logo Fundación Gustavo BuenoFundación Gustavo Bueno

Gustavo Bueno

Causalidad

[ Terminología científico-social. Aproximación crítica (dir. Román Reyes), Anthropos, Barcelona 1988 (abril), páginas 72-80. ]


El presente artículo tiene por objeto esquematizar la problemática de la causalidad en su relación con las ciencias humanas.

1. La tradición aristotélica asociaba las «categorías causales», no ya a las ciencias humanas, sino a las ciencias en general y esto desde dos contextos muy distintos, que podemos denominar el contexto objetivo y el contexto subjetivo, contextos que, de algún modo, pueden coordinarse –coordinar no es identificar– respectivamente con los contextos de justificación y los contextos de descubrimientos de Reichembach (The Rise of Scientific Philosophy, Berkeley, 1951). A las ciencias consideradas en contexto objetivo, se les asignaba como principial misión el conocimiento de las causas de los fenómenos (los cuatro tipos de causas: material, formal, eficiente y final) y esta misión (Scire per causas) afectaba plenamente a las ciencias de lo real, aunque sólo analógicamente a aquellas ciencias en cuyos campos, más que causas, había que buscar razones o principios (las ciencias matemáticas, las gramaticales, que hoy incluiríamos entre las ciencias humanas). Pero cuando las ciencias son consideradas en la perspectiva de contexto subjetivo (es decir, como procesos cognoscitivos dependientes de la actividad de los científicos, sometidas a los consabidos ritmos psicológicos, sociales e histórico-culturales) todas las ciencias, no ya sólo las reales, tendrían que ver con la idea de causalidad, puesto que las ciencias mismas habrían de ser consideradas como procesos causalmente determinados. Tradicionalmente se formulaba esta tesis en función de la concepción silogística de las ciencias, de la siguiente manera: la ciencia es de las conclusiones (no de las premisas); pero las premisas son causas de las conclusiones, incluso causas eficientes (Juan de Santo Tomás, Ars Logica, Q. 24, II: Utrum premisae efficienter influant in conclusionem vel in alio genere causae).

El desarrollo de la moderna ciencia natural tuvo consecuencias muy notables en las relaciones de la causalidad y las ciencias. Las causas finales fueron eliminadas de las ciencias reales (F. Bacon: «nam causarum finalium inquisitio sterilis est, et tan-quam virgo Deo consecreta, nihil parit», De Augmentis Scientiarum, III, 5) así como también las causas formales y materiales (Galileo, Descartes) permaneciendo, sin embargo, las causas eficientes. La crisis que, ya en nuestro siglo, afectó a la idea de causalidad, sobre todo a raíz de la progresiva matematización de la ciencia, por un lado, y por otro, la influencia del positivismo lógico, así como el rumbo que tomaron determinadas ciencias reales (la Mecánica estadística) interpretadas como permaneciendo al margen de la causalidad, tuvieron como consecuencia una tendencia muy generalizada orientada a prescindir por entero de la causalidad, incluida la causalidad eficiente. Y no ya en el ámbito de las ciencias humanas en particular, sino de las ciencias en general. En las ciencias físicas tomaba cuerpo una poderosa corriente anticausalista que, en cierto modo, venía a confluir (se llegó a hablar de la «libertad de los electrones») con tendencias ya tradicionales expresadas por algunos teóricos de las ciencias humanas y según las cuales la libertad propia de la creación cultural, objetivo de las ciencias de la cultura, excluiría todo análisis causal. Debería poder éste ser sustituido por los métodos de «comprender» (verstehen), ayudados acaso por algunas preparaciones estadísticas. La ofensiva contra la causalidad, unida a la creciente tendencia hacia la formalización de las ciencias, tuvo sin embargo como principal resultado más que la eliminación total de unas categorías que se resistían a desaparecer, una especie de tendencia a crear sucedáneos formales de la idea de causa, bien sea apelando a la idea matemática de función (B. Rusell: On the notion of cause, 1912), bien sea a las correlaciones estadísticas (una amplia exposición de este punto en Raymond Boudon, L'analyse mathématique des faits sociaux, Plon, 1970), o también a determinados esquemas de inferencia o implicación lógica en la línea de lo que D. Hume (Tratado de la naturaleza humana, sección XV de la parte II, libro I) llamó «reglas para juzgar de las causas y efectos», y que, según declaración propia, contienen «toda la lógica» apropiada al caso (H. A. Simon, On the definition of the causal relations, en Models of Man, 1957, cap. 3; A. Pap o R. Taylor, que citaremos infra; el propio J. Piaget con su «Implicación en sentido amplio» postulada como isomorfa a la causalidad real. Jean Piaget y R. García, Les explications causales, París, PUF, 1961).

Así pues, las tendencias en teoría de la ciencia hacia la eliminación definitiva de las categorías causales tuvieron unos resultados más intencionales que efectivos. La tendencia hacia la defensa de la causalidad no era más ideológica de lo que podía ser la tendencia hacia su eliminación, y esto lo decimos sin necesidad de llegar a diagnósticos tan superficiales e ingenuos como el siguiente de Rosental-Straks: «a medida que el capitalismo se va aproximando a su fin ineluctable, causalmente condicionado, la burguesía y sus escuderos ideológicos adoptan una actitud cada vez más hostil e intolerante hacia la idea de causalidad» (Categorías del materialismo dialéctico, trad. esp. 92). «[…] el movimiento para prescindir de la causalidad en la física –dice por su parte Paul Forman– fue primordialmente un esfuerzo de los físicos alemanes para adaptar el contenido de su ciencia a los valores de su medio ambiente intelectual» (Paul Forman, Cultura en Weimar, Causalidad y teoría cuántica, 1918-1927. Introducción, apéndice y traducción de José Manuel Sánchez Ron, Alianza, 1984). De hecho, las categorías causales nunca fueron eliminadas en la práctica científica, y reconociéndolo así, particularmente después de la segunda guerra, puede constatarse, junto con ese movimiento que Friederick Suppe ha llamado la «reacción a la posición heredada», un movimiento general de rehabilitación de las categorías causales en la teoría de la ciencia. Toma la dirección, por un lado, de la redefinición de las relaciones de causalidad en el sentido formal o en cualquier otro (por ejemplo, antología de Myles Brand, The nature of causation, University of Illinois, 1976; Mario Bunge, Causalidad, Eudeba, 1971, y su crítica a las interpretaciones acausalísticas de la física cuántica; René Thom, La causalité dans les langues de la science, rehabilitando el determinismo causal, en el III Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias, Asturias, 1985) y, por otro, la redefinición de la más desprestigiada de las categorías causales desde los tiempos del canciller Bacon, a saber, la categoría de las causas finales, en cuanto categorías que de hecho parecen estar presentes en las ciencias biológicas, en las ciencias humanas y en las tecnologías, y, por supuesto, en las ciencias psicológicas y etológicas (E. S. Rusell, La finalidad de las actividades orgánicas, Cambridge, 1943, trad. esp. Espasa Calpe, 1948; A. Rosemblueth, N. Wiener, J. Bigelov, Behavior, purpuse and teleology, Phil. of Science, 1943, 10, 18/24; A. Miller, E. Galanter y K. H. Pribram, Plans and the structure of behavior, Nueva York, 1960; Woodfield, Teleologye, 1973).

Ahora bien, dada la diversidad de condiciones según las cuales vienen recuperándose las categorías causales, así como la heterogeneidad de los presupuestos filosóficos desde los cuales se lleva a cabo dicha recuperación, resulta imposible en la práctica dar siquiera un esbozo de la problemática gnoseológica de la causalidad (un esbozo que no sea una mera reseña externa de posiciones) implicada en estos movimientos de recuperación si no se toma una doctrina general de referencia desde la cual puedan al menos establecerse los principales núcleos problemáticos en los que insertar las diferentes teorías causales. Aquí, como en otros lugares, el planteamiento de los problemas supone ya una doctrina de referencia. Una teoría general de la causalidad, con pretensiones de facilitar la formulación de una teoría de teorías de la causalidad, fue expuesta en un seminario de profesado en la Universidad de Oviedo, en el curso 1981-82. Nos atendremos, en la siguiente exposición, a esta referencia, bajo el nombre de «teoría general de la causalidad», de la cual, por lo demás, dadas las características de este artículo, solamente podremos tocar algunos aspectos.

2. De la idea de causalidad desenvuelta en la referida teoría general se sigue la determinación de un conjunto de puntos de divisoria en cada uno de los cuales una teoría de la causalidad deberá optar por algunas de las alternativas que allí se abren. La diferenciación de las diversas teorías de la causalidad puede establecerse precisamente a partir de la conjunción de las diferentes alternativas, según una combinatoria cuyas secuencias no tendrían siempre el mismo grado de consistencia. Nos atendremos aquí solamente a los cuatro puntos de divisoria siguientes.

Primer punto, relativo al contexto de aplicación de las teorías causales. Una teoría de la causalidad debe ofrecer criterios de decisión acerca del contexto en el cual se consideran aplicables las categorías causales. O bien se concede al contexto una amplitud máxima, como la totalidad de los universos lógicos del discurso, o bien se delimitan los contextos de la causalidad, excluyendo, por ejemplo, a los contextos matemáticos o lógicos, o bien restringiendo la causalidad a las regiones fisicalistas, o acaso a aquéllas en que se desenvuelve la acción humana, o, por último se contrae la amplitud hasta su grado mínimo (igual a cero). Un ejemplo de lo primero, la doctrina de la causalidad final universal de la tradición escolástica. Ejemplo de lo segundo, el concepto de causalidad de Rusell, en cuanto inferencia entre áreas continuas del espacio-tiempo. La retracción de la amplitud de los contextos de causalidad puede afectar a la totalidad del mundo de los fenómenos, es decir, puede pretender anular todo contexto gnoseológico sin por ello recaer en el acausalismo filosófico: tal sería la situación del ocasionalismo de Geulincx, o Malebranche.

Segundo punto, relativo al formato lógico de la idea de causalidad. Desde la perspectiva sintáctica, las ciencias, en general, se descomponen (según la teoría del cierre categorial) en tres tipos de elementos: términos, relaciones y operaciones. ¿Puede situarse la idea de causalidad en alguno de estos tipos? Si tradujésemos las posiciones de la tradición aristotélica, diríamos que la causalidad, según su contexto objetivo, tomará la forma de una relación (y acaso de un término) mientras que, según su contexto subjetivo, tomará la forma de una operación. Dejando de lado, de momento, la cuestión de la posibilidad de hablar tanto de la causalidad-término como de la causalidad-operación, y ateniéndonos a la causalidad-relación, diremos que una teoría de la causalidad deberá decidir si las relaciones causales son monádicas (por tanto, reflexivas, como el concepto de causa sui, C[x,x]) o bien si son diádicas (tipo C(x,y)), como parece pedirlo el par de conceptos correlativos causa-efecto o bien si son n-adicas (C(x,y,z…)). Debemos advertir que no debe confundirse la forma compleja poliádica con la forma multibinaria o poliádica simple de C(x,y,z), a saber, [C(x,y).C(x,z).C(y,z)] o bien [C(x,y).C(z,y)] &c., que corresponde con la idea de con-causalidad. El formato poliádico complejo representa, en rigor, una resolución de la relación global de causa en un complejo de relaciones, que, por separado, no podían llamarse causas (ni, en su conjunto, por tanto, concausas), sino más bien momentos o componentes de la causalidad. La relación causal C(x,y,z) vendría a ser la abreviatura de un complejo de relaciones distintas pero entretejidas [P(x.y), Q(x,z), S(y,z)]. La teoría de las cuatro causas de Aristóteles se interpreta muchas veces en la línea de la con-causalidad, de suerte que cada tipo de causa concurra con las demás a la formación del efecto; pero tiene muchos aspectos que permiten reinterpretar los diferentes tipos de causas (eficiente, material, &c.) más como momentos o componentes causales de un proceso causal único que como causas concurrentes.

Tercer punto, relativo a la naturaleza misma constitutiva de la relación causal. Ahora, la decisión fundamental se ordena o optar por una solución formalista (que entienda la relación causal como una relación en la que los contenidos o materia de los términos, al menos en lo que a sus mutuas conexiones de identidad y continuidad respecta, hayan de ser «evacuados») o bien por una solución materialista (en la que no tenga lugar esa «evacuación» de los contenidos). No podemos aquí entrar en la discusión acerca de lo que ha de considerarse forma y materia de la relación causal, así como en las implicaciones de estos conceptos con los de necesidad o contingencia del nexo causal. Tan sólo diremos que podrán considerarse como formalistas todas las teorías de la causalidad que no hagan intervenir directamente en la relación causal a la materia misma de los contenidos de los términos en tanto mantienen una continuidad o identidad sustancial –en el sentido del αὐτός–, más que esencial –ίσος–, si no solamente a través de la forma de la relación. Esto tiene lugar, por ejemplo, en las concepciones de la causalidad en cuanto a la relación «equívoca», en virtud de la cual dos fenómenos, cualquiera que sea el nexo mutuo entre la naturaleza de sus contenidos (aunque no tengan no ya identidad sustancial, pero ni siquiera esencial) sucesivamente repetidos de un modo regular están en relación causal, según la doctrina de Hume, tal como la interpreta, por ejemplo, A. Pap (Teoría analítica del conocimiento, Madrid, Tecnos, 1964, p. 155). Una ley causal de la forma «A, causa B» (K), donde «A» y «B» designan tipos de acontecimientos que pueden repetirse, tiene la forma K' («A está conectado regularmente con B»):

(x) (A x ⊃ (Ey) ((y sucede a x) ε By))

También es formalista en este sentido la definición de R. Taylor (Causation, The Monist, 47, 2, 1963, p. 301) mediante el esquema

abcdE } o sea, abcdE
abcdE

(representando x→E la expresión «x es suficiente para E», y x←E, la expresión «E es necesaria para x»). Pues aunque aquí haya que contar los contenidos a, b, c, d, necesarios y suficientes, sin embargo la conexión entre ellos y con E es sólo de ocurrencia externa o contigua. (El análisis de Taylor se mantiene muy próximo a las definiciones clásicas de causalidad debidas a Galileo o a Hobbes.) A nuestro juicio, el formalismo es la raíz de las dificultades internas que el esquema de Taylor suscita y que Taylor no resuelve adecuadamente. Por ejemplo, el conjunto de condiciones necesarias para encender una cerilla no deberá fijarse a partir de aquéllas que de hecho han contribuido a inflamarla en un caso individual, puesto que éste sería un procedimiento ad hoc (p. 295) sino también a partir de ciertas alternativas. Además, habría de incluir a todo el universo, puesto que también él es necesario para la inflamación.

En cualquier caso, y aun cuando la forma de la regularidad sea la más utilizada, no ha de reducirse el formalismo de la causalidad a la regularidad. La doctrina kantiana no consideraba esencial para el proceso causal la regularidad del nexo, ni por tanto, la identidad esencial. Podría haber un mundo sometido a las categorías causales tal, que las causas produjeran cada vez efectos diferentes, no clasificables en géneros y especies (aunque de aquí no se infiere que Kant tratase de excluir de la causalidad la identidad sustancial). También G. Tarde consideró la hipótesis «extraña, pero inteligible» de un mundo en el que todo suceso es nuevo e imprevisible, donde no hay regularidad ni repetición, pero en el que cada «fantasmagoría» está determinando a otras: podría allí haber causas y fines (Les Lois de l'imitation, París, Alcan, 1921, p. 5 y 6).

Consideramos que este tercer punto de decisión (formalismo o materialismo) es de la mayor importancia filosófica para discriminar la profundidad de las diferentes concepciones de la causalidad y estimamos que una teoría formalista de la causalidad es siempre una teoría superficial y, por así decirlo, convencional.

El cuarto punto de divisoria de las teorías de la causalidad se refiere a la dimensión predicativa de la idea de causalidad. Es preciso decidir ahora si la idea de causa ha de computarse como una idea uniforme respecto de las relaciones causales concretas (caso de la concepción de Hume, cuyo formalismo rígido favorece el entendimiento de la causalidad como idea formalmente unívoca) o bien como un género porfiriano uniforme, aunque determinable según diversas especies que lo diversifican por diferencias sobreañadidas, o bien como un género combinatorio, cuyo núcleo factorial pide un desarrollo interno según diversos modos o figuras, a la manera como el núcleo del concepto de «palanca» {P, R, A} se desarrolla en sus tres especies, o como el núcleo factorial del concepto del «silogismo» {P, S, M} se desarrolla dialécticamente según sus cuatro figuras y 256 modos, de los cuales no todos son legítimos.

3. Las decisiones adoptadas en cada uno de estos cuatro puntos de divisoria no se producen siempre de modo correlativo, y de ahí la gran variedad de teorías de la causalidad. Por ejemplo, una teoría regional (según el punto primero) puede tomar la dirección binarista (en el segundo punto), la formalista (en el punto tercero) y la univocista (en el cuarto), pero también puede ser n-ádica (según el punto segundo). Sin embargo, suponemos que hay ciertas conexiones objetivas entre las opciones de los diversos puntos, que se mantienen por encima de las decisiones que puedan de hecho tomarse en cada punto de divisoria por las diferentes teorías de la causalidad y que estas conexiones objetivas tienen que ser establecidas por la teoría general de la causalidad. Por ejemplo, la decisión en el sentido del formato binarista (punto segundo) de la relación causal, si va unida a la decisión materialista (punto tercero) inclinaría o incluso obligaría de hecho a optar, en el punto primero, por las direcciones más restrictivas de los contextos de la relación causal, porque si el efecto se concibe enteramente como correlacionado a su causa, solamente haciendo a esta causa infinita podría intentarse decir que una causa, por sí misma, pueda causar un efecto: Causar será crear y, por tanto, sólo Dios será verdadera causa.

La teoría general de la causalidad de referencia, precisamente en orden a reconstruir las categorías causales que, de hecho, son utilizadas en las ciencias más diversas, comienza impugnando el formato binario de la relación causal (en forma funcional, Y = F (X)), considerándolo como un formato «degenerado» por respecto a formatos más complejos de tipo Y = F (X, H). La relación causal no consistiría en la relación abstracto-gramatical del efecto a la causa, que sería sólo un fragmento de un complejo más amplio de relaciones, a la manera como la relación de filiación paterna no puede objetivamente considerarse sino como un fragmento de una relación más compleja que incluye la relación del hijo con la madre y la de la madre con el padre. El concepto de efecto Y será originariamente considerado por la teoría general como un concepto dado en función de un esquema material y procesual (que transcurre, por tanto, en el tiempo) de identidad H, de suerte que para que algo se configure como efecto será preciso contar con un esquema material procesual de identidad, cuya configuración depende de diversos supuestos de índole filosófica-científica o cultural. El esquema material de identidad podría hacerse corresponder con la causa material aristotélica, siempre que ella quedase determinada según criterios positivos E, E (H). El efecto se define, entonces, como una interrupción, ruptura, alteración o desviación del esquema material procesual de identidad. Se comprenderá, dada la relatividad del concepto de efecto, no ya inmediatamente a su causa, sino a un esquema material procesual de identidad, que si no es posible determinar en cada caso este esquema procesual de referencia, la noción de efecto se desvanece. De aquí se sigue que la idea de creación o de efecto creado es absurda o vacía, puesto que en la creación el único esquema de identidad que cabe ofrecer es la nada (creatio ex nihilo subjecti) –y no la causa eficiente divina inmutable– es decir, justamente lo que no puede ser un esquema de identidad. Si tomamos como sistema de identidad un sistema inercial dado, la desviación, interrupción o ruptura del estado del sistema (una «catástrofe» en el sentido de Thom) es decir, la aceleración, podrá ser considerada un efecto en un sentido estricto. La desviación de la trayectoria rectilínea, o la alteración de su celeridad, son efectos por respecto de la trayectoria inercial virtual rectilínea y uniforme del sistema. Ahora bien, supuesta, en estas condiciones, la figura de un efecto Y, respecto de E (H), el determinante causal X (que no es por tanto la causa adecuada de Y sino un aspecto del proceso causal que podría ponerse en correspondencia con el momento de la causa eficiente) será precisamente la fuerza que, aplicada al sistema inercial determina una aceleración cuya cuantía depende directamente de la magnitud de la fuerza. La trayectoria virtual, es decir, la prolongación virtual del esquema de identidad interrumpido (virtualidad que no ha de computarse como meramente mental, sino como entidad objetiva terciogenérica) resulta ser, por tanto, un componente interno del proceso causal. El determinante causal X tiene como función propia la de dar cuenta de la ruptura de identidad en la que consiste el efecto hasta restituir la identidad perdida, para lo cual es indispensable una adecuación material, una continuidad entre X y E (H). Tal es el fundamento de la doctrina materialista de la causalidad, dado que los contenidos, en su mutua continuidad, no pueden ser evacuados de la relación en virtud de su misma naturaleza como identidad. No cabe confundir esta continuidad con la continuidad, en sentido matemático, de la variación de una variable x (que puede representar eventualmente la variación continua de X y de H) en función de la variación del tiempo t, según una ecuación diferencial tipo dx = f(t) dt, no sólo porque la variación causal puede ser abrupta, sino también porque las variaciones infinitesimales pueden no ser causales. Según el grado de ruptura de E(H), el efecto Y podrá ser meramente modificativo de H (caso del planeta atraído por el sol) o bien segregativo (cuando incluye la descomposición o fragmentación de H, caso del peñasco roto, tras el golpe, en varios trozos que puedan considerarse como efecto del martillazo). Pero en todo caso el esquema de identidad ha de permanecer de algún modo, junto con el determinante (eficiente), en el efecto. Tales son las afirmaciones principales del materialismo de la causalidad que estamos exponiendo. De donde se concluye que, por lo que se refiere al punto 1.°, las categorías causales no pueden considerarse de aplicación universal, porque no «todo lo que comienza a ser» (o «todo lo que sucede») tiene una causa, o es un efecto, aunque sea un resultado. Pues el resultado tiene principios o determinantes, pero no causas. La velocidad de caída libre de un cuerpo tras un tiempo t dado, es un resultado de la velocidad inicial v0 y el tiempo t transcurrido, pero no es efecto de ellos, aunque sí lo es de la gravedad (por lo que la fórmula v(t) = v0 gt es parcialmente una fórmula causal). Una bola de billar que avanza por la mesa según una ley dada de movimiento y cae al suelo al llegar a un agujero, no plantea una situación causal: la ruptura de un supuesto esquema de identidad (la ley del movimiento) no tiene causa eficiente, sino deficiente, a saber, la remoción de la resistencia a la gravedad que actuaba ya en el momento de rodar la bola por la mesa. Y aquí la causa deficiente desaparece precisamente de la bola que cae y aunque ésta se mantenga, diremos que la caída es un resultado determinable, no un efecto. Tampoco será un efecto una fluctuación estadística (por ejemplo, salir un tanteo sumamente improbable de 600 puntos tirando 100 dados cuyo tanteo ordinario oscila en torno a los 350) aunque es un resultado. Son en cambio efectos cada una de las posiciones de los dados que contribuyen a formar la clase de esas posiciones, clase en la que se forma la figura de la fluctuación. Ni tampoco es un efecto el incremento de la duración de la oscilación de un péndulo cuya cuerda vamos alargando, aunque sea un resultado funcionalmente determinado por la función t = 2π √l/g. En este caso a lo sumo cabe hablar de causalidad referida al efecto «alargamiento de l» (no el resultado cuanto a la duración de este efecto aun cuando vaya ligado a él). Sin duda la modificación que X determina en H, determina necesariamente alguna modificación de X por H, lo que implica que el efecto Y sólo puede ser pensado conjuntamente con un co-efecto en X. Pero si la conexión de X con H no estuviese a su vez acompañada de una desconexión de X respecto de otros procesos reales, no podría haber relación causal, puesto que en cada proceso causal habría que iniciar un regressus de concatenaciones ad infinitum, que haría intervenir a la totalidad del universo, en contra del principio de discontinuidad que está implícito en el axioma platónico de la symploke: «si todo estuviese conectado con todo no podríamos conocer nada». (Mario Bunge, op. cit., 5.3, ignorando este principio, y desechada la primera causa, se ve obligado a aceptar la regresión infinita, lo que equivaldría a entender la función de causa en términos puramente subjetivos, relativos a los cortes artificiosos dados por el cognoscente en la infinita cadena de las causas). Es preciso, por tanto, si no se quiere disolver la propia causalidad finita, no ya iniciar el regressus ad infinitum para detenerlo en un punto ad hoc (la causa primera de los tomistas, con las dificultades consiguientes del concurso previo a las causas segundas, que compromete su misma posibilidad causal) sino evitar su iniciación, para lo cual habrá que incluir a X dentro de un contexto A tal (llamado «armadura de X») que determine, no solamente la conexión de X con H sino también la desconexión de H con otros procesos del mundo, que, sin embargo, sean principios suyos. Por ejemplo, si tomamos como efecto el levantamiento Y de una piedra H mediante una barra-palanca X el regressus ad infinitum se produciría al tener que pasar de la barra que levanta la piedra al brazo que presiona la barra, o al ATP almacenado en los músculos que mueven el brazo, a los alimentos que suministran la materia del ATP, al sol que produce los alimentos; para evitar esta concatenación universal infinita que, análogamente a los argumentos de Zenón con el movimiento, haría imposible hablar de que la barra es causa instrumental del levantamiento de la piedra, consideraremos el concepto de armadura de la fuerza X comunicada por el brazo a la barra, en tanto ésta funciona como un automatismo, una suerte de dispositivo alternador, capaz de neutralizar, por sustitución, los canales que alimentan X, por otros diferentes. La desconexión operada por A ya no ha de entenderse por tanto como una interrupción energética (existencial) de X, lo que sería absurdo, cuanto como una segregación esencial. En el ejemplo, la armadura estaría constituida por la barra A (X) en tanto traduce la fuerza F «antropomorfa» aplicada, a su momento (F Λ b), es decir, en tanto estimamos dada la transformación de X en una cuantía y dirección determinada por la estructura de la barra y de su movimiento. Diremos, según esto, que no es la fuerza F del brazo aquello que mueve la piedra por medio de la «entidad vial» comunicada al instrumento, sino que lo que mueve a la piedra es el momento de F, al cual le es indiferente esencialmente que F proceda del brazo o de un motor mecánico.

Teniendo en cuenta que el co-efecto obliga a dotar también a X de un esquema de identidad, es decir, a considerar E(X), y de una armadura a H, A(H), tendremos como fórmula «factorial» del núcleo no binario de la relación de causalidad, la siguiente

Y(H,X) = f {[EH (H), Ax (X)], [Ex (X), AH (H)}

4. El núcleo factorial de la idea de causa { A,E,H,Y,X } es susceptible de ser desarrollado según dos criterios principales, el primero de los cuales se refiere a los mismos factores constitutivos { X,Y,H }, el segundo a los contextuales { A,E }.

Respecto del primero: cada dos factores se considerarán vinculados por el tercero según tres líneas de desarrollo que atiendan a los grados de menor o mayor participación del tertium, desde la participación 0 a la participación 1, por la que el tertium se nos muestra como «responsable» del nexo entre los otros dos términos. En estos límites la misma idea de causa se desvanece, transformándose en otra idea –la de sustancia, la de esencia–, a la manera como la hipérbola, cuando el plano secante contiene al eje del cono, se transforma en un par de rectas.

Respecto de lo segundo diremos tan sólo aquí que tal criterio nos permite introducir, a título de esquemas E de identidad, a estructuras apotéticas dentro de los tipos de sistemas causales. Por ejemplo, en lugar de analizar el desvío de la trayectoria inicial rectilínea de un galgo a la carrera persiguiendo a una liebre, en la dirección de una perdiz que le haya salido al paso, diciendo que es el cerebro, la mente o la conciencia del galgo aquello que mediante sus imágenes interiores, determinadas por el exterior, pero eventualmente endógenas, desencadenan las nuevas conexiones nerviosas que controlan los músculos abductores, diremos que es la perdiz la causa objetiva apotética de la variación del movimiento del galgo. Esto supone definir el sistema causal a partir de un sujeto H (el galgo) cuyo esquema de identidad E(H) contiene ya un objeto apotético 01.

tabla

En el diagrama adjunto se sugiere la posibilidad de aplicación de la idea de identidad del esquema a tres situaciones causales muy distintas, una primera mecánica, una segunda electromagnética y una tercera etológica.

A título de ilustración de los desarrollos que admite la idea de causalidad propuesta, consideraremos tan sólo el desenvolvimiento de la idea según la primera línea, a saber, la conexión (H,Y), mediante la positiva intervención de X. Conexión es aquí tanto como razón del desvío o transformación de H hacia Y. Un primer modo conceptualizará los procesos causales en los cuales el sujeto H no «evoluciona» espontáneamente hacia Y, ni lo contiene de ningún modo prefigurado, puesto que la transición (H → Y) tiene lugar enteramente gracias a la intervención de X, pero no ya como mera razón existencial (energética) sino en cuanto a razón esencial (dirección del vector). H es ahora causa material. En un segundo modo, X se reduce a su función energética (en su caso, a un módulo) puesto que ponemos en H la determinación esencial misma hacia Y. La conocida tipología propuesta por Bergson (L'évolution créatice, París, Alcan, 17 ed., 1914, p. 79) basándose en la distinción entre cantidad y cualidad (primer tipo: la cantidad y cualidad del efecto dependen de la cantidad y cualidad de la causa; segundo tipo: la cantidad del efecto depende de la cantidad de la causa, no de su calidad, &c.) puede considerarse como una división de la idea de causa según lo que hemos llamado la primera línea, pues Bergson se situaba en la perspectiva de la intervención positiva y esencial de X en la configuración del efecto Y.

5. Las relaciones de causalidad están presentes, en primer lugar, como relaciones objetivas en las ciencias, no, ciertamente, como relaciones exclusivas, puesto que incluso en las ciencias reales no siempre es posible aplicar las categorías de la causalidad, sin que por ello haya que hablar de acausalismo (no es legítimo hablar de promiscuidad de las rocas porque en ellas no pueden aplicarse las categorías del parentesco). En las ciencias históricas, por ejemplo, la mayor parte de los procesos que ellas consideren (por ejemplo, la batalla de Cannas) aun siendo resultados deterministas, no pueden considerarse como secuencias causales, y no ya porque no se den las relaciones causales, sino porque se dan en múltiples líneas de secuencias cuya reunión, aun sin ser aleatoria, tampoco es necesariamente causal (la llamaremos transcausal). Sin embargo, las relaciones causales son privilegiadas y este privilegio, en la teoría del Cierre Categorial se deduce de la misma concepción de la verdad como identidad sintética (véase Actas I Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias, Oviedo, abril 1982, p. 139) dado que la relación de causalidad ha sido presentada, en la teoría general de la causalidad, precisamente como una modulación de las relaciones de identidad. En particular, muchas relaciones cubiertas por la llamada «causalidad estructural», a la que tanta importancia se le atribuyó hace algunos años en el análisis de los procesos históricos y sociales, podrían ser reanalizadas desde la teoría materialista de la causalidad (véase J. R. Álvarez, La idea de causalidad estructural, León, 1978).

Pero además, en segundo lugar, la presencia de causalidad en las ciencias (ahora, en todas las ciencias, por su lado subjetivo), está asegurada por la naturaleza operatoria de las mismas, en la medida en que las operaciones tienen mucho de procesos causales. Es cierto que no parece fácilmente aplicable el esquema de la causalidad propuesto a las transformaciones históricas de una ciencia, desde su estado normal –tomado como referencia de equilibrio– hasta el estado determinado por una revolución científica que se hiciera corresponder con las operaciones, puesto que también en la ciencia normal deben reconocerse operaciones. Más bien nos inclinaríamos a poner la causalidad de las operaciones gnoseológicas en planos de otro nivel, por ejemplo, el de la operación que transforma una preparación microscópica en una microfotografía por intermedio de un instrumento (causal). El «aparato» es aquí un operador, como pueda serlo el microscopio.

Las relaciones entre las operaciones causales subjetivas de los sujetos gnoseológicos y las relaciones causales establecidas en los campos correspondientes son muy variadas. Consideramos erróneo tratar de presentar las relaciones objetivas de causalidad como proyecciones de operaciones subjetivas (inferencias, por ejemplo) como sugieren algunos psicólogos inspirados en J. Piaget. Precisamente muchas relaciones causales objetivas, por ejemplo, las astronómicas, hay que verlas no ya como resultados de una proyección antropomorfa de operaciones subjetivas, sino como resultados de eliminación (por neutralización) de las operaciones. Las causas astronómicas son de otro orden que las operaciones del astrónomo.

En las ciencias humanas y etológicas, en virtud de las metodologías que venimos denominando β-operatorias (véase El Basilisco, 2) la situación es muy diferente, sin que por ello sea legítimo hablar de «proyecciones» de las categorías subjetivas operatorias en los objetos del campo correspondiente, salvo en contextos de descubrimiento (por ejemplo en el momento de la «comprensión» de una ceraunia como hacha paleolítica), puesto que en el contexto de justificación lo que ocurre es más bien lo opuesto, a saber, la necesidad de reproducir los procesos causales dados en el campo (si bien ellos son por sí mismos operatorios, por ejemplo, las operaciones del hombre de Neanderthal) por medio de operaciones causales de laboratorio (reproducir en el laboratorio el hacha musteriense, simulando su mismo método de talla).

Ahora bien, la imposibilidad de reproducciones o simulacros de procesos causales en amplias regiones características de los campos humanos (por ejemplo, en los procesos macropolíticos o macroeconómicos, en la creación artística, &c.) tiene que ver, sin duda, con los límites de estas ciencias. Pero acaso no tanto con la posibilidad inversa, a saber, la de desarrollar desde el terreno de alguna ciencia humana (la economía política, las ciencias jurídicas…) procesos causales nuevos que alteran el propio campo de estudio y confieren a estos métodos un status que no se diferencia mucho de las tecnologías o incluso de la creación artística.

Gustavo Bueno Martínez



→ 1977 Gustavo Bueno, “Prólogo a Causalidad y conocimiento según Piaget, de María Isabel Lafuente” (León 1977, págs. 9-17.)

→ 1978 Gustavo Bueno, “Prólogo a La idea de causalidad estructural, de Juan Ramón Álvarez” (León 1978, págs. 11-17.)

→ 1988 Gustavo Bueno, “Causalidad” (Terminología científico-social, Barcelona 1988, págs. 72-80.)

→ 1989 Gustavo Bueno, “En torno a la doctrina filosófica de la causalidad” (Meta, Madrid 1992, págs. 207-227.)

→ 1993 Gustavo Bueno, “Información y causalidad” (El concepto de Información…, Madrid 1996, págs. 11-30.)

→ 2009 Gustavo Bueno, “Crítica histórico filosófica de la Idea de Causalidad” (Tesela n° 7)

→ 2009 Gustavo Bueno, “La Idea de Causalidad en el materialismo filosófico” (Tesela n° 8)