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La Vanguardia
Sábado, 16 de julio de 1999
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FILÓSOFO

GUSTAVO BUENO:
«Yo mataría al etarra Barrios con mis manos»

Tengo 75 años. Nací en Santo Domingo de la Calzada y hace 40 años que vivo en Oviedo. Soy catedrático emérito de Filosofía. Estoy casado desde hace 46 años y tengo cinco hijos y cuatro nietos. Sería mejor no repartir la soberanía entre autonomías. Soy marxista y platónico. Soy un católico ateo. Preparo un libro titulado «España frente a Europa»

Foto: Jose Simal
Víctor-M. Amela

—¿Cuándo empezó a filosofar?

—A los 16 años. Antes, yo quería ser biólogo: mi padre, médico, me llevaba a autopsias, me enseñaba cerebros...

—¿Y qué le pasó a usted a los 16 años?

—Que en clase un profesor dijo esta frase: «La excepción confirma la regla.» Empecé a darle vueltas... ¿Qué es regla? ¿Qué es excepción? ¿Hay regla, o todo es excepción? Alguien me dijo: «Si te interesan estas cosas, estudia filosofía.»

—Y aquí está.

—Sí. Aquella frase fue la base de mi vida. ¡Las palabras no son inocentes! Suele decirse: «Esto es una cuestión semántica» como sinónimo de «es banal». ¡Todo lo contrario! Todo es semántica. Yo he dedicado mi vida a escrutar el sentido de las palabras.

—¿Qué palabras, por ejemplo?

—Ética y moral, para empezar. España está plagada de profesoras de Ética, casi todas discípulas de Aranguren, que creen que la ética consiste en pagar impuestos y en ser bueno.

—Señor Bueno..., ¿qué es la ética?

—La ética (de «ethos», carácter) son las normas para salvaguardar la existencia corpórea de uno mismo y de los otros. La moral (de «mos-moris», costumbre) son las normas para salvaguardar la existencia del grupo, sea familia, club, clase social...

—¿Qué está por encima, la moral o la ética?

—Hoy gana la ética: impera un individualismo luteranista, un subjetivismo. El grupo se ha subordinado a los derechos del individuo.

—Bien, eso es un progreso, ¿no?

—El concepto de progreso es discutible. No sé si es un avance o un retroceso. Es una línea. Una tradición. Hay otras.

—Mire lo que pasó en la URSS por poner al grupo por encima del individuo...

—La URSS quiso tutelar los ritos de paso (nacimiento, boda, muerte...), tener una religión civil..., que es lo que tiene la Iglesia católica. Yo admiré a la URSS por lo mismo por lo que hoy admiro a la Iglesia católica.

—Yo creía que usted, como marxista, rechazaba a la Iglesia católica...

—La odié mucho durante el franquismo, sí, pero hoy admiro su arte, sus teólogos, sus filósofos... Un día vino un testigo de Jehová a pedirme consejo para estudiar filosofía y le dije: «Primero abandone esa religión.»

—¿Por qué?

—¿Qué han producido los testigos de Jehová? ¡La cultura católica ha producido un filósofo como santo Tomás de Aquino! O una «Misa» de Palestrina, o una pléyade de teólogos y moralistas sutilísimos: ¡un respeto!

—Pero, ¿no era usted un ateo?

—Y lo soy, claro. Pero hoy me defino como un ateo católico: la Iglesia es la heredera del Imperio Romano. Es filosofía griega más derecho romano. Es una organización internacional única en la historia. Es admirable.

—¿Y marxista? ¿Sigue siendo marxista?

—El materialismo histórico de Marx es tan importante, que no asimilarlo es como ser precopernicano. Pero ser de izquierda exige ser racionalista, y muchos «marxistas» convirtieron a Marx en dogma, en una mística..., y así dejaron de ser de izquierda.

—¿Cuáles son hoy las nuevas místicas?

—Los nacionalismos, por ejemplo. Desde un estricto racionalismo, a los españoles les conviene más mantenerse unidos ante Europa y no fraccionar la soberanía, pero...

—La gente busca su identidad...

—Ya, pero me sublevan la mentira y la invención de la historia: Bilbao o Vitoria son fundación de Castilla, por ejemplo. ¡Y los vascos se incorporan a la historia a través de España! Antes eran pura antropología.

—¿Nunca se arrepiente de lo que dice?

—Un hombre libre no se arrepiente: asimila e integra sus errores a su proyecto vital. Y si algún error es tan espantoso que no puede ser integrado en ese proyecto, se suicida.

—Vaya... ¿No es la vida humana el valor supremo?

—¡No! Esa idea proviene del individualismo. Más valiosa que la vida es la generosidad: hacer algo por otro sin esperar premios.

—Si la vida no es lo más importante, ¿es justificable matar?

—Lo es matar en defensa de la familia, en defensa del grupo, de la sociedad...

—Eso justificaría la pena de muerte.

—Sí, pero yo la llamaría «eutanasia procesal». «Pena de muerte» es una expresión absurda: si destruyes al sujeto, ¡la pena no es para él, sino para los que se quedan!

—Perdón, ¿defiende la pena de muerte?

—Sí, sí, claro. Debería hacerse un referéndum sobre la pena de muerte. La gente no se atreve a decir esto, pero yo sí. Por ejemplo, al etarra Barrios, el que asesinó al matrimonio de Sevilla, habría que matarle.

—¿No cree que una sociedad demuestra verdadera fortaleza cuando no necesita recurrir a la ejecución ni del más execrable asesino?

—No: si la sociedad asume un crimen horrible como el de Sevilla, borra la frontera entre lo admisible y lo inadmisible y se pone en peligro a sí misma.

—¿Se atrevería usted a matar con sus propias manos al etarra Barrios?

—Sí. En este caso, sí. Si él se hubiese arrepentido de veras, debería suicidarse. Pero si, encima, está orgulloso de lo que hizo... no es un hombre, es un imbécil social, un ser peligrosísimo, un chimpancé, una persona cero. Matarle no es matar a una persona.

—¿Tiene usted pistola?

—Tuve una pistola del 9 largo al terminar la guerra, a los 23 años. La vendí enseguida por veinte pesetas, porque sabía que, si me la quedaba, acabaría usándola.

—Aplaudo su prudencia. Hizo bien.

—La verdad es que durante estos años la hubiese usado en tres o cuatro ocasiones.

 


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