Gustavo Bueno
Información y causalidad
noviembre 1993
[ Transcripción de la conferencia pronunciada en el I Encuentro Interdisciplinar acerca de las concepciones científicas sobre la Información. Las Ciencias de la Naturaleza y la Teoría de la Comunicación (Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense, Madrid, noviembre 1993), publicada en El concepto de Información en las ciencias naturales y sociales, Universidad Complutense, Madrid 1996, págs. 11-30. ]
Encantado de estar aquí, aunque venir a hablar de Información a esta Facultad es como en tiempos llevar hierro a Bilbao.
Mi propósito es el siguiente: tratar de aplicar ciertas ideas generales del materialismo filosófico a la Idea de información, con objeto de reexponer esta Idea, no de construirla (ya está construida y además, aunque no lo estuviera, yo no sería quien para hacerlo). Trato de reconstruir esta idea desde determinadas ideas generales (principalmente, la Idea de causalidad y la de relaciones apotéticas), ensayando lo que éstas den de sí.
Es un experimento.
Por tanto, mi objetivo es puramente académico. Los resultados no creo que sean inauditos, en absoluto; serán algo puramente conceptual, académico. Si se consigue alguna precisión, eso se habrá conseguido. No tengo más pretensiones.
Cuando hablo de información tienen que tener en cuenta los oyentes que yo no soy un experto en estas materias. Es decir, que si mis palabras tienen algún interés para ustedes será precisamente el de su ingenuidad. Veo sus cosas desde fuera, y, por tanto, esa ingenuidad puede resultar curiosa a muchos de ustedes, los expertos. Esta es la perspectiva.
Mis referencias al hablar de información, las que yo conozco, son las siguientes, y ante todo:
Que cuando hablo de información estoy pensando, no en la comunicación, en la idea general de comunicación en referencia con las investigaciones relacionadas con Palo Alto; puesto que, por lo que yo sé, todos estos análisis, estos enfoques de la idea de la comunicación tienen un componente antropológico fundamentalísimo. (Los teóricos de Palo Alto son antropólogos, la mayoría de ellos; su interés es extraordinario, por supuesto, pero yo estoy situado en otro punto de vista).
Yo trato aquí de la Idea de información como algo que hay ya que suponer dado. Estoy pensando principalmente en ciertos conceptos técnicos conocidísimos, incluso por quienes son ajenos al gremio o comunidad de los “informatólogos”. Ideas muy conocidas a nivel técnico, no necesariamente filosófico. Prescindo de las Ideas de información que tengan que ver con contextos filosóficos tradicionales, por ejemplo, aristotélicos o escolásticos (me refiero a las doctrinas del hilemorfismo, a la información de la materia por la forma sustancial). No es posible prescindir de los conceptos técnicos. Una de las premisas que utilizamos constantemente en el materialismo filosófico es que todas las ideas filosóficas proceden siempre de ideas técnicas, científicas o tecnológicas. Esta es la razón del postulado general metodológico que mantenemos. Cualquier idea, por abstracta que sea, si no tiene un correlato tecnológico o científico no tiene posibilidad de ser llevada adelante.
La dificultad estriba, según esto, en determinar cómo se produce la transformación del núcleo categorial o tecnológico en la idea general, en la idea filosófica. Esta es la razón por la que comienzo tratando de determinar las referencias técnicas o categoriales de las que dispongo en este momento.
Mi primera referencia es anterior, por supuesto, a las investigaciones actuales sobre la información. Es de carácter jurídico, y me remite a mis tiempos de estudiante de Derecho Romano: es la información ad perpetuam, concepto que intentaré reincorporar luego. Se trata de un concepto de derecho procesal, por tanto, de un concepto técnico, con la tecnología propia de la práctica jurídica.
La segunda referencia técnica nos remite a la información en su sentido reciente (relativamente reciente, después de la Segunda Guerra): la teoría de Shannon de la información; una teoría, diríamos, de telegrafista. Un concepto de información contra el que reaccionó, en gran parte, la escuela de Palo Alto, por encontrarlo muy estrecho y absolutamente inservible a efectos de su idea de la “información orquestal” (frente a la lineal, melódica). Sin embargo, la definición técnica de Shannon facilitó el tratamiento matemático del asunto, estableciendo las relaciones que el concepto de información tiene con la improbabilidad, la incertidumbre, la entropía, &c. Cuestiones importantísimas, por supuesto, y que a mí me han interesado en tiempos simplemente por razones de curiosidad. Sin embargo, al cabo de los años, me parece que este tratamiento de la temática de la información sigue siendo propio de telegrafistas, sin que con esto quiera en modo alguno menospreciarlo. Su perspectiva está encerrada (y así tiene que estarlo, para lograr mantenerse en un terreno técnico) en un lenguaje simbólico previo dado, al margen del cual, caemos en puras metáforas, porque no se pueden aplicar operatoriamente las ideas de incertidumbre, entropía, &c., si no presuponemos dado precisamente un marco más o menos cerrado en donde puedan desarrollarse combinaciones susceptibles de recibir estos conceptos. Que son muy importantes para la tecnología de teléfonos, ordenadores, &c., pero que fuera del marco de los lenguajes artificiales, o de lenguajes naturales muy codificados, tales conceptos informatológicos pierden su sentido.
Mi tercera referencia (que yo trabajé mucho por razones profesionales, cuando me dedicaba a la Lógica) es la teoría semántica de la información de Carnap y de Bar-Hillel. Precisamente el famoso libro de Bar-Hillel del año 1952 también estaba presentado como una crítica al tratamiento de Shannon, que le parecía muy estrecho, justamente porque eliminaba los contenidos semánticos (“los aspectos semánticos de la comunicación son irrelevantes para los problemas de ingeniería”). Así, formalmente y únicamente, trataba Bar-Hillel de incorporar contenidos semánticos, pero con unos criterios de adecuación muy restringidos y muy propios de aquella época, en relación con los debates sobre los juicios analíticos. Su teoría semántica de la información (In) intenta incorporar el análisis formal de contenidos de las proposiciones (i, j) partiendo de la ecuación In(j/i)=In(i.j)-In(i), y en conexión con la idea kantiana de los juicios analíticos, entendidos como juicios pleonásticos, “que no añaden información”. Así, la proposición “las tres medianas de un triángulo plano concurren en un punto” tendría una información cero, si es que se trata de un juicio analítico; en cambio la proposición “la luna es un queso de bola” tendría una información muy alta.
Esta conclusión a mí me parece resultado de un formalismo lingüístico, porque prescinde precisamente de los contenidos de realidad y de verdad. La verdad es un objeto semántico también; y la identidad, en la que se da la verdad, es (desde la teoría del cierre categorial) identidad sintética, no analítica.
La idea de información, si nos atenemos a los contextos en los cuales ella se ejercita, por ejemplo en los contextos de la Genética o en los de la Etología, pide una representación (o reconstrucción) muy distinta a la propuesta por Bar-Hillel como reconstrucción semántica.
La teoría de Von Frisch se refiere formalmente a la información transmitida por las abejas que hacen la danza redonda{1}. La abeja transmite a sus congéneres o compañeras la información para indicarles la dirección, la distancia, la cantidad de alimentos, la fuente de alimentos. En la danza redonda hay transmisión de información.
Es ya de dominio público la idea de información tal como la tratan los biólogos, los genéticos. En cualquier tratado de Biología celular se nos habla de la información contenida en el ADN del núcleo celular en forma de “instrucciones cifradas” en “mensajes” que dependen del orden en que están colocadas en la cadena helicoidal las cuatro bases púricas y pirimidínicas: adenina, guanina, citosina y timina; se precisa que esta información no pasa directamente a la proteína a efectos de su síntesis, sino al ARN, mediante un complejo proceso que comprende la “transcripción” –síntesis de cadenas de ARNm, o ARN “mensajero”– y la “traducción” –que tiene lugar en los ribosomas, interviniendo moléculas de ácidos nucleicos interferentes ARNt. Se habla de “código genético”: se dice que sus letras son los nucleótidos y las sílabas los codones o tripletes; las secuencias de codones serían las palabras, los genes serían frases y la dotación genética (el genoma) un libro escrito con ese tipo de frases. Se dice que el ribosoma “lee” la información codificada en el ARNm. Se habla del “editing” de los ARNm, un editing que modificaría el mensaje genético y lo haría inteligible. (Acaso en el siglo XXX un historiador que se encuentre con los papeles de los biólogos genéticos podría creer que sigue manejando los papeles de la escuela de traductores de Toledo).
¿Se trata de puras metáforas? Cuando se habla del código genético de la información grabado en los cromosomas, a mí me parece que se trata de algo más que de metáforas. Son conceptos que tienen una génesis metafórica, sin duda, pero la estructura de estos conceptos ha logrado desconectar de su génesis metafórica. Todo concepto tiene una génesis metafórica, todo concepto o casi todo procede de una metáfora; pero en muchos casos, cuando el concepto llega a serlo es cuando despega de su génesis, segregándola.
El análisis de la información tal como es utilizada en los mass media, en la prensa, en general, la información en el sentido de los profesionales de la misma, agradece un tratamiento materialista. “Materialista” frente a “formalista”, en un sentido parecido, mutatis mutandis, a aquello que Max Scheler, en su Ética, llamaba ética material frente a la ética formal, a una ética formal que prescinde enteramente de las condiciones de realidad de la conducta moral y se atiene únicamente a la ley moral en el sentido formal que alienta en aquella célebre declaración de Lutero: “Aunque mañana se hunda el mundo, plantaré el manzano.”
“Materialismo”, en teoría de la información, significa introducir la realidad, los diferentes círculos de realidad –jurídica, genética, etológica, lingüística, …–, una realidad que en estos casos tiene mucho que ver con la verdad y con la causalidad. Una aproximación materialista a la idea de información requiere, por tanto, una perspectiva tan amplia que nos lleva a comprometernos con ciertas ideas absolutamente generales (mucho más generales que los conceptos específicos de las disciplinas jurídicas, de la antropología, de la etología o de la genética). Los conceptos específicos (categoriales) de información utilizados por etólogos, genéticos o lingüistas, mantienen su “autonomía” en sus campos respectivos (y sólo si la mantienen pueden considerarse como tales conceptos) pero las analogías que ellos ofrecen (y de las cuales es un indicio el nombre común de “información” utilizado) obligan a regresar a una idea general de información, idea que ha de “abrirse paso” a través de los diferentes conceptos categoriales.
Pertenezco a una generación que creyó necesario mantener una cruzada contra las ideas generales. Decía Bachelard que las ideas generales son un modo de oscurantismo racional, un modo de no decir nada. En sus obras cita ejemplos muy brillantes: las “ideas generales” de aquellos autores de los siglos XVII y XVIII que se ocupaban, por ejemplo, de la idea general de fermentación o de la idea general de coagulación: la vegetación, la cristalización, o la digestión serían casos de coagulación. Bachelard dirá que estas ideas generales son propiamente “obstáculos epistemológicos” que sería preciso remover.
Sin embargo, me parece que la crítica de Bachelard a las ideas generales debe ser, a su vez, sometida a crítica, a una crítica que podría formularse ad hominem de este modo: la “idea general” de Bachelard es, a su vez, una idea general, es decir, la idea general de Bachelard no distingue clases de ideas generales que hay que tener presentes en el momento de llevar adelante su crítica. Solemos dividir las ideas generales en dos clases, inspirándonos en los matemáticos cuando distinguen la clase de los elementos absorbentes y la clase de los módulos de las operaciones: cinco por cero es cero, y cinco por uno es cinco. Hay ideas generales que podrían equipararse, al componerse con otras, a los elementos absorbentes: ideas generales absorbentes, que corresponderían a aquellas de las que habla Bachelard. Todo queda unificado por la idea general que, por tanto, borra las diferencias, lo oscurece todo, lo transforma en cero, el cero de su propia generalidad. En cambio, cuando en lugar de multiplicar por cero, multiplicamos por uno, vemos cómo el módulo no elimina los términos correspondientes sino que los reproduce.
Habrá también ideas generales modulantes: parece que ellas dejan intactos los conceptos a los que se aplican, que no les agregan nada; en realidad los transforman en ideas o en ejercicios de ideas. El concepto de “puerta” es necesario en etnología para describir la casa, para ordenar y sistematizar el material recogido. Pero el concepto de puerta, desde el punto de vista de la antropología ecológica, no puede ser circunscrito al campo estrictamente antropológico, pues envuelve una idea termodinámica, en tanto supone la comunicación de un sistema con el exterior. En el momento en que una edificación no tiene puerta es una tumba; la puerta muestra la necesidad que tiene un sistema viviente del medio exterior. Así pues en el concepto de puerta se nos manifiesta una idea mucho más general, la de un sistema termodinámico, sin que esta idea más general borre en absoluto la idea de puerta.
Lo que buscamos es una idea general modulante de información.
Como componente fundamental de esta idea contamos a la idea de causalidad, en cuyo ámbito se contienen otras ideas tales como las de acción, agente o efecto. Hay un esquema o modelo binario para pensar la conexión de los términos agente/acción; un esquema común a los campos etológicos y físicos; este esquema está ya implícito en la doctrina de las categorías de Aristóteles, en cuya tabla figura, como novena categoría la acción, que envuelve un significado transitivo. Pero la acción es un accidente y por tanto hay que ponerla en el contexto de la sustancia (en este caso, el agente o sujeto). La distinción de las acciones en inmanentes y transeúntes tendía a alejar del concepto de la acción el sujeto paciente (puesto que había acciones sin necesidad de ese sujeto, las inmanentes); sin embargo, para las transeúntes, la acción volvía a ser pensada junto con la pasión del sujeto paciente (y este es el camino que seguirá Newton al enunciar la tercera ley del movimiento o principio de la acción y la reacción). La distinción entre agente y acción, en el caso de las inmanentes, presenta dificultades muy grandes: en Dios no hay distinción, por ejemplo. Sin embargo, los escolásticos postulaban acciones divinas ad extra, lo que no era fácil de entender. Leibniz negó a todas las mónadas las acciones ad extra: todas las acciones son inmanentes, la sustancia es pura acción (energetismo), no hay causalidad eficiente transitiva y de ahí la necesidad de la armonía preestablecida para explicar el orden del mundo. Teoría con una gran aplicación al terreno de la comunicación y de la información: basta recordar el símil leibniciano del teatro (el actor que, declamando su papel, llega al punto en el que debe sacar su pistola y matar a otro personaje, que caerá en el momento oportuno marcado por su reloj, aunque no haya ni siquiera escuchado las palabras de su “asesino”: la información se sustituye por la armonía preestablecida entre las mónadas activas).
El modelo monádico de la información tiene seguramente un campo mucho más amplio en la vida ordinaria de lo que a primera vista pudiera parecer.
Con el modelo binario expuesto se coordinan otros muchos conceptos de los que no podemos tratar aquí (además de causa/efecto, potencia/acto, esse/operari, &c.). Estos dualismos binarios obligan de hecho a un “pensar por yuxtaposición”; pues, aunque el agente (o sujeto) pueda ser pensado en reposo, lo cierto es que sólo es agente cuando actúa. De aquí la tendencia a reducir toda una serie de términos a sus opuestos (la acción es inmanente al agente; la existencia a la esencia, &c.). Venimos ensayando una segunda versión de estas relaciones. La acción ha de ir vinculada sinalógicamente al agente, pero también el agente a la acción, y esto sin necesidad de reducir el agente o actante a la acción, puesto que un actante puede desplegar diferentes acciones, lo que nos obliga a entender el actante no como un sujeto indeterminado o nouménico, sino determinado o con–formado de suerte que, al menos parcialmente, pueda verse como dator formarum o conformador de la acción. Asimismo, por ello, la acción tampoco podrá ser tratada como un acto puro (sin ningún contenido diferencial) sino como acto con–formado por el agente o agentes. Esto no implica indistinción, puesto que las acciones pueden variar de modo diferente a los agentes, aunque dependan de estos; y lo mismo se diga entre acción y efecto de la acción (o reacción). Además, la acción transitiva y el efecto se “emancipan” del agente, pero esa emancipación queda “compensada” por la causalidad de las conformaciones. El esquema binario habrá de ser sustituido como mínimum por un esquema terciario: actante/acción/efecto. Con esto, nos vemos obligados a acogernos a la teoría materialista de la causalidad (materialista, frente al formalismo de la ontoteología –la causa divina es totalmente incomparable con sus efectos, las criaturas– y a su secuela, el formalismo de los ocasionalistas, seguido de hecho por Hume, cuando pretenden demostrar que la relación causa/efecto puede mantenerse “con evacuación de sus contenidos”). Pero la relación de causalidad no sería binaria; su fórmula más simplificada podría escribirse así: Y=f(H,X). En esta fórmula se supone que el efecto Y está determinado (en su esencia, no sólo en su existencia), por tanto, conformado, por el sujeto H y el determinante X, en proporciones inversas (a mayor conformación de H menos intervención de X y recíprocamente). La acción es el mismo nexo entre H y X; por tanto la acción se descompone en un momento vinculado a X, otro a H y un tercero a Y (por supuesto X es un símbolo simplificado de X’, X’’, X’’’). La causalidad trabaja pues a una escala dada de partes formales. La causalidad material es determinista; en la causalidad material la incertidumbre procede, o bien del entorno (un meteorito) o bien del dintorno (dado a escala de las partes materiales).
La doctrina materialista de la causalidad tiene una importancia muy grande para la idea de información. Basta pensar en el famoso modelo de Jakobson, según el cual el emisor ha de ir asociado a un receptor o destinatario. Una televisión que no es vista por nadie no funciona como tal, sólo si es vista por alguien hay mensaje o información. El postulado implícito en este modelo es el de que el mensaje debe recaer sobre el destinatario a través de canales adecuados. Supone en todo caso una unión (de sinexión) entre el actante con la acción y con el efecto. Se trata de un caso particular que nos instruye sobre la estructura causal de la información de la que estamos hablando. Estamos, sin embargo, ante un caso particular nuevo, original, pero que se inscribe en la estructura de la idea general.
En distintas ciencias encontramos distintas estructuras o procesos que ilustran la misma idea general causal de la información. Las ideas generales gobiernan por tanto un determinado orden categorial o tecnológico sin necesidad de que la representación de la estructura de esa idea deba estar siempre formalmente presente en el ejercicio categorial o tecnológico.
Además de las ideas relacionadas con la causalidad necesitamos contar con la distinción entre los contextos apotéticos y los contextos paratéticos. Esta distinción está sobre todo pensada contra el mentalismo, pero no tanto desde la perspectiva del conductismo (del behaviorismo) sino desde una perspectiva diferente.
El conductismo, pero también el mentalismo, siguen siendo posiciones de actualidad. Sus perspectivas han tenido una enorme importancia en el desarrollo de la teoría de la comunicación y de la información. Es conocida por todos la metáfora que hace del cerebro (o de la mente) una especie de ordenador que procesa datos, información. Ahora bien: cuando hablamos de cerebro o de mente, en cuanto equivalentes a un sujeto, considerado como opuesto a un mundo, estamos jugando con el par de conceptos dentro/fuera. Consideramos que el alma, o el cerebro, están dentro del sujeto, y que lo demás está fuera. No podernos traer aquí la polémica contra el mentalismo, desde Comte hasta Carnap. La propuesta que nosotros venimos haciendo es la de sustituir (a efectos del debate entre mentalismo y conductismo) el par de conceptos dentro/fuera por el par de conceptos cerca/lejos, elaborados naturalmente en la forma de lo que es apotético (griego, “lejos”, lo lejano) y de lo que es paratético (lo cercano, lo contiguo). Cuando un etólogo está describiendo la conducta de un animal carnicero debe estar situado en una lejanía suficiente como para poder observar al animal carnicero (por ejemplo, un leopardo) acechando a su presa (por ejemplo, una cebra). Asimismo el leopardo, al acechar a la cebra, ha de percibirla apotéticamente, lejos de su lugar de observación. Por eso tiene que aproximarse a ella, para poder desgarrarla.
Mantenemos que los conceptos apotéticos son característicos de las ciencias etológicas y humanas. Lo que significa mantener también que en el momento en que un concepto apotético se transforme en un concepto paratético, la ciencia humana o etológica deja de serlo porque se convierte en fisiología. Cuando Pavlov observa su perro “desde lejos” actúa como etólogo, cuando comienza a hablar de reflejos condicionados, actúa como fisiólogo.
La conducta apotética es una conducta operativa y, por tanto, supone el trato con los fenómenos. Por lo demás, la distinción entre los contextos apotéticos y los paratéticos puede utilizarse para reconstruir la conocida, entre los teóricos de la información, distinción de Peirce entre símbolos y signos: tendría sentido decir que los signos son paratéticos y los símbolos apotéticos. El símbolo sugiere (etimológicamente), por ejemplo, el plato roto después del simposio, en el que se regalaba uno de los trozos al amigo a fin de que, en su día, el fragmento pudiera juntarse con el que se reservó el anfitrión. El plato o la jarra rota en dos partes era el símbolo de la amistad, un símbolo en el que está representada la marcha del huésped, su alejamiento, y su posibilidad de volver.
Nuestro objetivo es la reconstrucción de la idea de información a partir de la idea de causalidad materialista (id est, no formalista) presentando la idea de información procesual. Semejante objetivo significa desviarse del camino más frecuentado en tanto éste camino transcurre precisamente “rodeando” a la idea causal, como si se tratase de evitarla. Esto ocurre cuando se da por supuesto que la información tiene que ver con el conocimiento (dando por supuesto, además, que se sabe lo que significa esta última palabra). En efecto, cuando se distingue (con Wiener) el “transporte de información” (comprendiendo aquí transmisión de mensajes, comunicación) y el “transporte de materiales” se está de hecho disociando información y causalidad material, de un modo paralelo al de Leibniz. Sin duda no es lo mismo, contando con cuatro términos [a,b,c,d] transmitir un mensaje codificado asociado a una determinada permutación –(a,c,b,d), (b,c,d,a)…–, es decir, transportar información dejando los términos en su sitio, que transportar materiales. Pero de aquí no se sigue la posibilidad de disociar información y causalidad más que en los casos en que ad hoc hagamos intervenir, respecto de unas referencias dadas, las permutaciones de los términos de su transporte a otro lugar. En líneas generales, por un lado, los términos [a,b,c,d] para transmitir información deben también causar efectos [a',b',c',d'] en otro lugar y, por otro lado, el orden entre estos términos, no es disociable de ellos, no es hipostasiable como algo sustantivo. En cualquier caso la figura de los signos tampoco es disociable de sus cuerpos y de sus relaciones entre ellos.
La disociación hipostasiada entre información (mensaje, orden) y causalidad materialista suele ir asociada a una concepción mentalista o espiritualista de la información. De acuerdo con esta concepción viene a suponerse un “sujeto consciente” (Se) que decide transmitir un mensaje k a otros sujetos conscientes (Sr), y lo lleva a cabo valiéndose de un sistema de medios m (los medios incluyen por ejemplo el lenguaje fonético y las ondas sonoras directas o a través de transformaciones electromagnéticas que implican el uso de micrófonos, antenas, receptores) según un fin. El mismo concepto de medios denota la función subordinada que se les atribuye al lado del plano en el que tendría lugar la información propiamente dicha, el plano que contiene únicamente la relación entre el emisor Se, el mensaje k y el receptor Sr.
Sin duda, el análisis de la información por la cuaterna [Se,k,m,Sr] tiene una utilidad tecnológica obvia, para los casos en que interese detenerse en los medios m, al margen del mensaje k (puesto que el mismo k puede darse en distintos medios; los mismos medios pueden transmitir mensajes k muy diferentes). Es característico de este análisis la sustantivación del “mensaje”. Resulta ser éste entendido como una estructura ya dada, por ejemplo, un texto, como un ergon más que como una energeia. Sin embargo, las posibilidades de disociación técnica entre m y k no autorizan a disociarlos, como si se mantuvieran en planos distintos (como si k fuese el mensaje inmaterial, el orden, y m los medios materiales, los términos). Y como si, en resumidas cuentas, la información fuese una relación entre Se y Sr valiéndose del lenguaje y de los medios como si fueran componentes indirectos u oblicuos, meros soportes de la información (según el modelo de la comunicación entre los espíritus, la comunicación angélica). Advertiremos que la teoría de la información, en el sentido generalizado desde Shannon, sigue estando prisionera de este análisis técnico. De ahí la distinción fundamental entre un material desordenado (un magma más que un caos) de entropía máxima y un orden que se introduce en él, subentendiendo que el mensaje es el orden. La disociación entre orden y energía se advierte bien en la famosa hipótesis del demonio clasificador de Maxwell: el demonio introduce orden en el sistema sin alterar su energía o materia (el demonio de Maxwell es una versión reducida del nous de Anaxágoras). Pero sabemos que es imposible un demonio que introduzca orden en el sistema sin consumir energía del sistema o de su entorno.
Desde el momento en que buscarnos disolver las sustantivaciones de Se y de Sr y otorgar a k y m el papel directo, y no oblicuo, que les corresponde en el proceso mismo de la información, tendremos que reorganizar los componentes de la cuaterna consabida. Se trata de analizar las conexiones entre los términos de esa cuaterna no como si fuesen términos de una estructura o relación sino más bien episodios de un proceso causal. En este proceso causal, tan importante es k y m como Se y Sr.
En el fondo se trata de poner el centro de gravedad del proceso de la información en el mensaje k, entendido, no tanto como una estructura dada, cuanto como un proceso que se desarrolla precisamente dentro del proceso causal de la información. Pero el mensaje, en cuanto proceso, es una multiplicidad secuencial k. Ahora bien, esta multiplicidad secuencial no puede ser pensada como exenta; tiene lugar en un sistema Se (el sujeto o emisor deberá ser entendido entonces como un sistema, no necesariamente subjetual). Pero la secuencia k que va a ser el contenido de la información se adscribirá al sistema Se no tanto como “emanada” o “emergida” de su seno. Esta secuencia adscrita a Se habrá que suponerla a su vez como un efecto procedente de algún otro sistema Se. Por otra parte, la secuencia K1 en Se es la que, a su vez, causalmente, pondrá en marcha a otras secuencias mi que cuando, en otro sistema Sr determine una secuencia k’ tal que reproduzca isomórfica y distributivamente a k (siendo Sr un sistema distinto, según criterios propios de cada caso, de Se) entonces hablaremos de información de Sr por Se.
Según el concepto expuesto información implica “reproducción causal isomórfica y distributiva (extra-causas)” del mensaje transmitido por un sistema Se en otro sistema Sr diferente (de aquí podemos derivar las condiciones de “novedad” y “determinación de incertidumbre” que suelen exigirse a la información y que confusamente suelen interpretarse como suficientes para excluir a las proposiciones analíticas, supuesto que existan, de las cadenas de información). De tal modo que al ser Sr informado por Se pueda “ocupar”, de algún modo, el puesto de Se o desempeñar funciones suyas; para lo cual Se y Sr habrán de pertenecer al mismo “tipo lógico”, pero de forma tal que estén sustancialmente segregados. Por esto excluiremos la idea de la autoinformación: la información no es reflexiva y nadie, salvo el Dios de Aristóteles, puede autoinformarse por la misma razón que no cabe una causa sui. La información implica reproducción aunque la reproducción no implique siempre información. Eliminamos así de la constelación de los procesos de información a los procesos de reproducción sustancial, como puedan serlo, por ejemplo, los procesos de “reproducción” de cristales de “hiposulfito” (tiosulfato sódico pentahidratado) que tienen lugar cuando en una solución sobresaturada (con el mismo hiposulfito) introducimos un cristal de esa sustancia. El cristal crece, se rompe de vez en cuando, los trozos vuelven a crecer, vuelven a romperse, hasta que el vaso se llena de cristales. Cairns-Smith habla sin embargo, en este caso, de este modo: “un gen de cristal debe ser capaz de portar cantidades importantes de información y reproducir dicha información con exactitud suficiente mediante procesos de crecimiento y exfoliación de cristales”. Acaso un gen cristalino pueda ser (por lo que tiene de gen) capaz de portar cantidades de información, pero no en cuanto cristal. El cristal de hiposulfito que se divide no necesita información: es un sistema en equilibrio inicial dinámico en la disolución y va creciendo hasta que se divide por la acción del medio; no hay información de unos trozos a otros sino procesos causales paralelos, isomorfos. El crecimiento es por agregación externa, y la división es la de una estructura homogénea. Por ello tampoco cabe equiparar el proceso de multiplicación del cristal a la bipartición de los animales unicelulares. La célula crece por intususcepción (no por agregación), es decir, porque sus partes interactúan de un modo sui generis. La bipartición es la misma sustancia que se fragmenta, y si en la bipartición celular hay información es en la medida en que hay replicación de ADN en estructuras heterogéneas que dan lugar a sustancias distintas. Hablamos pues en los casos de reproducción no informativa, de conformación: el cristal de hiposulfito conforma a los sucesores.
Los procesos de información que tienen lugar a escala intersubjetual (por ejemplo, la información de un informador de una emisora de radio a sus oyentes) pueden ser analizados según el modelo de la información procesual causal. La emisora de radio forma parte del sistema Se (son los medios, inseparables de las ondas); de ese sistema forman también parte los informadores o sujetos humanos del mismo tipo lógico; el mensaje k que transmiten los informadores debe a su vez proceder de otros terceros (por ejemplo, se da un texto ya escrito; un informador directo o reportero que va describiendo una escena de la que forma parte no está propiamente transmitiendo mensajes, no está informando, sino a lo sumo conformando). El mensaje k transmitido por Se, además, sólo informa cuando causalmente reproduce en Sr otras secuencias k’ isomorfas a las k que permitan a Sr ocupar el lugar de Se. Por eso la información tiene que ser verdadera. La verdad de la información no es, según esto, un requerimiento ético añadido a la información, sino una característica suya. Una información errónea o falsa no es información, sino falsa información, apariencia de información.
Ahora bien: la idea general de información se modulará muy distintamente en contextos paratéticos y en contextos apotéticos. Cuando apliquemos la idea de información a contextos paratéticos, su cumplimiento puede ser literal: en Genética, la recurrencia se llama regeneración (cada célula, cada macromolécula, se puede desdoblar, como en el desdoblamiento de la famosa hélice de Watson). La información codificada del ADN es sólo una primera información, es decir, ordenación de codones, que no es explicable analíticamente –a partir de reglas químicas– sino que presupone ser el término de un regressus (la morfología de este regressus ya es formulable en lenguaje químico). La ordenación de codones del ADN está dada. Si contiene información es porque la ordenación se reproduce o es recurrente, ante todo, en la replicación de cada molécula de ADN en una cadena nueva, ARNm, aún después de suprimidos los intrones. La reproducción no ha sido una fotocopia, ni tampoco una desviación: se mantiene el orden ajustado al de las proteínas; en este sentido no es correcto afirmar, como suele hacerse, que el ARN (que recibe la información del ADN) traslada la información a la proteína que está sintetizando (la proteína no puede recibir información porque aún no existe: no puede recibirla ni reproducirla). La proteína sintetizada es conformada. Por tanto, el ARNt transferente más que informar, conforma las cadenas polipeptídicas transportando aminoácidos al ribosoma. Lo importante es que la información del ARNm, del mensajero, es información por ser acción causal en las proteínas; es decir, no porque se reproduzca inmediatamente (el mismo ANRm) pero sí el orden de las proteínas. Esta acción de la información es causal determinista (se reproduce la colinealidad). Pero sobre todo, hay información porque, a través de las proteínas (y del organismo, del fenotipo), vuelve a reproducirse el propio ADN. En efecto, lo característico de la célula son sus proteínas enzimáticas y su disposición relativa que determina los procesos metabólicos y, en consecuencia, los demás componentes celulares no proteicos. Y cuando se introducen bucles, en algunas traducciones (el editing), tampoco puede decirse que sean aleatorios. Son deterministas-causales.
Las células germinales se han emancipado, y para compensar esa emancipación la misma estructura del progenitor se nos muestra grabada en estas células independientes; lo que implica que no todos los procesos causales son informativos. Si hay mutaciones, y si hay degeneraciones, entonces la información se pierde, deja de haber información; nos encontramos ante el fenómeno de la conformación. Las cadenas celulares que se pierden pueden dar lugar, sin embargo, a otros procesos mejores que la información; a fin de cuentas, así es como se produce la evolución de las especies, a través de las mutaciones en las cuales la información se ha perdido.
En el caso de los contextos apotéticos nos encontramos ante situaciones difíciles de analizar. En una situación como la de las abejas de Von Frisch resulta difícil apreciar los mecanismos por los cuales las abejas transmiten información mediante la danza redonda. La información que transmiten las abejas es apotética: va referida a una fuente lejana, distante hasta cuatro o cinco kilómetros; la información les “dice” dónde está el alimento, qué dirección hay que seguir, según el ángulo de su danza con respecto al Sol. Las informaciones que transmite la abeja, ¿son un lenguaje simbólico? Von Frish así lo creyó, pero no podemos entrar aquí en este asunto.
Consideremos otra situación: la constituida por la famosa transmisión de información mediante feromonas entre ciertos animales, feromonas que algunos investigadores interpretan como semejantes a las hormonas, como “hormonas sociales”, porque los organismos las vierten al medio exterior intersomático, constituido por otros organismos. Hormonas capaces de ser detectadas, por ejemplo, por las abejas del enjambre (considerado como una suerte de organismo pluricelular cuyas células fueran discretas; cada abeja sería una unidad, una célula de ese “organismo” dispersable y contraíble).
La información apotética modula la idea de información del siguiente modo: ante todo, la “transmisión recurrente” requerirá un sistema conformado que habrá de re-producirse unívocamente; pero su carácter apotético permite que la reproducción sea representativa, lo que implica la posibilidad de “eliminar el medio” (una eliminación del término medio que cabría comparar a la famosa eliminación del término medio del silogismo). Se elimina el medio de tal forma que quien recibe la información pueda reconstruir los propios datos que tenía el emisor originario sin necesidad del “vehículo” de la información. Este proceso se cumpliría muy fundamentalmente, y casi exclusivamente, esto se puede hablar con más detalle, a partir del lenguaje escrito (más que en el lenguaje hablado). Según esto, el lenguaje escrito equivaldría a una verdadera “mutación” en la evolución histórica. Cabría defender la tesis de que la verdadera “fecha de nacimiento” de la Humanidad histórica es contemporánea del lenguaje escrito y del lenguaje fonético (aun cuando aquel se apoya en éste). La razón de esta tesis, en dos palabras, es esta: cuando hay solamente lenguaje verbal, la transmisión de información como proceso que transcurre de unas generaciones a sus sucesoras nos mantiene en una situación en la cual cada generación depende enteramente de la inmediatamente anterior y está “aprisionada por ella”. No puede, por ejemplo, “verificar” lo que antecede. Con la información escrita podemos “coger por detrás” a nuestros antepasados, podemos saber más de Ramsés II de lo que sabía Solón. ¿Por qué? Porque tenemos huellas escritas o epigráficas o documentos. ¿Por qué? Porque están grabadas en materias extrasomáticas.
Una consecuencia importante que podríamos extraer de esta idea de información es la de la desconexión de principio entre el concepto de información y los conceptos éticos o morales. La idea de información, en cambio, tendría conexión esencial con la verdad. Para que tenga lugar el proceso de información sería necesario, si mantenemos el carácter unívoco del proceso de recurrencia causal, que el modelo se parezca al original. Si el parecido se desvanece, no habrá información, tendríamos otra cosa. Esto implica el corolario paradójico de que no hay informaciones falsas, y que la información falsa es una falsa información (empleando aquí el mismo juego de adjetivos y sustantivos que se emplea en álgebra cuando se dice: “2+2=5” es una fórmula falsa, es decir, es una verdadera fórmula, pero falsa; mientras que “2=logX+*-” será una falsa fórmula, porque sólo es fórmula en apariencia, al no cumplir las reglas sintácticas de construcción). No es lo mismo, en efecto, falsa fórmula que fórmula falsa. Tampoco confundirá Platón, en La República, el verdadero gobernante y el gobernante verdadero. Platón suscita el tremendo problema de si un gobernante que gobierna mal es un verdadero gobernante; un piloto que pilota mal y estrella la nave contra los acantilados, no es un piloto, es otra cosa (por ejemplo, un suicida, aunque coja el timón y tire hacia adelante). Un jefe político que estrella su nación, ¿es un gobernante? ¿No es un falso gobernante? Una falsa información no sería información, sino otra cosa, por ejemplo, propaganda edificante, “con-formante”.
Distinguimos habitualmente entre Ética y Moral. ¿Cómo interpretar su diferencia? Algunos creen que son dos términos que expresan el mismo concepto, solo que uno se dice en griego y otro en latín (como telescopio o catalejo).
Cabría sostener que la diferencia entre estos términos estriba en que Ética es palabra de izquierdas y Moral de derechas. Hay también una tradición, continuada en España por el venerable Aranguren, según la cual la “ética” debía entenderse como el tratado de la moral. Nosotros, apoyándonos en la etimología y en otras circunstancias que no son del caso detallar ahora, referimos la ética al sujeto humano que sea simultáneamente individual y universal. Desde el punto de vista materialista es difícil señalar a otro constitutivo humano que siendo individual y universal, sea a la vez distinto del cuerpo orgánico. Todos tenemos cuerpo; cuerpo de mamíferos placentarios, de primates. Entendemos por ética todo lo que se refiere al “gobierno del cuerpo”. Por ejemplo, si un individuo está accidentado en la carretera, el atenderle es una conducta ética; desatenderle es una conducta no ética. El pecado capital contra la ética es el asesinato, la muerte. En este sentido cabría decir que la profesión ética por excelencia es la medicina. La moral en cambio se refiere a las costumbres. Los mores son las normas necesarias para que el grupo organizado funciones como tal grupo. Pero ocurre que la moral y la ética están en conflicto constante. Por ejemplo, el asesinar o el matar, el hacer la guerra, puede ser moral y necesario, pero no es ético. El conflicto que Kant veía como conflicto entre la Naturaleza y la Libertad es en realidad el conflicto entre la Ética y la Moral.
¿En qué condiciones puede hablarse de la ética de la información? El informador debe tener una deontología, pero sus normas son más bien normas propias de la moral del gremio, del gremio de periodistas. Podría ocurrir que no fuera conveniente atenerse a la verdad de la información, incluso por razones éticas. En cualquier caso, hay situaciones que demuestran que las falsas informaciones han sido históricamente más importantes que las informaciones verdaderas. Valga como ejemplo la llamada “donación de Constantino”. El papa Esteban II “informó” que Constantino el Grande le había dado el imperio del mundo –¡vaya información!–. Una patraña que sin embargo fue más importante que una verdadera información: si hubiera dicho la verdad acaso no hubiera habido imperio sacro-romano.
La conexión entre las ideas éticas y morales y la idea de información (de la que cabe deducir ciertos teoremas, digámoslo así, por modestos que sean) me ha parecido importante, me ha parecido que merecía la pena considerarla. Y… me callo, pidiendo perdón por la extralimitación.
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{1} Reproducimos el texto al que se refiere el Profesor Gustavo Bueno:
«Una vez que la recolectora ha descargado su botín, comienza a realizar la danza circular.
Con pasos rápidos de trote, describe una serie de círculos en derredor de la porción del panal sobre la cual se encuentra, variando con frecuencia el sentido de la marcha… y efectuando estos cambios con tal frecuencia, que sólo describe uno o dos círculos en cada sentido. Esto se verifica en un lugar muy concurrido de la colmena y se hace más llamativo cuanto mayor sea el número de abejas que se encuentren en las proximidades, trotando tras ella e intentando mantener sus antenas en contacto con el abdomen de aquélla… este torbellino dura algunos segundos, medio minuto, hasta que la danzadora se detiene y se separa de sus seguidoras para volver a repetir el juego en otro u otros lugares del panal, dejando salir en cada uno de ellos una gota de miel.
Luego sale nuevamente de la colmena para volver al lugar donde se encuentra el cebo, toma una nueva carga y vuelve con ella al hogar para repetir allí las mismas operaciones. La danza se efectúa en la oscuridad de la colmena cerrada. La danzarina no puede ser vista por sus compañeras. Si estas observan y siguen su acción se guían exclusivamente por sus percepciones táctiles y olfativas.
¿Qué significa esta danza circular? queda fuera de duda que entre las obreras se produce viva agitación. También observamos que las que han seguido la danza inmediatamente hacen preparativos para salir de la colmena, se limpian apresuradamente, se dirigen a la piquera y abandonan el hogar.
Poco después se unen a sus compañeras en el puesto en que se encuentra el cebo. Como es lógico cuantas más abejas efectúen la danza más rápidamente aumenta el número de las que afluyen. No queda la menor duda acerca de la relación que existe entre una y otra cosa. La danza sirve para avisar a la colmena que se ha encontrado un rico filón.
Pero ¿cómo encuentran las abejas el lugar en que se halla? La primera hipótesis en que se piensa es que a la terminación de la danza las abejas que han presenciado la danza siguen a la bailarina hasta el cebo.
Pero esto no se corresponde con la realidad. Las abejas que acuden como nuevas invitadas no saben aparentemente donde se encuentra su objetivo. A través de los movimientos simbólicos de la danza circular sólo saben que deben buscar en las cercanías de la colmena, lo cual es exactamente lo que hacen. Esto es fácilmente comprobable mediante el siguiente experimento. Atraigamos un grupo de abejas marcadas a un cebo que se encuentra colocado sobre una mesa a 10 metros de la colmena en dirección Sur. Luego coloquemos a 20 metros de la colmena en dirección Norte, Sur, Este, diversos platillos sobre la hierba. Pocos minutos después de que las pecoreadoras del cebo en dirección Sur comiencen a bailar, empezarán a ser visitados por las obreras todos los cebos.
Quitemos ahora el platillo con el que hemos cebado a nuestras abejitas señaladas, de manera que no encuentren alimento en su lugar. Entonces se comportan de la misma manera que cuando el tiempo es desfavorable y las flores no ofrecen néctar; las abejas permanecen en su hogar y no danzan. Y entonces podemos volver a colocar el platillo sobre la hierba y acaso pasan muchas horas sin que sea visitado de nuevo.
De esto sí que hay que maravillarse pues las pocas abejas señaladas no son las únicas recolectoras de la colmena; ¿por qué todas las recolectoras no envían sus compañeras a explorar en todas las direcciones, mediante la misteriosa danza circular, con lo que descubrirían la existencia del platillo? la contestación es la siguiente: ciertamente las envían, cuando hallan un rico botín pero su mensaje las dirige hacia la especie de flores que han explorado con éxito y no en busca de platillos azucarados.» (K. Von Frisch, “La danza circular como medio de expresión”, en La vida de las abejas, Labor, Barcelona 1984, pp. 151-154.)
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Bibliografía
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