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La Nueva España
Oviedo, lunes 14 de noviembre de 2005
Opinión

La felicidad canalla

Francisco Palacios

En la versión original de la declaración de independencia de los Estados Unidos de América redactada por Thomas Jefferson (y en la Constitución después) se reconoce que entre los derechos inherentes e inalienables del hombre están «la preservación de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Era la institucionalización de la «religión de la felicidad» tan propagada por los ilustrados del siglo XVIII. Un remoto antecedente de lo que, tras la II Guerra Mundial, se conoce como «Estado de bienestar» en los países de la Europa occidental desarrollada. Estado de bienestar que con la caída de los regímenes comunistas de Europa ha perdido el vigor que tenía cuando el mundo estaba dividido en dos grandes bloques. En cualquier caso, la felicidad se ha erigido hoy en un mito universal. Todo el mundo aspira a ser feliz. Se nos vende la felicidad como una inexcusable meta humana.

Gustavo Bueno señala que la felicidad es una de las ideologías más poderosas de nuestro tiempo. Que forma parte de un proyecto ideológico impresionante, relacionado con las exigencias de lo que llama «sociedad de mercado pletórico». Bueno afirma también que quienes aseguran que son felices repiten las fórmulas y consejos de los llamados libros de autoayuda, que se venden por millones, y contra los que escribió precisamente «El mito de la felicidad», de casi 400 páginas, en el que analiza, clasifica y tritura la idea de felicidad. Dice que la felicidad es ante todo una figura literaria. Que el hombre no ha nacido para ser feliz ni vive para ello: «No hay un destino cósmico del género humano que lo determine hacia la felicidad».

De este libro complejo y profundo destaco ahora una de sus muchas aportaciones, la «concepción canalla de la felicidad». El filósofo la presenta así: «Puesto que no puedo vivir eternamente en estado de felicidad, voy a procurar vivir en felicidad en los días que me que quedan en la tierra, aprovechar el escaso tiempo de vida útil para procurarnos el mayor gozo posible». Según Bueno, la felicidad entendida de un modo canalla empuja a que los ciudadanos tengan pequeñas felicidades, que es el mejor modo de convertirlos en consumidores satisfechos. El canalla que aspira a ser feliz se comporta con el instinto de la hiena carroñera que se aprovecha de los descuidos del leopardo o del león para arrebatarles los despojos. Ilustra como ejemplo de felicidad canalla una de las escenas de la película «Viridiana», de Luis Buñuel, en la que, en un palacio libre de sus dueños, reproduce sarcásticamente con un grupo de mendigos el cuadro de «La última de cena» de Leonardo. Aunque parece seguro de que Buñuel no tuviera la intención de destacar el comportamiento canalla de los personajes que aparecen en esa escena. Asimismo, en relación a ese feliz comportamiento canalla, Goethe sostiene que la felicidad es un ideal plebeyo.

Contra esa felicidad canalla del «carpe diem», del «goza lo que puedas en cada momento», Gustavo Bueno arguye que «si realmente estuviéramos desvinculados del interés por los goces eternos, ¿por qué tendríamos que 'salvar lo posible' de ellos en la vida breve? Tan lógico sería atenerme, en esta vida breve, no ya a la perspectiva de la felicidad, sino de cualquier otra cosa, por ejemplo, al interés por lo que ocurre, ya me proporcione placer o dolor; al interés por la edificación de una torre, de un Estado o de una sonata, o al interés por el cultivo de un huerto, y tanto si ello me da felicidad como si me exige interminables esfuerzos».

A propósito, el inconmensurable y polifacético Miguel Ángel, considerado como uno de los más grandes artistas de todos los tiempos, realizó buena parte de su obra sobreponiéndose a graves problemas de salud. «Mi reposo son estos apuros», dejó escrito. Pues bien, a pesar de sus muchos achaques y obsesiones, murió trabajando, con casi noventa años, sin preocuparse de si era o no feliz. Le importaba sobre todo la grandeza y la belleza de sus obras.

En el presente se observan aquí evidentes contradicciones sociológicas respecto al tema de la felicidad. En un informe del pasado año se concluye que los jóvenes españoles son los que muestran el grado de felicidad más alto de Europa y al mismo tiempo aparecen con el más bajo índice de lectura y el más alto porcentaje de fracaso escolar. ¿No estamos ante una demoledora paradoja?

Hace siglo y medio, el poeta francés Charles Baudelaire le escribía a un amigo: «Dice usted que es un hombre feliz. Lo compadezco, señor, por ser tan fácilmente feliz. ¡Ya tiene que haber caído bajo un hombre para creerse felizÉ Estimo más, mi distinguido amigo, mi mal humor que su beatitud. El hombre feliz ha perdido la tensión de su alma. Ha caído irremisiblemente. La felicidad no puede ser otra cosa que inmoral, amigo mío», sentenciaba Baudelaire.

Y el catedrático de Filosofía Alfonso Fernández Tresguerres mantiene que «cualquiera que no sea idiota sabe perfectamente que en este mundo hay demasiadas cosas que hacer como para perder el tiempo preguntándonos si somos o no somos felices».

 


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