva a establecer una estructura o modelo fenoménico de tipo funcional (Ξs = c.Ξr/r) que ya no puede ser considerado tanto como el modelo de un nuevo curso operatorio-tecnológico cuanto como modelo abstracto coordinante («teórico») de los diferentes cursos tecnológicos antecedentes, a los cuales, sin embargo, ajusta mutuamente, y sin perjuicio de eventuales consecuentes abundantes, que tomarán la forma de repeticiones o de construcciones exploratorias nuevas. Esto ocurrirá, sobre todo, después de que Fechner, postulando la validez de las fórmulas de Weber para magnitudes infinitesimales (Ξs = c.dr/r, de donde ∫ds = ∫c dr/r) estableció la formulación canónica de la ley (n = c.log s), es decir: «la sensación es proporcional al logaritmo del estímulo». La fórmula de esta «ley» puede analizarse, en efecto, como una estructura fenoménica, un modelo funcional que no se limita a «resumir» (como pretenderá el análisis positivista descripcionista) los resultados empíricos, puesto que, por de pronto, el modelo es capaz de guiar hacia la introducción operatoria de nuevos términos de gran trascendencia «tecnológica» (acaso el que más popularidad logró fue el concepto de «decibelio», tomado como unidad técnica de las sensaciones auditivas).

Ahora bien: ¿cual es el rango gnoseológico de la ley de Fechner? Desde luego, pocos podrán suscribir hoy el juicio de Höffding analogándola con las leyes de Kepler; menos aún, las pretensiones del propio Fechner, que creyó haber determinado la proporción que preside las variaciones que la «cara convexa» de la realidad (lo que llamamos «cuerpo») mantendría con las variaciones de su «cara cóncava» (lo que llamamos «espíritu»), pues fue la formulación logarítmica lo que indujo a Fechner a pensar que su ley revelaba el ritmo según el cual tiene lugar el incremento de las sensaciones del espíritu, ritmo que no era el mismo, sino más lento, que los ritmos pautados de aumento de los estímulos físicos, aunque estuviese relacionado funcionalmente con estos. Pero, ¿puede siquiera afirmarse que las sensaciones (en el sentido de Fechner), o sus variaciones, sean términos formales de la relación funcional de referencia? ¿Acaso las sensaciones, o sus variaciones, son susceptibles de medida? Las interpretaciones de la ley en el ámbito del positivismo descripcionista tienden a considerarla más bien como una «hipótesis de trabajo», cuya importancia habría que medirla por su capacidad para dirigir las investigaciones de laboratorio (hipótesis que un J. Fröbes hacía compatible, por cierto, con el supuesto, propio de la llamada «Psicología racional», de la «interacción mutua del cuerpo y del alma», contrario a la concepción metafísica monista del paralelismo psicofísico, al que Fechner, y el propio Wundt, inspirados en Espinosa, se habían inclinado) o bien como una ley empírica, puesto que según la fórmula logarítmica, «sensación» (dice Woodworth) «no significa otra cosa sino n, un número de unidades de percepción que han sido igualadas en el sentido de la “perceptibilidad igual”».

Por nuestra parte nos limitaremos a sugerir el modo según el cual podría continuarse el análisis de la ley de Weber-Fechner desde el punto de vista de la gnoseología del cierre categorial.

Ante todo, situándonos en los primeros sectores (referencial y fenoménico) del eje semántico, habría que interpretar, como referenciales, tanto a los valores físicos de las variables estímulo cuanto a los sujetos «en tercera persona» que intervienen en el proceso experimental. Las «sensaciones subjetivas» o «vivencias de umbrales», en efecto, no son referenciales, sino fenómenos; pero fenómenos que se manifiestan no tanto como contenidos subjetivos, a los cuales accediésemos en el laboratorio, cuanto contenidos asociados a las «marcas apotéticas» impuestas por el propio diseño experimental: las sensaciones que se miden aquí no son reacciones musculares o glandulares observables (por el fisiólogo) sino percepciones llamadas «conscientes» («juicios de incremento»); pero ¿acaso «consciencia» significa aquí otra cosa sino precisamente el proceso de conexión de una sensación subjetiva de especie P del sujeto de experimentación y una representación apotética que tiene lugar a través de los objetos específicos Q, distintos de P, cuando pedimos a ese sujeto que «construya umbrales diferenciales» P a través de estímulos Q? En ningún caso «penetramos» en el interior del sujeto que siente (la metáfora del umbral hacía referencia precisamente a esa penetración: «umbral» era el nivel de estímulo exterior tal que permitía entrar en la «sensación interior») sino que, por el contrario, lo que la ley hace es insertar al sujeto (a través de sus declaraciones verbales o simbólicas relacionadas con la armadura experimental) en un puesto determinado de la serie objetiva. El sujeto es, en efecto, un «sujeto promedio», estadístico, resultado de múltiples sustituciones mutuas, intra e intersubjetivas; no es tanto el sujeto sensible, sino un sujeto «pensante» o «consciente», en el sentido de la máxima de Schiller: «A todos pertenece lo que piensas; a ti solo lo que sientes». Cabrá incluso sugerir que la ley de Fechner ni siquiera liga sensaciones subjetivas y estímulos físicos, sino sensaciones y sensaciones (en fórmulas tales como ΞY/Y = k) a través de estímulos conjugados; o bien, liga estímulos con estímulos, a través de sensaciones. Dicho de otro modo: ni las «sensaciones» de la ley de Weber-Fechner, ni las «variaciones de las sensaciones», son materia medida por la ley, que mas bien habría que referirla a las «sensaciones de variación», en tanto estas son indisociables de las sensaciones fenoménico-apotéticas dadas en el marco experimental en el que se suscitan. En realidad, la relación funcional establecida por la ley de Fechner tiene lugar entre fenómenos y, más aún, entre ilusiones, si damos a este término un alcance similar al que tiene en otros contextos clásicos de la psicología experimental de los que hemos hablado. No podemos detenernos más en este punto y debemos pasar a la sección final del eje semántico en el que se contienen las estructuras y las esencias ideales gnoseológicas.

Es desde esta sección del eje semántico (y cualquiera que sean las interpretaciones que se atribuyan a la ley de Fechner) desde donde se nos manifestará mejor su alcance gnoseológico. Ya hemos dicho que la equiparación entre la ley de Fechner y la ley de Hooke, o las leyes de Kepler, en cuanto a la condición de modelos funcionales que todas estas leyes podrían recabar para sí, es una equiparación propiciada por la teoría positivista descripcionista de la ciencia. Estaríamos ante leyes, según esta interpretación, que sistematizarían muchedumbres de conexiones empíricas, fenoménicas, mediante modelos matemáticos; leyes que habría que interpretar como funciones proposicionales, cuya validez tendría que comprobarse empíricamente en cada caso. No negamos que el análisis positivista de estas leyes tiene fuerza para recoger las situaciones en las cuales puede decirse que las «leyes científicas» nos ponen, mas allá de los fenómenos empíricos, al nivel de las estructuras fenoménicas. Es el estado que alcanzó la ley de Hooke, o las leyes de Kepler, antes de Newton o de Lagrange. Un estado en el que una disciplina empírica, gracias a la utilización de métodos matemáticos, logra constituirse como disciplina experimental (¿que sería, en todo caso, la Psicología experimental, al margen e las Matemáticas?). Pero, ¿acaso la construcción científica queda agotada en los límites de la interpretación positivista? No, porque, al menos, tal como sostiene la teoría del cierre categorial, hay posibilidad de citar otro tipo de construcciones científicas que, aun partiendo, desde luego, de modelos o estructuras fenoménicas, regresan hacia estructuras que ya no pueden ser llamadas fenoménicas sino esenciales, y no por otro motivo sino porque a través de ellas se establecen conexiones ideales entre los fenómenos de partida y los fenómenos propios de otras especies diferentes con los cuales se comunican «circularmente», en cursos cerrados de operaciones de orden más abstracto. Las leyes de Kepler, que fueron, sin duda, modelos fenoménicos en su tiempo, no permanecieron en ese estado, sino que fueron reconstruidas desde la teoría de la gravitación de Newton. La ley de Hooke, en el estado actual de su desarrollo, no puede ser reducida al estado inicial de ley empírica en el que sólo cobra sentido «vuelta hacia las mediciones» que la inspiraron. La estructura fenoménica establecida por Hooke se ha insertado ulteriormente en el «cuerpo» de la Dinámica y gracias a esta inserción nos revela su verdadero alcance científico. Por ejemplo, la estructura de Hooke, inserta en las categorías de la Dinámica, permite plantear problemas relativos al cálculo de la energía potencial elástica del resorte estirado (por respecto de la energía cinética inicial); y, en efecto, a la luz del segundo principio de Newton, la relación empírica Y = k.X nos llevará a construir la «reacción» o fuerza F’ ejercida sobre el bloque por el resorte, evaluable en -k.X, de donde obtendremos: F ≡ -kX ≡ ma ≡ mv(dv/dx), &c. Ahora bien, ¿cabe decir algo semejante a propósito de la ley de Weber-Fechner? ¿Cabe hablar de un cuerpo cerrado de doctrina científica psicológica en el que pudiera insertarse la famosa ley? Antes bien se diría que, como ley psicológica, la ley de Weber-Fechner permanece en el estado de ley fenoménica. Si su inserción en estructuras esenciales tiene alguna viabilidad es a través del «cuerpo de doctrina» constituido por la teoría de la información, aplicada a la fisiología del sistema nervioso. Ello tiene lugar a través de la sustitución de la interpretación de las variables estímulo por su interpretación como impulsos nerviosos (resultados de la transformación de la energía ambiente en trenes de potenciales de acción) y de las variables de sensación por la organización, a nivel cortical, de esos trenes potenciales de acción; lo que constituye, en las coordenadas de la gnoseología del cierre, un estado gnoseológico de tipo α1 en el que se desvanece propiamente la perspectiva psicológica, porque desde él no es posible el retorno a los fenómenos operatorios (y, con este retorno, el restablecimiento de la perspectiva psicológica{10}).

¿Acaso no es preciso reconocer, en resolución, que la Psicología, en lo que tiene de ciencia estricta, se mantiene en el nivel de una «ciencia de modelos» –el nivel en el que, según Papandreu, se sitúa la Economía Política– y que sería absurdo exigirle las características de una «ciencia demostrativa» categorialmente cerrada, de modo no precario, en un cuerpo de doctrina dotado de axiomas teóricos básicos característicos? Por lo demás, asignar a la Psicología la condición de «ciencia de modelos empíricos» no implica menoscabar su importancia pragmática; menos aún, poner en duda la capacidad o la diligencia de los psicólogos. Significaría reconocer, simplemente, las peculiaridades del «campo psicológico».

Por último, es preciso reconocer (aunque el reconocimiento constituye la fuente de una nueva cascada de problemas) que el sujeto psicológico, en su mundo apotético, sigue siendo también un organismo biológico insertado en su mundo. ¿Qué conexiones cabe establecer entre estas dos perspectivas y, correlativamente, entre la Fisiología (o Biología) y la Psicología? Esta cuestión, cualquiera que sean las direcciones según las cuales sea tratada, debiera tener en cuenta la circunstancia de que las relaciones apotéticas tendrán que desempeñar siempre el papel de fenómenos, frente al papel esencial desempeñado por los organismos. Lo psicológico, respecto de lo orgánico, se nos dará como el modo contingente (aleatorio, en términos matemáticos), a través del cual se realizan las leyes naturales (deterministas) que presiden los procesos orgánicos (por ejemplo, la «selección natural» de una especie tiene lugar, en gran medida, a través de las contingencias que ligan las conductas psicológicas de los sujetos individuales, con su mundo, o con otros sujetos). O bien, los motores que impulsan al sujeto psicológico, considerados por las teorías psicológicas de la motivación o del impulso (Trieb, drive) serán regularmente «alojados» en el propio material orgánico, a quien se le hará desempeñar la función de un género respecto de sus especificaciones (psicológicas) subgenéricas o cogenéricas. Así, las concepciones biológicas e los organismos como «sistemas cerrados» en equilibrio energético con el medio (procedentes de Helmholtz) habrían constituido la perspectiva desde la cual psicólogos como Hull (y también Freud) construyeron sus doctrinas sobre la dinámica psicológica (respuestas a estímulos como descargas de energía que restablecen el equilibrio); algo parecido ocurre con las teorías sobre el aprendizaje (influencia que en el aprendizaje de un sujeto puede tener el tiempo de privación –indicador de su impulso– de su organismo respecto de los alimentos). También las teorías que, para dar cuenta de la secuencia de muchos procesos psicológicos, apelan a la recurrencia de la autoestimulación de los organismos (por ejemplo las ratas, por la «manipulación» de pedales, conectados con electrodos implantados en el área sectal de su cerebro, o las ardillas en la rueda giratoria), aunque se mantienen en una perspectiva biológica, sin embargo no por ello dejan de apelar también a las «manipulaciones» operatorias, psicológicas (dadas en el nivel β).

§5. ¿Puede regresar la psicología más allá del estado β1?

Las cuestiones centrales relativas a la estructura gnoseológica de las ciencias psicológicas se plantean, como hemos dicho, a propósito de las operaciones y de su neutralización, ya sea por vía de reducción biológica («descendente») ya sea por vía de reducción sociológica o antropológica («ascendente»). El regressus o el progressus hacia estructuras α comportaría el eclipse de la perspectiva psicológica. El regressus hacia estados α1 comporta un reduccionismo «descendente» (de la Psicología a Fisiología); tal es el caso de los planteamientos pavlovianos, o de cualquier otro tipo (el «síndrome Gilles de la Tourette», tras una fase de interpretaciones psicoanalíticas, pero también conductistas, poco eficaces, ha sido, al parecer, «reducido» mediante tratamiento farmacológico con fenotiazina). El progressus hacia estadios α2 comportaría una reducción ascendente de las leyes psicológicas a la condición de leyes sociológicas o antropológicas (sería el caso de la transformación de la «explicación psicológica de la esclavitud por la tendencia a obedecer», invocada por McDougall, en una «explicación de naturaleza económica», según la propuesta de White y otros).

El profesor Fuentes Ortega ha ofrecido dos propuestas de análisis del proceso a través del cual podríamos contemplar, en Psicología, el paso del «plano tecnológico» al «plano científico». En un principio consideró la conveniencia de introducir un tercer estadio β1-III que contemplaría la posibilidad de una construcción de operaciones a partir, no ya de otras operaciones (según las vías β1-I o β1-II), sino a partir de partes formales previamente establecidas en las mismas operaciones. Ulteriormente ha presentado el problema gnoseológico de la Psicología como una «anomalía» con la cual la teoría del cierre categorial ha de enfrentarse: «anomalía» porque supuesta la efectividad de la ciencia psicológica, como ciencia β, debiera mantenerse en los estados β1-I o β1-II (o en ambos), lo que no ocurre. Escribe el profesor Fuentes Ortega en el trabajo antes citado:

«El sujeto operatorio que hace la psicología (el psicólogo) no es (formalmente, en el contexto de la psicología) un sujeto gnoseológico; es simplemente un sujeto psicológico (conductual) en interacción (conductual) con el sujeto operatorio temático, que, por su parte, tampoco es un sujeto gnoseológico, sino, de nuevo, meramente un sujeto psicológico (conductual). Trátase de un episodio de control psicológico –interconductual– entre al menos dos sujetos, pero que, como control psicológico organizado, se diferencia del mero ejercicio del control psíquico que en principio podemos atribuir a cualesquiera dos individuos ordinarios, en que el control psico-lógico puede determinar (representar), como decíamos, el sistema de contingencias cuyo uso sistemático se comprueba que de hecho incrementa el control».

Según esto, por tanto, la «anomalía» se manifiesta a partir del supuesto de quienes consideran a las disciplinas psicológicas como disciplinas científicas; retirado el supuesto, es decir, considerando que la Psicología no alcanza el nivel de una ciencia en el sentido estricto esencial, la anomalía habrá que referirla, más que a la teoría de la ciencia, a la misma situación de la ciencia psicológica en el conjunto de la «república de las ciencias».

Dejamos en este punto el análisis de las cuestiones de estructura para pasar a plantear algunas cuestiones de génesis. Cuestiones de génesis que, referida a los términos del campo de la Psicología, pueden, a su vez, ser desdoblados en dos perspectivas distintas, aunque indisociablemente ligadas (por una suerte de dualidad): la perspectiva ontológica y la perspectiva gnoseológica. En nuestro caso, las cuestiones de génesis ontológica se confunden prácticamente con las cuestiones de génesis técnica de los términos del campo de las disciplinas psicológicas.

Parte II
Cuestiones de génesis

§6. Presupuestos

Los términos de un campo científico dado no son nunca eternos, sino generados. ¿Mediante qué procesos han de conformarse (en sus contextos determinantes) para que, entre ellos, puedan establecerse relaciones categoriales («estructurales») no reducibles a sus causas (a su «génesis»)? Cuando los términos de un campo dado se suponen generados a partir de otros campos categoriales (es decir, cuando no son postulados como términos primitivos, como les ocurre, por ejemplo, a los quarks, en las ciencias cosmológicas) –es el caso de los sujetos psicológicos– los problemas de génesis se plantean de un modo especial, si se quiere mantener, sin embargo, la tesis de la no reducción de la estructura a la génesis.

En cualquier caso, las cuestiones de génesis ontológico-técnica nos pondrán delante de los fundamentos de la estructura gnoseológica de un campo científico. Sólo a través del análisis genético de los términos será posible determinar la virtualidad gnoseológica de los mismos. No es tanto la «génesis cósmica» de los elementos químicos («en el segundo minuto de la creación», según la exposición de Weinberg), por ejemplo, sino su «génesis técnológica», aquello que tiene significado inmediato para la teoría de la ciencia. Lo más importante será subrayar que ni el H, ni el Li, ni en Be son sustancias, es decir, unidades absolutas que se den en sí mismas, ni siquiera como átomos, en el sentido antiguo; son «descomposiciones» de una materia corpórea que admite también otras descomposiciones o «exfoliaciones». Tampoco los términos del campo geométrico son eternos, ingénitos, sino que aparecen conformados a través de ruedas, frontones y otras invenciones a escala; no son esencias absolutas, sino configuraciones dadas en función de la mano, como unidad de medida (antes que como medida de todas las cosas).

§7. Condiciones de existencia psicológica

Tampoco los términos del campo de las disciplinas psicológicas –los sujetos corpóreos, pertenecientes a diversas clases distributivas y atributivas, y los objetos apotéticos, en las condiciones dichas– pueden ser considerados como términos primitivos (por ejemplo, «almas preexistentes», ingénitas); son términos cuya génesis se supone que tiene lugar a partir de otras categorías. Obviamente, tendremos que dejar aquí de lado las categorías cósmicas, incluso las biológicas, tal como se utilizan en la doctrina de la evolución; estas categorías genéricas, lejanas, son constitutivas, sin duda, del campo de la Psicología, pero a título de constitutivos materiales; se considerará como «reduccionismo descendente» todo intento de «construir» las categorías psicológicas, el color amarillo de la llama de sodio, a partir de las categorías físico químicas, de la estructura de los orbitales de la molécula de sodio. Tendremos que atenernos a las categorías genéricas próximas, tales como puedan serlo, en nuestro caso, no ya ciertas categorías biológicas, cuanto ciertas categorías específicamente psicológicas, es decir, que supongan el ejercicio de relaciones psicológicas, aun cuando no estén formalizadas gnoseológicamente.

En efecto, los sujetos psicológicos, así como los sujetos apotéticos correspondientes, son, ante todo, procesos que forman parte de organismos vivientes animales (descartamos el psiquismo en los protoctistas, en los hongos, incluso en los vegetales). Esta «masa zoológica», estructurada según especies y géneros linneanos, desempeña el papel de un migma a partir del cual habrán de configurarse los términos del campo psicológico. Lo característico de estas configuraciones es que las operaciones técnicas o praxiológicas pueden considerarse simultáneamente como idénticas a los procesos mismos ontológicos de constitución de los términos. Mientras que el litio o el berilio no se configuran a través de «operaciones» atribuibles al propio litio o berilio, en cambio los sujetos psicológicos sólo pueden configurarse a través de operaciones atribuibles a los mismos sujetos. Sin embargo, no por ello las operaciones técnicas o prácticas conducentes a las configuraciones de estos términos son menos «naturales»; tampoco por ello son menos técnicas, operatorias. Aquí alcanza toda su fuerza la tesis general según la cual los términos del campo psicológico no son sustancias aristotélicas; ni siquiera sus contornos pueden considerarse como primitivos o dados originariamente como «exentos». Es preciso comenzar viéndolos como insertos en estructuras supraindividuales de naturaleza atributiva; y es imprescindible tener en cuenta que la tesis de la no sustantividad de los individuos vivientes de una clase distributiva significa, sobre todo, que la individualidad no es una característica absoluta sino relativa al nivel de la clase de la que los individuos resultan ser elementos (una célula puede ser un individuo de la clase de los animales unicelulares, pero también un conjunto de células puede ser un individuo de la clase de los organismos pluricelulares, así como un conjunto de individuos –un enjambre de abejas, por ejemplo– es un individuo, y como tal es tratado por los biólogos, de la clase de los «enjambres de abejas»). Ni siquiera cuando utilizamos el criterio más fuerte de la individuación, a saber, el criterio de la «solución de continuidad» entre los organismos animales –un criterio que Letamendi formuló en el marco de la medicina: «hablaremos de unidad orgánica individual cuando no es posible pasar un bisturí entre las partes de esa unidad orgánica sin cortarlas»– podemos afirmar la sustancialidad «exenta» del individuo corpóreo: aunque esté desprendido de su madre, el organismo mantiene la continuidad del philum con ella y con los antepasados. En el caso de los animales gregarios, la unidad de la horda, del enjambre o del rebaño, es tan real como la unidad entre las células de cada organismo. Y si regresamos al plano proto-psicológico, especialmente cuando analizamos los animales sociales, como el hombre, los individuos se nos muestran emic insertos en mallas grupales, hasta el punto de que ni siquiera «su conciencia» se organizará en torno a su individualidad corpórea (podía servir como ilustración el do kamo de los canacos, descrito por Leenhard). La experiencia de cada individuo no se recorta por las líneas trazadas por un bisturí de Letamendi; más ajustado al caso resulta mirar a los individuos como insertos en su grupo, girando acaso en torno a la presa común, percibida como única (aunque repartible, aun contando con «la parte del león») para todos, en la caza cooperativa; todos que, además, podrán estar inmersos en un «pleroma» de almas de antepasados difuntos, de demonios o de dioses que los envuelven, «atravesando» las líneas de cada silueta individual corpórea, cuyo «juego», sin embargo, tampoco puede ser olvidado. Considerados los individuos humanos en estos contextos, cabría afirmar que ellos no existen psicológicamente (salvo retrospectivamente) aun cuando tengan una realidad biológica. Tampoco existen «exentas» las moléculas del carbono o del hidrógeno en el compuesto orgánico. La existencia de tales moléculas es abstracta, como abstracto (y no concreto, pese a las pretensiones de muchos) es el individuo psicológico. No cabe fingir, por tanto, la evidencia de que el individuo psicológico es una realidad primitiva: el cogito cartesiano es sólo un producto artificioso, urbano; es un resultado, no un principio psicológico.

§8. Sobre génesis ontológica

El moldeamiento de los términos a escala del campo psicológico se produce, según nuestras premisas, a partir de técnicas praxiológicas muy variadas y complejas. Hay un anacronismo en la denominación de estas técnicas, en el mismo sentido que decimos que hay un anacronismo en la denominación de los «contextos de descubrimiento» (en la distinción de H. Reichenbach) como algo previo al «contexto de justificación»: sólo podemos hablar de descubrimiento cuando la justificación ya se ha producido. Por ello venimos prefiriendo hablar de «técnicas psicagógicas» para denominar a estas técnicas conducentes a los términos del campo psicológico. Y lo son sólo retrospectivamente (etic, por tanto) pero no anterospectivamente (emic). Lo que hoy llamamos «técnicas psicológicas de autocontrol», o técnicas de «control psicológico de los demás», jamás recibieron tal nombre entre griegos, romanos y europeos hasta bien entrado el siglo XVIII (la palabra misma «psicología» fue inventada por Goclenius en el siglo XVII). Las técnicas que hoy llamamos psicológicas eran concebidas como operaciones prácticas, pedagógicas, éticas, morales, teatrales, políticas o ascético-religiosas. Por lo demás, el concepto de «técnicas psicagógicas» cubre formas muy heterogéneas de operaciones de control y moldeamiento de la subjetividad, a través de estímulos apotéticos (pero no quirúrgicos ni farmacológicos). Cubre formas de control en primera persona, pero también en tercera persona o en segunda; son psicagógicas no solamente las técnicas con sujetos no dotados de lenguaje articulado (o con abstracción de ese lenguaje), sino también las técnicas con sujetos dotados de lenguaje articulado.

El principio general es siempre el mismo: al sujeto individual distributivo (psicológico) se llega desde un marco supraindividual, que, por lo demás, no es uniforme. No basta, en todo caso, actuar desde un marco supraindividual, si aquello que desde él recogemos no es tanto el individuo cuanto la clase que el individuo encarna. Por ello, las tecnologías de caza, incluso las de caza no depredadora, ligadas al totemismo (en el sentido de Bergson-Lévi Strauss) no podrían considerarse, sin anacronismo, como psicagógicas: al sujeto animal se llega ahí antes como «marca o emblema» específico que como individuo diferente de otros individuos. No es psicagógico, por ejemplo, el tratamiento que los ainos daban al oso individual al que sacrificaban, aparentemente, como individuo concreto: «te quitamos la vida –dicen en el momento más solemne de su ceremonial– para que el año próximo puedas venir de nuevo ante nosotros». Ni son psicagógicas las operaciones de augures o de arúspices (a pesar de que estas sean más «etológicas», a diferencia de aquellas, más «anatómicas»). Mucho más próximas a las tecnologías psicagógicas, y además, en tercera persona, estarían las técnicas políticas o pedagógicas, por un lado, y las técnicas de domesticación de los animales por otro (siempre que entendamos la domesticación no como resultado de una espontanea adaptación –caso probable del perro– sino como resultado de un objetivo presupuesto tras un trato selectivo y un cálculo pragmático).

Es obvio que las técnicas psicagógicas pueden llegar a ser muy refinadas, sin que, por ello, comporten una ciencia psicológica (también la tecnología refinada de un pintor que sabe mezclar colores y predecir sus resultados puede llevarse a efecto sin que el pintor conozca lo que es una frecuencia o una longitud de onda). Tampoco ha de pensarse que el lenguaje fonético articulado constituya, por sí mismo, un instrumento especialmente adaptado para ser utilizado por técnicas psicagógicas; podría incluso pensarse lo contrario, dada la estructuración supraindividual de la langue (dentro de la cual tiene lugar el diálogo) y aun la ausencia, en muchas lenguas, de pronombres personales. Reconocemos también la subordinación regular del lenguaje a imperativos (supraindividuales) de índole política, moral o religiosa (el individuo aparecerá, por ejemplo, en los sistemas de parentesco preferencial, como un eslabón dado en función del abuelo de quien recibe su alma, o del hermano mayor de la madre, destinado acaso a contraer matrimonio con su primo paralelo). En líneas generales, cabría decir que las sociedades humanas preestatales (pero también las sociedades postestatales de naturaleza para-política, como las sociedades mistéricas, y la Iglesia romana) antes bloquean las técnicas de conformación psicagógica, que las promueve, y ello debido a lo que pudiera llamarse su orientación reduccionista, en el sentido «ascendente», el de la reductio artium ad Theologiam, de San Buenaventura. De hecho, en la misma sociedad en que San Buenaventura escribía, el campo psicológico estricto quedaba prácticamente anegado o reducido, efectivamente, a la Teología: en ese campo no podían existir «depresiones», sino «pecados» de acedía o de tristeza (des-gracia), que debían ser eclipsados por la virtud de la fortaleza y, sobre todo, por la práctica de los sacramentos (sólo retrospectivamente podrán reinterpretarse esas prácticas en términos de «terapia de la conducta»); ni había deseos, sino tentaciones, ni había tampoco desdoblamientos de la personalidad, sino posesiones u obsesiones diabólicas. Por ello, tampoco hay en la Edad Media psicólogos, sino curas de almas y exorcistas; y si los psicólogos desempeñan hoy funciones en otros tiempos encomendadas a los curas de almas o a los directores espirituales, no es porque sean «curas secularizados» o chamanes, salvo que esta secularización se entienda en el sentido de una transformación que destruye su génesis, a la manera como el químico destruye al alquimista.

El origen de las técnicas psicagógicas, en el ámbito humano, hay que buscarlo probablemente en el terreno en el que se asientan las sociedades políticas, no sólo protoestatales (técnicas de terror apotético, mediante máscaras, danzas, &c.) sino también después y, sobre todo, de la constitución del Estado. Ello sería debido al carácter multinacional (multitribal) del Estado (incluso en los primeros Estados ciudad), puesto que es precisamente a raíz de esa multinacionalidad como puede entenderse el debilitamiento de las clases y estructuras sociales y culturales «envolventes» en las cuales los términos psicológicos quedan subsumidos, de suerte que puedan decantarse, como resultados de las confluencias mutuas, las figuras individuales que pasan de una a otra estructura permaneciendo invariantes en algo. Las instituciones que contribuyen a estos efectos serán múltiples, pero acaso la más general sea la escritura secularizada, sobre todo a partir de la tragedia y de la comedia (a fin de cuentas a través de ellas se acuña el primer concepto de «persona» y sus tipos más característicos). Sin embargo hay que insistir en el hecho de la multiplicidad de las técnicas psicagógicas, y por tanto, en la probabilidad de que ellas conduzcan a configuraciones de individuos y términos que no son siempre mutuamente superponibles, o conmensurables.

Entre las técnicas psicagógicas habría que contar, en primer lugar, aquellas que están calculadas para actuar fuera del marco del Estado, para intervenir sobre los «individuos flotantes» arrojados en el seno de los grandes Estados universales o de sus ciudades cosmopolitas. Habría que citar, en este contexto, la tradición de algunas escuelas sofísticas (incluyendo las socráticas) en su confluencia con las escuelas médicas de tradición hipocrática (id est, no religiosa). La «agencia» más influyente, por sus técnicas psicagógicas en primera persona, presentadas además como una «medicina del alma» (therapeia tes siges) habría sido el epicureismo{11}. El epicureismo se interfirió constantemente con los movimientos mistéricos soteriológicos (rituales de Cibeles y Atis, Isis y Osiris, Mitra y Anahita, y, luego, el cristianismo) cuya acción sobre la individualidad «en primera persona» desbordaba la perspectiva psicológica, a la vez que se apoyaba en ella, como una «medicina soteriológica». El psicoanálisis podría verse como una «refluencia» del epicureismo en las sociedades industriales.

Técnicas psicagógicas, calculadas para ser utilizadas en el marco del Estado y promovidas por el control que el Estado secularizado ha de ejercer sobre sus súbditos, son seguramente los caminos más eficaces para el moldeamiento «en tercera persona», puesto que ahora, desde el Estado, lo que se buscará será la edificación de los sujetos individuales como súbditos, según sus características diferenciales propias. Es aquí en donde las técnicas psicagógicas, en las democracias modernas, tenderán a someterse a la norma de la ciencia matemática en ascenso, de la que hemos hablado. El ejemplo más notorio que podría aquí citarse sería el de Wilhelm Wundt, el amigo de Bismarck{12}. Las técnicas pedagógicas son uno de los canales principales de moldeamiento de la subjetividad psicológica distributiva, a través de objetos también distributivos (libros, lenguaje, &c.), por no citar las técnicas militares de reclutamiento y entrenamiento (los army tests, o las técnicas de formación militar –o industrial– o de propaganda comercial).

§9. Cuestiones de génesis gnoseológica de la Psicología

Las muy diferentes instituciones y técnicas de alcance psicagógico que, durante siglos, han venido incidiendo sobre un migma antropológico y zoológico, determinando en él «exfoliaciones» según planos distintos de individuación distributiva, son los determinantes del proceso de instauración de la perspectiva psicológica estricta que habría culminado a lo largo del siglo XIX y en la cual estamos aún inmersos. La insistencia en la necesidad de considerar el detalle de esta diversidad de instituciones y técnicas no se deriva de un mero espíritu de erudición, sino de su significación dialéctica para la constitución de la problemática misma de la Psicología como disciplina organizada según la forma científica. Esta dialéctica se nos manifiesta en el momento en el que abandonamos el «gratuito» supuesto de que todos los «planos de exfoliación» diferentes han de conducir a las mismas líneas de individuación. Cuando retiramos el supuesto, alcanzamos la situación que es característica para plantear los problemas más estrictos de la constitución de una ciencia: la situación de confluencia contradictoria, o inconmensurable, o sencillamente no idéntica, de técnicas diferentes, pero convergentes. Es obvio que esta situación, por sí misma, no explica el proyecto de una nueva ciencia psicológica: es preciso contar con un interés creciente (psicagógico) por la individualidad subjetiva, interés creciente con cuyas motivaciones han de tener que ver, sin duda, la evolución de la sociedad moderna y las transformaciones que en ella se producen (aflojamiento de los lazos supraindividuales, de índole religioso, internacionalismo creciente, desarrollo del individualismo capitalista mercantil, habeas corpus, «Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano»). Los individuos distribuidos se nos dan, por un lado, como resultados de un «desmembramiento» de estructuras suprapersonales, que se resisten a desaparecer (el reduccionismo ascendente por el que la Iglesia romana subsumía al individuo en un «cuerpo místico» tenderá a reproducirse, secularizado, en el reduccionismo de la incipiente física social que proclamó Augusto Comte, en cuanto incompatible precisamente con la Psicología). En todo caso, no son exactamente superponibles los hombres (y su mundo común y único) y los ciudadanos, pese a la copulativa «armónica» que figura en la declaración universal de los derechos. En nuestra terminología, la «exfoliación ética» y la «exfoliación moral» están presididas regularmente por normas contradictorias y solo parcialmente intersectadas. «No debemos olvidar –decía Wundt– que así como la colectividad sólo consiste en individuos que entran en recíproca influencia, así la psicología de los pueblos presupone, por su parte, la individual o la general, como ordinariamente se llama»{13}. Los individuos reconstruidos desde personajes arquetípicos (o desde sensaciones y arcos reflejos) tendrán a su vez que ser coordinados con las estructuras supraindividuales a partir de las cuales se configuraron.

Final

Hemos presentado algunos de los problemas que la teoría del cierre categorial plantea al análisis de las disciplinas psicológicas, en cuanto estas tienen voluntad de constituirse como disciplinas científicas. Debemos concluir que, tanto en la hipótesis de una respuesta afirmativa a la posibilidad de la Psicología como disciplina en un plano β1 (incluso α2), como en la hipótesis de una respuesta restrictiva, la tesis de la intersección indisociable entre los proyectos de una Psicología científica y las instituciones y técnicas psicagógicas (irreducibles, en todo caso, a aquellos proyectos, aunque interferidos constantemente con ellos) habrá de ser mantenida desde el mismo momento en que sigamos manteniendo la naturaleza abstracta de la distributividad de los sujetos psicológicos individuales, inmersos originariamente en totalidades atributivas y en objetos atributivos apotéticos (el «mundo» de los hombres no es una caja de Skinner, precisamente por su unicidad, y por la imposibilidad de salir de él: aquí reside la principal dificultad acerca de la «validez ecológica» de las técnicas skinnerianas aplicadas a los sujetos humanos). La actitud de «respeto», en términos éticos, que la psicología científica mantiene ante las individualidades subjetuales es paralela a la actitud que la Biología mantiene (por motivos deontológicos o bioéticos) ante los organismos vivientes (hombres y, cada vez mas, animales). Pero mientras que para la Biología las normas éticas pueden llegar a ser una limitación extrínseca de su cientificidad (una limitación de las vivisecciones, acaso fértiles, en resultados experimentales) para la Psicología estas normas éticas son, a su vez, constitutivas de su propio objeto, es decir, psicagógicas. Dicho de otro modo, las tecnologías no solamente no constituyen la fuente de los problemas científicos, sino que tampoco resultan ser derivación de los mismos proyectos científicos. Las situaciones experimentales propuestas por las disciplinas psicológicas, y sobre todo, sus aplicaciones, lejos de ser «neutrales», tienen ellas mismas un alcance psicagógico, y ello, aun cuando estas disciplinas no vayan orientadas explícitamente en la dirección de la Psicología clínica. Como uno de los principales resultados de este componente psicagógico de los proyectos mismos de organización científica de la psicología, hay que computar el moldeamiento masivo de los individuos en el sentido de su psicologización creciente, a través, sobre todo, de las técnicas pedagógicas universalizadas –exámenes, tests,…– de las técnicas de control –exámenes de conducir, selección de personal– así como también de las técnicas jurídicas o de mercado. La Psicología científica moldea de este modo los términos de su propio campo, aun cuando la efectividad de sus resultados depende de que su acción trabaje en función de determinadas corrientes sociales que, por lo demás, discurrirán normalmente en conflicto con terceras corrientes, que avanzan en dirección distinta o incluso opuesta. Cabría, sin embargo, aventurarse a afirmar que la Psicología, como la medicina, encuentra su principal impulso en las corrientes «distributivas» que surgen en las coyunturas internacionales de la sociedad industrial, en las cuales se decantan las figuras de los sujetos individuales, así como la Antropología encuentra su impulso principal en los «remolinos» que giran en torno a las culturas, a las naciones o a los pueblos, en tanto cada uno se concibe como una identidad irreducible a los otros.

Terminado este trabajo recibo una importante comunicación epistolar{14} de Juan Bautista Fuentes Ortega en la que se aborda precisamente el problema de la constitución de la «presencia institucional» de la Psicología como disciplina «dotada de cierta sustancia gnoseológica, siquiera sea por analogía», en la que se lee:

«se trata de una institución que surgiría ligada a la multi-fracturación (que no desconexión absoluta) de rutas entre planes y fines, y cuya intervención consistiría en una recanalización efectiva y positiva de los bloqueos psíquicos resultantes de dicha multifracturación; efectiva y positiva, en efecto, en cuanto que dicha recanalización sólo se logra de hecho reinsertando al individuo en planes y programas determinados y efectivos socioculturalmente vigentes. En esta órbita se movería la verdadera intervención psicológica (ejemplarmente, la modificación de conducta), a diferencia de las «psicologías» salvíficas (o soteriológicas), de las que el psicoanálisis posiblemente constituye su ejemplo más redondo (aunque no el único)»

Y añade una observación profunda que no podemos menos de suscribir:

«Por así decirlo, el psicólogo sería una especie de ‘sociólogo crítico’; ‘crítico’, en el sentido de especialista en las zonas donde los conflictos normativos hacen crisis –crisis psíquica, de contingencias– en un medio socio-cultural determinado. Esto conferiría un cierto carácter disciplinar a la profesionalización psicológica y haría de la psicología una praxiología con una cierta ‘sustancia’ gnoseológica siquiera por analogía –por la analogía que pudiera establecerse entre la estructura teórica y metodológico-normativa de una ciencia y la estructura de las normas socio-culturales que el psicólogo debe manejar (praxiológicamente) para ‘hacer psicología’ con alguna eficacia».

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{1} Véase G. Sauter, Theologie als Wissenschaft, Munich 1971, donde figura, págs. 221-264, la conferencia de Scholz, «Wie ist eine evangelische Theologie als Wissenschaft möglich?».

{2} Skinner, «Un caso dentro del método científico», en Registro acumulativo (1959), traducción española, Barcelona 1965.

{3} R. W. Coan, «Dimension of Psychological Theory», en American Psychologist, 23, 1968, págs. 715-722.

{4} R. Carnap, «Psicología en lenguaje fisicalista», Erkenntnis, vol. III, 1932-33.

{5} D. A. Norman, «Entrevista con J. J. Aparicio», en Estudios de Psicología, n° 1, 1980, pág. 8.

{6} M. Yela, La estructura de la conducta. Estímulo, situación y conciencia, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid 1974.

{7} En su libro Ciudad, individuo y Psicología, Siglo XXI, Madrid 1992.

{8} Juan Bautista Fuentes Ortega, «La Psicología: ¿Una anomalía para la teoría del cierre categorial?», en El Basilisco, 2ª época, n° 11, 1992, págs. 58-71.

{9} R. S. Woodworth, Psychologie expérimentale, tomo 2, pág. 584 (trad. francesa, PUF, París 1949).

{10} H. Davies, «Some Principles of Sensory Receptor Action», en Physiological Review, 41, 1961, págs. 394-416.

{11} Nos remitimos en este punto a nuestro artículo «Psicoanalistas y epicúreos. Ensayo de introducción del concepto antropológico de ‘heterías soteriológicas’», publicado en El Basilisco, 1ª época, n° 13, 1982, págs. 12-39.

{12} Vid. Pettersen, Guillermo Wundt y su tiempo, Revista de Occidente, Madrid 1932, págs. 9-ss.

{13} Introducción a los elementos de psicología de los pueblos, trad. española de Santos Rubiano, Jorro, Madrid 1926, pág. 3.

{14} Carta de 12 de mayo de 1993 (los párrafos citados, en las páginas 2 y 3 de la carta) remitiendo el trabajo «Posibilidad y sentido de una historia gnoseológica de la Psicología».

[Se sigue el original en formato WP 5.1 (11 junio 1993) enviado a los organizadores del III Simposium de Metodología de las Ciencias Sociales y del Comportamiento, antes de su celebración. Este texto sirvió de base para la Conferencia inaugural de ese III Simposium (Santiago de Compostela, 12-16 julio 1993), y fue publicado (con la pérdida de algunas α y β en la conversión mecánica del original) en las correspondientes Actas…, Universidad de Santiago de Compostela 1994 (diciembre), páginas 19-56.]