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Interviú
nº 1312, 18 de junio de 2001
Gran Hermano | «El ojo clínico»
página 24

Meditación
Gustavo Bueno
 

Gustavo Bueno

Tras recibir la noticia de la expulsión de Alonso y como preparándose para la ceremonia de la nominación los «hermanos» cayeron en una meditación profunda. Tan absortos estaban que ni siquiera reaccionaron, como es habitual, para despedir al compañero. Le tenían afecto, sin duda; sin embargo, su salida les alivió, y despejó una incógnita incómoda. Sobre todo, les obligó a reflexionar: quedaron callados, distantes, contemplando cómo recogía sus maletas. Fue él quien inició la despedida. Sólo Mari lloró y sus lágrimas sirvieron acaso para confirmar a la audiencia, en calidad de juez, al Gran Hermano, que su decreto de expulsión de Alonso había sido justo: no se debe retribuir con menos a quien te ha dado más.

¿En qué pensaban tan profundamente y para sus adentros los supervivientes, una vez despejada la incógnita de Alonso? Las cámaras de la televisión no pudieron penetrar en sus cerebros, no son cámaras de rayos X. Pero nos hacían patentes sus rostros y sus movimientos que parecían estar como amortiguados y como raptados por los pensamientos. ¿Cuáles eran los contenidos de estos pensamientos, de esta meditación intensa? Tenemos que hacer hipótesis. Por mi parte aventuro que aquello que brillaba desde dentro de cada uno de los cerebros de los hermanos hasta el punto de casi paralizarlos era la representación de algo así como un lingote metálico de algunos kilos de peso, y con un valor de veinte millones de pesetas. La expulsión de Alonso equivalió a una alarma: estamos al final de la carrera; los cinco que quedamos tocamos casi con la mano el premio (o los premios). No podemos dar pasos en falso.

Pero la profunda meditación que desencadenó entre los hermanos la expulsión de Alonso y los efectos paralizantes que determinó no fueron sucesos enteramente nuevos o insólitos. A lo sumo constituyó un grado más intenso de la actitud meditabunda (o calculadora) que los hermanos han mantenido desde el principio, lo que no quiere decir que esta actitud no se haya viso cruzada, una y otra vez, en unos más que en otros, por diversos intereses, estímulos o caprichos. Gran Hermano II es la puesta en escena de unos jóvenes meditadores que han procurado mantener siempre su norte, evitando que sus actos puedan producir reacciones en sus compañeros o en la audiencia capaces de hacer peligrar el rumbo. Kaiet y Ángel (como antes Alonso) han cultivado, en su más alto grado, la estrategia del «reflejo del muerto». No son tontos, y los éxitos logrados en tantas tareas, demuestran que saben hacer y aprender muchas cosas. Pero el reflejo del muerto acusa sus efectos paralizantes, sobre todo, en la conversación. Difícilmente pueden brillar con algún rasgo de ingenio las palabras de quien puede exponerse en cada momento a ser nominado o expulsado. Se trata sólo de resistir. Entre los que quedan, Kaiet y Ángel ofrecen los ejemplos más notables del estilo de conversación con encefalograma plano. Kaiet cierra los ojos y se despereza; Ángel ríe a todas horas «porque tiene los dientes blancos» y da unos cuantos saltitos, sin moverse de la vertical, modosamente, al enterarse de que no ha sido nominado. Fran es el más natural porque está seguro de las posiciones que ocupa ante la audiencia; pero no reprime, en una especie de programa electoral, su espontáneo ofrecimiento para compartir con sus compañeros hasta una cuarta parte (cuatro o cinco kilos) del lingote que pueda tocarle.

Todo esto sin embargo no debe confundirnos. La meditación continua paraliza la lengua de los hermanos cuando conversan unos con otros y encierra su conversación en los límites del mero sombreado de las acciones o escenas que van sucediéndose («parte el pan», «voy a fregar», «pásame el agua»). Como ocurre, por otra parte, en la inmensa mayoría de las familias –incluidas las que no ven Gran Hermano– que se sientan alrededor de la mesa a la hora de comer. Pero no paralizan las buenas maneras, el mutuo tratamiento «diplomático» ni el surgimiento de relaciones de afecto y de amistad (dejando fuera aparte el erotismo). El Gran Hermano nos proporciona así, junto con otras muchas cosas, la ocasión para asistir al nacimiento y consolidación de un grupo de compañeros, vinculados además con otras muchas gentes, que tienen mucho de ejemplar. Alonso dio una gran lección en el momento de saludar, con sobriedad, oportunidad y elegancia, desde el plató a sus compañeros del interior y al conversar con Mercedes Milá. Este modo de proceder vale tanto, me parece, como sus nudos, que también valen mucho.

[ 14 junio 2001 / se sigue el original del autor ]

 
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