Proyecto Filosofía en español Hemeroteca
El Independiente
Madrid, jueves 22 de marzo de 1990
Libros
páginas 1 y 3

El péndulo de Foucault. La última y controvertida obra del semiólogo Umberto Eco, nuestro libro de la semana, es analizada en artículos de Gustavo Bueno y José Antonio Millán.
Gustavo Bueno
La baraja mágica y racionalista de Eco

Un juicio global sobre «El péndulo de Foucault». Se supone: un juicio objetivo, estético, no una mera declaración de las impresiones subjetivas de agrado o desagrado que la lectura de la obra de Eco haya podido causar en mí. Es preciso proceder, por tanto, con extremada rapidez y con arriesgado esquematismo.

1. Y así comienzo diciendo que una obra literaria, como sin duda lo es «El péndulo de Foucault», es también, desde luego, un «trozo de lenguaje escrito», pero que, sin embargo, como obra de arte, no se reduce siempre a su condición de lenguaje escrito. Precisamente por ello, el juicio estético sobre una obra literaria no tiene por qué considerarse siempre como resultado de la «crítica literaria». Pemítaseme servirme, para explicar esta tesis, de la célebre distinción que, según L. Hjemslev, debe ser aplicada a cualquier «trozo de lenguaje» (supongo, por tanto, que también a la obra de Eco), a saber, la distinción entre el «plano de la expresión» y el «plano del contenido». Ahora bien: hay obras escritas (literarias, por tanto) cuyos contenidos, más exactamente, cuyas «formas de contenido» o, si se prefiere, la con-formación de sus contenidos depende de tal manera de las formas de la expresión utilizadas que cabría decir, en el límite, que tales contenidos no son independientes de la expresión: esto valdría sobre todo para el Algebra, pero también para la Poesía. Y hay otras obras escritas cuyo contenido –su contenido conformado, no ya su sustancia– puede alcanzar un notable grado de libertad respecto de unas formas determinadas de expresión literaria, hasta el punto de hacerse posible una re-presentación suya casi equivalente en un medio no literario, sino visual. Se ha dicho que «El péndulo de Foucault», a diferencia de «El nombre de la Rosa», encontraría grandes dificultades para ser transformado en película. Esta afirmación es muy discutible, pero, en todo caso, un escenario no es la única alternativa para la con-formación no literaria de una determinada sustancia del contenido; podemos pensar también en las tiras gráficas, en los tebeos mudos o en las imágenes seriadas programables para la pantalla de un ordenador.

2. La cantidad de contenidos (o de materiales con-formados) de «El péndulo de Foucault» que son re-presentables extraliterariamente me parece que es muy grande y, también, es representable, en lo esencial, la organización de esta enorme masa de materiales conformados, tal como figura en la obra de Eco.

En cualquier caso, la primera constatación importante que quiero hacer referente a los contenidos es que Umberto Eco ha trabajado con materiales prefabricados (en lo que concierne a la con-formación de los mismos). Esta constatación no constituye, de por sí, el fundamento para algún juicio adverso. Un gran músico puede componer su obra más original con los sonidos y aun con los acordes prefabricados que arroja una orquesta convencional; un músico mediocre acaso echa mano de sonidos nuevos todavía no escuchados por nadie. Caben todos los géneros de combinaciones posibles. Pero Eco procede como los artistas del primer género, aunque la gran variedad y prodigalidad enciclopédica de los contenidos manipulados por Eco puede inducir a muchos lectores a atribuirle una gran originalidad, al menos como descubridor o investigador, en este terreno. Pero la erudición de Eco procede de repertorios comunes y recoge los principales tópicos de las historias-ficción sobre druidas, templarios o masones, o de la literatura llamada esotérica (Tritemio, Paracelso, Nostradamus) y aun de su propio oficio de profesor escolástico italiano («Oxímoro», «Contrafáctico», «Gödel», «cretino-cretense», «Cur, quomodo, cuando»...). Sin embargo, la misma selección de este material enciclopédico (que forma parte para decirlo con Snow de la «primera cultura»), así como la probada capacidad de Eco para representarlo con claridad y fidelidad, ya dice mucho acerca de la naturaleza de la obra. También dice mucho acerca del interés que suscita en grandes masas de lectores (sobre todo los de «segunda cultura», en el sentido de Snow, que habrán sido previamente atraídos por un título, «El péndulo de Foucault», que forma parte de su propia segunda cultura y habrán realimentado su interés por la presencia de un instrumento característico de nuestra época, aunque en el libro se llama Abulafia, el ordenador). Estos lectores encuentran en la obra una fuente de información clara y abundante sobre materias pintorescas que caen fuera de su horizonte cultural.

De todos modos, me parece evidente que la originalidad de la obra de Eco hay que ponerla en la organización que él ha dado a estos «materiales prefabricados». No es nada fácil determinar cuál pueda ser la Idea directora de esta organización, sobre todo si tenemos en cuenta que esta Idea puede estar actuando de un modo inconsciente. Los «laberintos» de Borges, incluso el «eterno retorno» de Nietzsche, han sido considerados como inspiradores de la Idea directora de «El péndulo de Foucault». La dificultad del caso estriba, me parece, en el hecho de que Eco juega con dos barajas diferentes, una racionalista y otra mágica.

Una baraja racionalista, sin duda, la baraja del profesor que expone materiales mágicos, casi siempre, pero acompañándolos de hipótesis explicativas racionales (el mensaje templario es una lista de lavandería, &c.); pero esta baraja se utiliza sobre todo en el momento del arrastre e incorporación de los materiales prefabricados. En cambio, es la «baraja mágica» la que interviene en el momento de organizar los mismos materiales racionalizados; por lo cual resulta que, en su tejido global, la obra de Eco viene a ser una obra mágica, esotérica, incluso mística y oscurantista, o acaso cínica, cuanto más intensa haya sido la previa pulimentación racional de los sillares acarreados a la obra. Me parece que la «ldea mística» según la cual se organiza «El péndulo de Foucault» procede, más que de la Idea del eterno retorno, de una transformación de ciertos conceptos que ha popularizado nuestra biología molecular, cuando habla de «genes egoístas», o de programas genéticos de las macromoléculas de ADN, virus, por ejemplo, que permanecen en estado virtual hasta que encuentran cíclicamente un organismo al cual pueden animar. Las moléculas serán aquí ciertos escritos cifrados –como en cifra se dice están los códigos genéticos– que se encuentran en estado latente en ciertos libros herméticos; el Plan no es sino el programa mismo que está inscrito en esas moléculas (no es un Plan cósmico, como el de los cabalistas o como el de Nietzsche). Quien lee y descifra estos libros, aunque sea por encargo de la editorial Garamond, queda captado e incorporado por ese Plan (es un modo de decir lo que Unamuno decía de Don Quijote al contraponerlo a Fausto que, para vivir, comienza por quemar sus libros).

Ahora bien, suponiendo que la Idea directora sea algo semejante a lo que hemos esbozado, tendría que decir por mi parte que es una Idea interesante y digna de ser explorada en todos los arabescos y dimensiones que le sean propias. Pero de este mismo supuesto deduzco una conclusión frontalmente adversa a la manera según la cual Eco habría conducido su propia exploración, una conclusión que va referida a la asociación entre la supuesta Idea directora con el péndulo de Foucault. Pues ni el péndulo de Jean Foucault tiene nada que ver con la idea del Plan ni, sobre todo, esta Idea tiene nada que ver con el péndulo de Jean Foucault. Lo que equivale a decir que el acoplamiento que Eco ha realizado, y sobre el cual ha organizado su obra, entre el Plan y el péndulo es un mero «pastiche», fruto, sin duda, de una mala comprensión de la física del péndulo.

3. Por lo que se refiere al segundo aspecto de la obra de Eco, el plano de la expresión, me limitaré a criticar ciertos contenidos muy importantes y omnipresentes en esta obra, que se inscriben, desde luego, en el plano de su expresión literaria: son los lemas que encabezan los capítulos de la obra, incluyendo el que está escrito en hebreo antiguo, sin traducir. ¿Cuál es la función estilística de estos lemas? Prácticamente nula en lo que concierne a la ampliación o aclaración del contenido de los capítulos. Muy alta, en orden a sugerir un «transfondo hermético» accesible sólo a la elite y al propio lector que los ha leído y ha consultado en una enciclopedia «ad hoc» algunos datos relativos al autor del lema. Pero todo esto aproxima «El péndulo de Foucault» de Eco al género del apócrifo y lo convierte en obra de cultura «kitsch».

Lo que no quita nada de las grandes virtualidades de la obra de Eco como obra de honesto entretenimiento para un público adulto muy numeroso de nuestra sociedad industrial, un público adulto con nostalgias de cultura elitista y que podría identificarse, al menos en sus regiones más significativas, con el mismo público adulto de hoy que en su niñez había formado su «gusto estético» con los libros de Tintín.

Gustavo Bueno es filósofo y profesor de universidad.

 


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