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Gustavo Bueno

Pregón de San Roque

Llanes, 16 de agosto de 1992


Amigos del Bando de San Roque; amigos y enemigos míos que estáis aquí presentes en este 16 de agosto de 1992:

1. El círculo de Llanes, o la circunferencia de Llanes, puede considerarse determinada por tres puntos que son los tres «bandos», el de La Magdalena, el de La Guía y el de San Roque. No son tres circunferencias o anillos independientes –que Natán el Sabio pudiera reducir a uno solo– sino tres momentos distintos de un mismo anillo. Tres puntos que, por serlo, tienen el privilegio de estar, cada uno de ellos, flanqueado por los otros dos. ¿Y que representan? Hace ya algunos años, un llanisco insigne, Germán Ojeda, haciendo historia, decía así: «Los carlistas 'magdalenienses' juntaron a sus mesnadas y exigieron fidelidad, los moderados pidieron al Roque divino su protección y los progresistas imploraron a La Guía su consuelo.» Según esta interpretación, y en una proyección rectilínea de la circunferencia, al bando de la Magdalena le corresponde la parte derecha; al bando de La Guía, la parte de la izquierda; y al bando de San Roque la posición central. Pero como esta proyección puede resultar a muchos inconveniente y en todo caso, insuficiente, me arriesgaré a ensayar otro tipo de proyección de nuestra circunferencia, aplicándola, no ya a la línea espacial, sino a la línea temporal, a aquella que contiene el pasado, el presente y el futuro, y en estas condiciones, me parece evidente que el bando de La Magdalena le corresponde el pasado, al margen del cual nada existiría; al bando de La Guía, le corresponde el futuro; y al bando de San Roque le corresponderá el Presente. Y me parece esto evidente aunque no sea más que porque La Magdalena ya pasó, pues la Magdalena es de Julio; la Guía aún no ha venido, es de Septiembre; pero San Roque es de Agosto, de hoy, del presente: un presente que, además, aunque pase, se reproduce con el círculo del tiempo todos los años; y viene renaciendo desde hace siglos, en Llanes, ciudad vieja, y esperamos y deseamos que siga renaciendo, durante siglos y siglos en el Llanes del porvenir.

2. Una ciudad, una villa, un pueblo, se define por los símbolos que ha elegido: el Bando de San Roque, que representa hoy el puesto central que le corresponde, el presente de Llanes, ha elegido como patrono a un Santo, a San Roque. ¿Y qué simboliza San Roque? Un santo es un hombre; pero un hombre dotado de atributos especiales –porque todos nosotros somos hombres y no todos (y no el que os habla, desde luego) somos santos–. San Roque, que visto desde el cielo requiere, para ser descrito adecuadamente, un nombre teológico, el de Santo, visto desde la tierra requiere también un nombre antropológico adecuado; los antropólogos utilizan un nombre que sin duda cuadra muy bien a San Roque: el de «Hombre-medicina»; nombre que cuadra también a otros Santos, muy señaladamente a Cosme y Damián, y a otros que no lo son tanto, como Asclepio, que vivió siglos antes de nuestra era, sólo que Cosme y Damián, como San Roque, eran «Hombres-medicina anárgiros», es decir, desprendidos, que trabajaban de balde; mientras que Asclepio, al menos en su santuario de Epidauro, pedía retribución, o cobraba por curar milagrosamente. (También es cierto, según leemos en una de las más hermosas estelas conservadas, que una vez que un niño gravemente enfermo le pidió ayuda, Asclepio le preguntó qué tenía para retribuirle y el niño sólo pudo enseñarle una taba, que usaba para jugar; el dios, sonriendo, le aceptó su retribución y curó al niño enteramente.)

San Roque es, pues, un hombre, un «Hombre-medicina», y todavía con mayor especialidad, es el «Abogado de la peste». ¿Y qué es la peste? No es sólo una enfermedad individual, privada, como las que atendía Asclepio, o las que atendían esos otros hombres-medicina que los antropólogos llamaban «chamanes» y que, por cierto, van asociados a un perro (un perro funerario que, como Cerbero, los pone en la frontera del otro mundo). La peste es una enfermedad pública, es una enfermedad social, que se propaga por culpa de las ratas y las pulgas que merodean y conviven con el pueblo sano.

3. El siglo XIV es el siglo del hambre, derivada en gran parte de los cambios climáticos (el año 1303, en el que se heló el Mar Báltico, suele tomarse como fecha de una llamada «pequeña edad Glaciar»); el siglo de las enfermedades y de la muerte. «Moríanse los hombres en las plazas y por las calles de hambre... y tan grande era el hambre que comían los hombres pan de grama» –leemos en la Crónica de Fernando IV de Castilla, de 1301. Hacía 1315, en que Roque de Montpellier queda huérfano de padre, las lluvias torrenciales destruyen las cosechas y una epidemia de disentería, junto con el hambre mortal que se extendía por toda Europa, comienza a diezmar a las poblaciones, y sobre todo a los pobres, a quienes no pueden retirarse (como años después, cuando la Gran Peste de 1348, se retiraron los privilegiados del Decamerón) a sus fincas, o a sus palacios. Pero San Roque era uno de esos privilegiados: no sólo por la ciudad en la que vive, Montpellier, en la que, a iniciativa de los Reyes de Aragón, se había creado la primera Escuela de Medicina de Europa (por cierto, casi como una secuela de la Córdoba musulmana y del Toledo de los traductores), en el año 1314 se promulgaron sus estatutos para la enseñanza; sino también por familia, porque su padre es el Gobernador de la Ciudad.

Sin embargo, Roque de Montpellier renuncia a sus privilegios, distribuye sus bienes entre los pobres y toma el camino de Roma, no el de Santiago. ¿Y a qué va Roque a Roma? No lo sabemos bien: pero sí podemos asegurar que no sería para visitar al Papa, a la sazón Juan XXII, que residía en Avignon. Los franciscanos –los fraticelli– habían sido condenados en la figura de Michele de Cesena, como amantes demasiado radicales de los pobres. San Roque en Montpellier no era franciscano, era un laico; aunque andaba sin duda cerca de los franciscanos (algún biógrafo le supuso miembro de una suerte de «orden terciaria»). ¿Por qué toma entonces el camino de Roma, a raíz de su renuncia a sus bienes, a su estado, a sus privilegios? Hay una noticia que merece ser tenida en cuenta: Va a Roma a visitar las tumbas de los Apóstoles. ¿No son estos apóstoles los mismos que unos años antes, Segarelli, que no era sino un simple obrero, viera representados en un cuadro tan vivo, que le incitó a imitarlos en su vida errante, como protesta de la vida regalada del clero alto y de la nobleza? Segarelli reunió, en 1260, a una multitud de hermanos apostólicos que decían vivir sin ley bajo el reinado del simple amor. Eran anarquistas comunitarios, desheredados, los «pobres del mundo» y que intentaban balbucir, a pesar de su incultura, su propia «Teología de la liberación». El obispo de Parma llamó en 1280 la atención a Segarelli, en 1300 fue quemado vivo. Pero los apostólicos no desaparecieron: Dulcino de Novara (el mismo que aparece en El nombre de la rosa, de Umberto Eco) se puso al frente de ellos; el movimiento se extendió peligrosamente, hasta el punto de que Clemente V tuvo que promulgar una Cruzada o Decreto. Dulcino y su compañera Margherita, fueron quemados vivos en el año de gracia de 1307 y los apostólicos no desaparecieron tampoco: siguieron dando señales de vida a lo largo del siglo XIV. Ahora bien, es evidente que San Roque no fue un «apostólico» a lo Segarelli a lo Dulcino. Aunque fue a Roma a ver a los apóstoles, y no al Papa; aunque a su vuelta de Roma, cuando vuelve a Montpellier, siete u ocho años después, fuera encarcelado y deshonrado (confundido con un espía), muriendo tras cinco años de prisión (cuando contaba sólo 33 años), sin embargo San Roque no fue un «simple», ni salió de la ortodoxia de la Iglesia. La prueba es que ésta le honró muy pronto, y lo hizo Santo, y las ciudades se disputaron sus cenizas, que fueron a parar a Venecia, en donde fueron muy pronto veneradas.

Y esto es debido a los prodigios que realizó en los terribles años italianos del hambre y la peste: Ante él se apiñan las muchedumbres de hambrientos y enfermos, y con la señal de la Cruz, cura a los apestados de Aquapendente, de Cesena, de Mantua, de Módena, de Parma. Él mismo contrae la enfermedad en Piacenza: pero, Hombre-medicina también de sí mismo, se cura, en la choza solitaria en la que se había escondido.

Que un hombre que no era médico pudiera curar, como Hombre-medicina, ¿no es un milagro? Sin duda, pero los milagros no son siempre fantásticos: muchos milagros son reales, hechos admirables (mirabilia) cuyas causas naturales acaso desconocemos sin que nuestra ignorancia nos autorice a negarlos. En cualquier caso, debemos reconocer que más admirables o maravillosas que las curaciones operadas por el Santo, hubieran sido las curaciones operadas por médicos diplomados en la Facultad de Medicina de su ciudad natal, Montpellier.

La circunstancia de que el Santo no se hubiese graduado en la Escuela de Medicina de su ciudad natal, lejos de ser un motivo de recelo para dudar de la posibilidad de sus virtudes medicinales, constituye una garantía de, al menos, esa posibilidad. Y son los médicos de hoy, los médicos científicos, los que nos aseguran, al tratar de analizar los llamados «efecto placebo», que las condiciones ambientales pueden promover el desarrollo de los propios recursos inmunitarios; alteran los niveles de corticoesteroides en el plasma y la secreción de endorfinas, consecutiva a la participación en determinadas ceremonias, tienen influencias probadas en la regeneración de tumores o incluso en la remisión de algunas enfermedades víricas. No tenemos, por tanto, en nombre de la «medicina científica» que negar la posibilidad de las milagrosas curaciones que el «Abogado de la Peste» produce. Sus ceremonias, al parecer multitudinarias; aunque, de los miles que se postraban ante él, hubieran sanado un diez por ciento, sus resultados serían ya admirables, miraculosos, comparados con lo que hubieran podido obtener los médicos de Montpellier de su época.

«Algo tendrá el agua, cuando la bendicen», algo debía tener, como Hombre medicina, San Roque, cuando le hicieron Santo y cuando, muy pronto, su gloria se extendió, incluso en la dirección opuesta que él había caminado, en la dirección del Camino de Santiago, es decir, en las peregrinaciones –no sólo en las romerías–, y por el camino de Santiago llegó a Llanes.

4. Terminamos con la referencia obligada, por breve que ello sea, a nuestra época, al presente de Llanes.

En nuestra época, y en nuestro lugar –lo que no puede decirse de otros lugares de la Tierra que nos rodean– no hay peste negra, ni peste blanca, ni sida; tampoco hay ratas que la propaguen. Tenemos que reconocer que el Llanes de nuestros días, según las referencias que se tomen, es sin duda, gracias a su patrono, San Roque, y al Bando que mantiene su norma, un lugar privilegiado.

No hay, pues, ratas en el Llanes de hoy; no creo que pueda decirse tal cosa. Hay, a lo sumo, ratones que propagan epidemias pasajeras, de enfermedades de naturaleza antes social que individual, como puede serlo esa lepra que cubre los letreros de los caminos, o la amenaza de esa otra lepra adosada a las costas llaniscas; y, sobre todo, las epidemias de calumnias, difamaciones, o venalidad e injusticias.

Pero confiamos que el Bando de San Roque sabrá con ayuda de San Roque mantener a raya, si no extirpar de raíz, tales pestilencias, y que su perro sabrá ahuyentar a los ratones que las propagan.

Por ello, os pido que gritéis conmigo:

¡Viva San Roque y el perru!

Llanes, 16 de agosto de 1992
Gustavo Bueno