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La Nueva España
Jueves, 11 de enero de 2001
Cultura nº 512
páginas I-II

Bueno desbordante
«Televisión: Apariencia y Verdad» sorprende en cualquier página
En el Festival de Cine de Gijón, de 1998, al filósofo Gustavo Bueno le encargaron la Conferencia inaugural: «Televisión: Apariencia y Verdad».

 
Felicísimo Valbuena de la Fuente

Los asistentes recibieron el esquema de la conferencia, una página con las cuatro fórmulas sobre los cuatro modelos de concepciones posibles de las relaciones entre las apariencias y las verdades en televisión.

Quienes asistimos pudimos ver que la página cobraba unas grandes dimensiones, con la vitalidad y los conocimientos del conferenciante. El Profesor Lorenzo Vilches, que dirige una colección de Comunicación en la Editorial Gedisa, le pidió que escribiese un libro ampliando las ideas que había expuesto en la conferencia. El filósofo aceptó y, despegando de esa página-plataforma, ha efectuado un recorrido de más de trescientas. La intrahistoria del libro muestra cómo un plano se transforma en un edificio intelectual.

Bueno demuestra que está al tanto de las investigaciones sobre televisión (un catedrático norteamericano me ha preguntado hace poco si existe algún campo del saber en el que Bueno no esté al día). Cuando expone las cuatro «concepciones filosóficas» sobre la televisión, se pone tan a la cabeza que las aportaciones de ciertos autores adquieren sus verdaderas dimensiones, en algunos casos lindantes con el camelo.

Leer este libro, como en general sucede con sus obras, puede causar cierto complejo, porque el lector no domina tantos aspectos del saber como Bueno demuestra. Los anglosajones emplean para estos casos el adjetivo «overwhelming», desbordante. Para quienes no se acomplejan, porque les gusta descubrir relaciones nuevas en la realidad, interpretaciones que antes no ha encontrado en otra parte, los libros de Bueno son una aventura. En cualquier página puede saltar la sorpresa. Incluso, cuando acaban la primera lectura, sienten curiosidad por aprender los aspectos que les han superado. A éstos, les recomiendo partir de hechos y realidades que están en el ambiente, que Bueno recoge, y comprobar cómo descubre las estructuras subyacentes, lo que en realidad hay en la mente de quienes hablan o de las empresas de televisión. Algo muy similar a lo que ha hecho en sus libros El mito de la cultura y España frente a Europa (Alba Editores), cuando ha identificado las estructuras mentales, políticas y organizativas de quienes emplean los nombres Cultura o España.

Del primer modelo –Lo que no está en el mundo tampoco está en televisión– me ha llamado la atención cómo distingue entre lo que él denomina «éxtasis contemplativo» de los espectadores pasivos y la «retina social» que percibe la fuerza activa, de arrastre, que tienen ciertas personalidades y contenidos. Cualquier causa que quiera tener «existencia pública» en televisión tiene que luchar por difundirse. La llamada teoría crítica de la televisión no puede reducirse a combatir la teoría ingenua de la televisión. Unos cuantos trucos para aparecer en los medios de comunicación no pueden sustituir al esfuerzo constante por manifestar lo que son personalidades y hechos dignos de la atención pública.

Lo que no está o no aparece en la pantalla tampoco está en el mundo es el enunciado del segundo modelo. Bueno ve que el mito de la caverna de Platón muestra una concepción muy distinta de la del mito de la cueva de Montesinos, de Cervantes, o del que subyace en la cueva de Calderón de la Barca. Así conecta con asuntos que el lector ha conocido en el Bachillerato y le lleva hasta problemas del mundo actual. Pasa del plano oblicuo de la Literatura al recto de la Teoría General de la Televisión. Es una manera de pensar que debería ser una norma en las Facultades de Ciencias de la Información. Bueno inquieta, porque deja en evidencia a quienes se asientan continuamente en llamadas a la interdisciplinariedad, transdisciplinariedad o multidisciplinariedad. Para que existan ese inter, trans y multi, antes tiene que haber disciplinas. El filósofo indica cómo conseguir auténtica originalidad.

Dentro de este mismo modelo, encierra un gran potencial su afirmación de que es la cartografía de las apariencias (de los sentimientos, de los afectos, de los apetitos... identificados a través del lenguaje) la que nos conduce a la cartografía del cerebro. Esto me ha recordado la forma tan sólida de mostrar a los personajes que han tenido ciertos directores de cine, como Von Sternberg o Howard Hawks o el guionista Jules Furthman. Sus películas perduran porque mostraban siempre los sentimientos de los personajes mediante acciones físicas. Sólo hay que comparar a esos personajes del cine clásico con muchos del cine actual, tan planos ellos, porque hablan sobre sus sentimientos, pero los guionistas o directores no saben transmitirlos sólidamente a través de sus acciones.

Lo que está en el pantalla está en el mundo y lo que está en el mundo está en la pantalla es el modelo III, en el que resalta la crítica irónica del «delirio gremial» de médicos, juristas y químicos. En algunos momentos, parece que en las páginas de Bueno está Moliére riéndose de los excesos de los médicos, de la charla culturalista sin sentido o del pietismo hipócrita de Tartufo. Ahora que Bueno dispone de más tiempo, le saldría un libro deslumbrante si ampliase este aspecto a otros delirios. Desde luego, contribuiría mucho a la sociología de las profesiones. Eso sí, le agradeceríamos un estilo humorístico, como el que sabe emplear en determinados momentos.

En el modelo IV –Ni la televisión es una parte del mundo ni el mundo es un «mundo entorno» de la televisión– Bueno recupera el concepto de «signo formal» que había desaparecido de las teorías modernas de la significación, desde Saussure hasta Richardson. El precio de la doble negación que este modelo sostiene es la alternativa del cierre categorial y del espacio antropológico, originales de Bueno, y nos muestra algunas de las virtualidades que encierran.

La distinción que efectúa entre televisión material y televisión formal y su concepto de clarividencia son aportaciones que están llamadas a durar y a influir. También las ocho páginas, breves pero contundentes, que dedica a Gran Hermano, apuntan a la obligación de reflexionar, por encima de los chismorreos y de las apariencias falaces. Algunos han reprochado a Bueno que se haya rebajado a pensar sobre la «telebasura», pero los palos que aplica a la empresa organizadora de ese programa nos indican que no deja que le casen con nadie.

Finalmente, su taxonomía de las apariencias y de las verdades en televisión es un fundamento muy serio para realizar estudios y tesis doctorales, para publicar libros sobre la televisión, que irán mucho más allá de lo que hasta el momento existe. Sólo hay que comparar los conceptos que emplean los estudios empíricos norteamericanos sobre televisión y los que emplea Bueno, para ver las grandes distancias entre éste y aquellos.

El único reparo que le pongo al libro es que el autor da por supuesto, en las ochenta primeras páginas, que el lector conoce la terminología del cierre categorial. Hay algún párrafo que puede desconcertar y aun desanimar a un lector atento. El remedio está en que la segunda edición del libro traiga un breve apéndice con la terminología básica del sistema de Bueno. En sus últimos libros, el lector ha contado con ese glosario para aclarar sus dudas y ha ganado mucho la comprensión del contenido.

Esperemos que esta obra influya en las investigaciones sobre medios de comunicación. Será una manera de saber si hemos salido del papanatismo o si todavía nos decidimos por seguir pensando dentro de las sendas trazadas por una literatura traducida.

Felicísimo Valbuena de la Fuente es catedrático de Teoría General de la Información en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.

 


Fundación Gustavo Bueno
www.fgbueno.es