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Interviú
nº 1254, 8 de mayo de 2000
Gran Hermano
página 21

Muchachos en el convento
Gustavo Bueno
 

Gustavo Bueno No olviden, al ver Gran Hermano, la distinción entre los fines de la cadena y la propia dialéctica interna del grupo de encerrados, que es, hablando en escolástico, como la distinción entre el finis operantis y el finis operis. El fin de la cadena televisiva es ganar 4.000 millones y la máxima audiencia. Los concursantes, por su parte, fueron al principio reducidos, por el formato del concurso, a la condición de primates, pero la dialéctica interna del grupo los está haciendo reaparecer como un grupo humano, y muy preciso, que responde a pautas católicas, en un programa que ha devenido en uno de los más católicos que he visto nunca.

No quiero decir que los promotores de Gran Hermano estén haciendo oír misa diaria a sus cautivos, pero ya me dirán: ese concepto orwelliano y del gran hermano, ese ojo omnisciente que todo lo ve, que parece el ojo de Dios; y luego la institución del confesionario, y esos chicos y chicas confesándose. Es más: diría que están en un convento de clausura, un convento mixto, claro, y de una clausura, como todas las clausuras, no cerrada del todo, pues hasta en las más estrictas clausuras se sabe que Dios todo lo ve.

Me llama la atención que los concursantes no dejen de repetir que «nos está viendo toda España». España, la audiencia de toda España, es el Gran Hermano; para ese convento, el dios que todo lo ve. Por cierto: sólo en los partidos de la selección se repite tanto el nombre de España, por otra parte tan ausente de la tele. Pero el hecho de que se sientan vistos continuamente me hace pensar que están actuando siempre. Esos chicos son actores desde el momento en que se sienten en escena. Es cierto que, a veces, se les olvida esta situación escénica continua, se les olvida que son actores. Pero ¿qué les pareció el bosnio llorando a moco tendido y dando golpes en la mesa? Si tantas ganas tenía de estar con María José, le bastaba coger la puerta y marcharse.

Paralelamente a la no verdad del programa, en la casa se están desarrollando procesos que sí son reales, sobre todo los hormonales. En los resúmenes no se dice todo lo que pasa en la casa, ni tampoco en la programación de 24 horas en directo, porque hay 29 cámaras entre las que elegir. Estoy seguro de que está habiendo en esa casa-convento multitud de relaciones sexuales que ya se irán revelando según convenga, quizá si baja la audiencia.

Pero la audiencia no tiene por ahora visos de bajar. Pienso que tanto éxito se debe a que el programa nos presenta la vida de una comuna, una forma anómala de vida distinta de la de la familia monógama, donde nada, en principio, parece escrito. Desde que los estudiantes de hace 30 años se iban a las comunas hippies de Ibiza, no ha habido más comunas, y además ya no va a haber mili, ni tampoco la gente va ya a los conventos. La comuna se ha perdido. Lo más parecido que queda a una vida comunitaria es, ya ven ustedes, Gran Hermano.

 
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