Proyecto Filosofía en español Hemeroteca
La Vanguardia
Barcelona, viernes 5 de enero de 2001
Libros
página 5

La televisión es cosa nuestra

ENSAYO: «Televisión: apariencia y verdad», Gustavo Bueno
GEDISA, 333 páginas, 1.990 pesetas

Miembros de una familia
reunidos ante un televisor.
VÍCTOR-M. AMELA

Gustavo Bueno es un filósofo implacable. «San Ignacio limpia su caballo a mayor gloria de Dios, Don Quijote, porque está sucio», es una de sus frases predilectas. Gustavo Bueno es el menos idealista, metafísico y sentimental de los filósofos. Y el único filósofo español vivo con un sistema filosófico propio: la teoría del cierre categorial. Estamos ante una máquina de pensar. Sin contemplaciones.

Pues bien, el cerebro de Bueno –un cerebro casi descarnado– se ha puesto a pensar sobre la televisión. El resultado impone mucho respeto: es un libro denso, cuajado de fórmulas y ecuaciones, esmaltado de latines, salpicado de griego, bordado de citas clásicas y por el que danzan Platón, Heráclito, Parménides, santo Tomás, san Agustín, Kant, Pascal, Husserl, Saussure y casi toda la nómina de los filósofos que en el mundo han sido, sin olvidar a la mismísima santa Teresa de Jesús. Y recuerda, lector: ¡es un libro sobre televisión!

Nunca imaginé que alguien pudiera pensar tantas cosas sobre la tele... sin quejarse de lo mala que es. Pues toma «Televisión: apariencia y verdad». Toma libro. El libro de un filósofo que se ha arremangado ante la tele. ¡Qué cosa! De la tele escribían periodistas, y también catedráticos, profesores, realizadores, políticos, comunicólogos y espontáneos, pero no los filósofos, que están con sus cosas. Y llega Gustavo Bueno, desciende de la airosa torre de Sofía y se sienta a ver la tele. Es, pues, un valiente. (Como cuando lo de «Gran Hermano»: desacomplejado, inmune a la desaprobación de sus colegas, Bueno analizó aquel fenómeno televisivo sin prejuicios de clase intelectual ni apriorismos de tipo alguno.)

Con «Televisión: apariencia y verdad» nos ofrece ahora un sofisticado ensayo sobre la televisión y su relación con el mundo. Gustavo Bueno muestra aquí no sólo su rigor lógico y metodológico, sino también su exhaustivo conocimiento del medio. Por no dejarse nada, en sus análisis no olvida ni la «nieve» televisiva (las interferencias visuales en pantalla). Este libro es un alarde tan gordo que a uno, abrumado, casi le entra la risa floja: Bueno enhebra una completa colección de ideas sobre la televisión, que van desde lo más genérico («cada instrumento óptico genera una teoría filosófica de la visión», o sea, una teoría acerca de qué es apariencia y qué es verdad) hasta lo más anecdótico («Gran Hermano» visto como una «commedia dell'arte»).

La televisión, clarividente

Bueno avanza como un láser por entre pantallas de plasma, retransmisiones de fútbol y televidentes, refuta a Giovanni Sartori y su teoría del «Homo videns» –por poco sólida y superficial– y señala que la medular aportación de la televisión es la clarividencia: la facultad de ver a través de los cuerpos opacos. También él parece ver más allá que los críticos de la tele, a quienes nos reprocha una crítica «tan fácil, subjetiva o elitista como filosóficamente indocta, sobre todo cuando alcanza los niveles apocalípticos a los que consigue llegar, por ejemplo, Federico Fellini cuando dice, en cierta ocasión, que "la tele lo destruye todo"».

Atrevido, Bueno otorga a la televisión un papel de «tónico» o «cordial» estimulante para «el pueblo», es decir, dibuja la otra cara del sobado tópico de que la televisión es un opio. Para él, «lo que está en la pantalla, está en el mundo, y lo que está en el mundo, está en la pantalla». Gustavo Bueno viene a decir, en fin, que si esta sociedad no tuviera fútbol o televisión no sería la que es. Que la televisión es una pieza imprescindible de nuestra sociedad tal como la interpretamos. Y, en fin, que «la audiencia absorbe aquello que avanza en la dirección de sus intereses». O sea, lector –televidente–, que la pelota está en tu tejado.

«¿Quién es el principal culpable de la degradación que se atribuye a la televisión?», se pregunta Bueno. Respuesta: «La audiencia que se ha hecho indiferente a la diferenciación crítica entre las verdades y las apariencias.» Ésa es la crítica cabal a la televisión que propugna Bueno: la denuncia de la confusión entre verdad y apariencia. El filósofo lo ve claro: en la audiencia «reside el verdadero poder».

Lo que Bueno dice, pues, es que la culpa es tuya, lector, y mía, y –llámame masoquista– a mí me gusta oírlo. Tú y yo, todos nosotros, seguiremos dirigiendo «aunque sea ciegamente, la orientación de la televisión del futuro». Que lo sepas.

 


Fundación Gustavo Bueno
www.fgbueno.es